un «no».
Era una respuesta tan sencilla que Koppel tuvo que sonreir. Interrogo a Morrie acerca del silencio. Hablo de un amigo querido de Morrie, Maurie Stein, que habia sido quien habia enviado los aforismos de Morrie al
– Nos cogeremos de la mano -dijo Morrie-. Y nos transmitiremos mucho amor. Hemos vivido treinta y cinco anos de amistad, Ted. No hace falta hablar ni oir para sentirlo.
Antes de terminar el programa, Morrie leyo a Koppel una de las cartas que habia recibido. Desde la emision del primer programa de «Nightline» se habia recibido mucho correo. Una carta, en concreto, era de una maestra de Pensilvania que dirigia una clase especial a la que asistian nueve ninos; todos los ninos de aquella clase habian sufrido la muerte de uno de sus padres.
– He aqui la carta que yo le envie a ella -dijo Morrie a Koppel, mientras se calaba cuidadosamente las gafas en la nariz y en las orejas:
– «Querida Barbara… Me conmovio mucho tu carta. Me parece que el trabajo que has realizado con los ninos que han perdido a uno de sus padres es muy importante. Yo tambien perdi a uno de mis padres a una edad temprana…»
De pronto, mientras las camaras seguian zumbando, Morrie se ajusto las gafas. Se detuvo, se mordio el labio y le embargo la emocion. Le cayeron las lagrimas por la nariz.
– «Perdi a mi madre cuando era nino… y fue un gran golpe para mi… Me hubiera gustado tener un grupo como el tuyo, donde poder hablar de mis penas. Habria ingresado en tu grupo, porque…»
Se le quebro la voz.
– «Porque estaba muy solo…»
– Morrie -dijo Koppel-, hace setenta anos que murio tu madre. ?Todavia te dura el dolor?
– Ya lo creo -susurro Morrie.
El profesor
Tenia ocho anos. Llego un telegrama del hospital, y como su padre, inmigrante ruso, no sabia leer el ingles, fue Morrie quien tuvo que dar la noticia, leyendo la notificacion de la muerte de su madre como un alumno ante la clase.
«Lamentamos informarle…» -empezo a leer.
La manana de los funerales, los parientes de Morrie bajaron por la escalera de su edificio de apartamentos en el Lower East Side, un barrio pobre de Manhattan. Los hombres llevaban trajes oscuros, las mujeres llevaban velos. Los chicos del barrio iban camino de la escuela y, cuando pasaron por su lado, Morrie bajo la vista, avergonzado de que sus companeros de clase lo vieran asi. Una de sus tias, una mujer corpulenta, agarro a Morrie y se puso a gemir;
– ?Que vas a hacer sin tu madre?
Morrie rompio a llorar. Sus companeros de clase echaron a correr.
En el cementerio, Morrie vio como echaban tierra en la tumba de su madre. Intento recordar los momentos tiernos que habian compartido en vida de ella. Habia llevado una tienda de dulces hasta que cayo enferma, y desde entonces habia pasado casi todo el tiempo durmiendo o sentada junto a la ventana, con un aspecto fragil y debil. A veces daba un grito a su hijo para pedirle una medicina, y el joven Morrie, que jugaba al beisbol en la calle, fingia que no la oia. Creia para sus adentros que podia hacer que desapareciera la enfermedad a fuerza de no hacerle caso.
?De que otra manera puede afrontar la muerte un nino?
El padre de Morrie, al que todos llamaban Charlie, habia venido a America para no tener que ingresar en el ejercito ruso. Trabajaba en el ramo de la peleteria, pero estaba siempre en paro. Como no tenia estudios y apenas sabia hablar ingles, era terriblemente pobre, y la familia pasaba muchas temporadas viviendo de la beneficencia. Su apartamento era un local oscuro, estrecho, deprimente, detras de la tienda de dulces. No tenian lujos. No tenian coche. A veces, para ganar algun dinero, Morrie y su hermano pequeno, David, lavaban juntos los escalones de los porches por cinco centavos.
Tras la muerte de su madre, enviaron a los dos chicos a un pequeno albergue en los bosques de Connecticut, donde varias familias compartian una cabana grande y una cocina comun. Sus parientes pensaban que el aire puro seria bueno para los ninos. Morrie y David no habian visto nunca tanta vegetacion, y corrian y jugaban por los campos. Una noche, despues de cenar, salieron a dar un paseo y empezo a llover. En vez de volver a casa, pasaron varias horas chapoteando bajo la lluvia.
A la manana siguiente, cuando se despertaron, Morrie salto de la cama.
– Vamos -dijo a su hermano-. Levantate.
– No puedo.
– ?Que quieres decir?
David tenia el terror escrito en el rostro.
– No puedo… moverme.
Tenia la polio.
Naturalmente, aquello no se debia a la lluvia. Pero un nino de la edad de Morrie no era capaz de entenderlo. Durante mucho tiempo -mientras ingresaban periodicamente a su hermano en un sanatorio especial y le obligaban a llevar aparatos en las piernas, que le hacian cojear-, Morrie se sintio responsable.
Asi pues, iba a la sinagoga por las mananas, solo, pues su padre no era devoto, y se quedaba de pie entre los hombres que se balanceaban, con sus largos abrigos negros, y pedia a Dios que cuidase de su madre muerta y de su hermano enfermo.
Y por las tardes se ponia al pie de las escaleras del metro y vendia revistas; todo el dinero que ganaba lo entregaba a su familia para comprar comida.
Por las noches veia a su padre comer en silencio, esperando una muestra de afecto, de comunicacion, de calor, pero sin recibirla nunca.
A los nueve anos sentia sobre sus hombros el peso de una montana.
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Pero al ano siguiente entro en la vida de Morrie un abrazo salvador: su nueva madrastra, Eva. Era una inmigrante rumana pequena, de rasgos corrientes, con el pelo castano y rizado y con la vitalidad de dos mujeres. Tenia un brillo que inundaba de calor el ambiente, lobrego por lo demas, que creaba el padre. Hablaba cuando su nuevo marido estaba callado, cantaba canciones a los ninos por la noche. Morrie encontraba consuelo en su voz tranquilizadora, en las lecciones escolares que les daba, en su caracter fuerte. Cuando su hermano regreso del sanatorio, llevando todavia aparatos en las piernas por la polio, los dos compartieron una cama plegable en la cocina del apartamento y Eva les daba un beso al acostarse. Morrie esperaba aquellos besos como un cachorro espera su leche, y sentia, muy dentro de si, que volvia a tener madre.
Pero no salian de su pobreza. Vivian por entonces en el Bronx, en un apartamento de un dormitorio en un edificio de ladrillos rojos en la avenida Tremont, junto a una cerveceria italiana con terraza al aire libre donde los viejos jugaban a las bochas las tardes de verano. A causa de la Depresion, el padre de Morrie encontraba todavia menos trabajo en el ramo de la peleteria. A veces, cuando la familia se sentaba a cenar, lo unico que Eva podia darles era pan.
– ?Que mas hay? -preguntaba David.
– Nada mas -respondia ella.