recuerdas a un conocido mio al que tambien le gustaba guardarse las cosas para si cuando era mas joven.

– ?Quien era?

– Yo.

El segundo martes

Hablamos del sentido de lastima por uno mismo

Volvi el martes siguiente. Y durante muchos martes sucesivos. Esperaba aquellas visitas mas de lo que cabria suponer, teniendo en cuenta que hacia un viaje de mil kilometros en avion para sentarme al lado de un moribundo. Pero cuando visitaba a Morrie me parecia haber dado un salto en el tiempo, y yo me apreciaba mas a mi mismo cuando estaba alli. Ya no alquilaba un telefono movil para los viajes en coche desde el aeropuerto. Que esperen, me decia a mi mismo, imitando a Morrie.

La situacion del periodico no habia mejorado en Detroit. En realidad se habia vuelto cada vez mas delirante, con enfrentamientos violentos entre los piquetes y los trabajadores que sustituian a los huelguistas, con detenciones y heridos que quedaban tendidos en la calle ante las camionetas de reparto.

En vista de ello, mis visitas a Morrie me parecian un bano purificador de amabilidad humana. Hablabamos de la vida y hablabamos del amor. Hablabamos de uno de los temas favoritos de Morrie, la compasion, y de por que nuestra sociedad tenia tanta carencia de ella. Antes de visitarlo por tercera vez me pase por un supermercado llamado Pan y Circo (yo habia visto bolsas de este supermercado en casa de Morrie y me imagine que le gustaria la comida que vendian alli) y me cargue de recipientes de plastico de la seccion de comida preparada para llevar, con cosas tales como fideos con verduras, sopa de zanahoria y baklava.

Cuando entre en el despacho de Morrie le mostre las bolsas como si acabase de atracar un banco.

– ?El hombre de la comida! -grite

Morrie puso los ojos en blanco y sonrio.

Mientras tanto, yo buscaba indicios del avance de la enfermedad. Los dedos le funcionaban lo suficiente como para que pudiera escribir con lapiz o coger las gafas, pero solo era capaz de levantar las brazos hasta poco mas arriba del pecho. Pasaba cada vez menos tiempo en la cocina y en el cuarto de estar y mas en su despacho, donde le habian preparado un sillon reclinable grande con almohadas, mantas y bloques de goma-espuma cortados a la medida para que apoyara los pies y para sujetarle las piernas consumidas. Tenia una campanilla al alcance de la mano, y cuando necesitaba que le acomodasen la cabeza o cuando tenia que «ir al excusado», como lo llamaba el, agitaba la campanilla y acudian Connie, Tony, Bertha o Amy, su pequeno ejercito de asistentes domesticos. No siempre le resultaba facil levantar la campanilla, y cuando no era capaz de hacerla sonar se sentia frustrado.

Pregunte a Morrie si sentia lastima de si mismo.

– A veces, por la manana -me dijo-. Es entonces cuando me lamento. Me palpo el cuerpo. Muevo los dedos y las manos, en la medida en que todavia puedo moverlos, y deploro lo que he perdido. Deploro el modo lento e insidioso en que me estoy muriendo. Pero, a continuacion, dejo de lamentarme.

– ?Asi de facil?

– Me permito un buen llanto si lo necesito. Pero despues me concentro en todas las cosas buenas que me quedan en la vida. En las personas que vienen a verme. En las anecdotas que voy a oir. En ti, si es martes. Porque somos personas de los martes.

Sonrei. Personas de los martes.

– Mitch, esa es toda la autocompasion que me concedo. Una poca cada manana, algunas lagrimas, y eso es todo.

Pense en todas las personas que yo conocia que se pasaban muchas horas del dia sintiendo lastima de si mismas. ?Que util seria establecer un limite diario a la autocompasion! Unos pocos minutos lacrimosos, y despues a seguir adelante con la jornada. Y si Morrie era capaz de hacerlo, con la enfermedad tan horrible que padecia…

– Solo es horrible si lo consideras asi -dijo Morrie-. Es horrible ver que mi cuerpo se va consumiendo lentamente hasta quedarse en nada. Pero tambien es maravilloso, por todo el tiempo de que dispongo para despedirme. No todos tienen tanta suerte -anadio con una sonrisa.

Yo lo contemple en su sillon, incapaz de ponerse de pie, de lavarse, de ponerse los pantalones. ?Suerte? ?De verdad habia dicho «suerte»?

En una pausa, una vez que Morrie tuvo que ir al bano, hojee un periodico de Boston que estaba cerca de su sillon. Traia una cronica sobre una pequena poblacion de lenadores donde dos muchachas adolescentes habian torturado y asesinado a un hombre de setenta y tres anos que se habia hecho amigo de ellas, y despues habian organizado una fiesta en la casa sobre ruedas de el y habian exhibido el cadaver. Habia otra cronica que hablaba del proximo juicio de un hombre heterosexual que habia matado a un hombre gay despues de que este apareciera en un programa de entrevistas de la television y dijera que estaba loco por el.

Deje el periodico. Volvieron a traer a Morrie en su silla de ruedas, sonreia, como siempre, y Connie se dispuso a llevarlo en vilo de la silla de ruedas al sillon reclinable.

– ?Quieres que lo haga yo? -le pregunte.

Se produjo un silencio momentaneo, y ni siquiera estoy seguro de por que me habia ofrecido, pero Morrie miro a Connie y le dijo:

– ?Puedes ensenarle a hacerlo?

– Claro -dijo Connie.

Siguiendo sus instrucciones, me incline sobre el, uni las manos pasando los antebrazos bajo las axilas de Morrie y lo hice pivotar hacia mi, como si estuviera levantando un tronco grande. Despues me incorpore, levantandolo a el a la vez. Normalmente, cuando levantas a una persona, esperas que esta se aferre a su vez a ti con los brazos, pero Morrie no era capaz de hacerlo. Era en su mayor parte un peso muerto, y yo senti que su cabeza rebotaba suavemente sobre mi hombro y que su cuerpo caia flacido sobre el mio como una hogaza grande y mojada.

– Aaaah -suspiro suavemente.

– Ya te tengo, ya te tengo -dije yo.

El tenerlo en los brazos de ese modo me conmovio de una manera que no soy capaz de describir; lo unico que puedo decir es que senti las semillas de la muerte dentro de su cuerpo que se encogia, y cuando lo deposite en el sillon, colocandole la cabeza en las almohadas, comprendi muy friamente que se nos acababa el tiempo.

Y yo tenia que hacer algo.

Es mi tercer ano de universidad, 1978, cuando la musica disco y las peliculas de Rocky causan furor en nuestra cultura. Estamos en una asignatura de sociologia poco corriente en la Universidad de Brandeis; se trata de lo que Morrie llama «Procesos de Grupo». Cada semana estudiamos los modos en que los estudiantes del grupo se relacionan entre si, como reaccionan ante la ira, los celos, la atencion. Somos ratones de laboratorio humanos. Con mucha frecuencia alguien acaba llorando. Yo lo llamo «la asignatura

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