»Y, por eso, yo no me la trago.»

Yo asenti con la cabeza y le aprete la mano. Ya nos cogiamos de la mano con regularidad. Era otro cambio para mi. Ya hacia normalmente cosas que antes me habrian dado verguenza o repugnancia. La bolsa del cateter, conectada al tubo que le salia de dentro y llena de residuos liquidos de color verde, estaba junto a mi pie, cerca de la pata de su sillon. Algunos meses atras, aquello podia haberme dado asco; ahora no tenia importancia. Lo mismo pasaba con el olor de la habitacion despues de que Morrie utilizara el inodoro. Ya no se podia permitir el lujo de moverse de un lugar a otro, de cerrar la puerta del bano al entrar y de pulverizar con ambientador al salir. Tenia su cama, tenia su sillon, y aquella era su vida. Si mi vida estuviera condensada en un dedal como aquel, dudo que fuera capaz de hacer que oliera mejor.

– He aqui lo que quiero decir cuando hablo de construir tu propia pequena subcultura -dijo Morrie-. No quiero decir que pases por alto todas las reglas de tu comunidad. Yo no voy por ahi desnudo, por ejemplo. No me salto los semaforos en rojo. Puedo obedecer las cosas pequenas. Pero las cosas grandes, como pensamos, lo que valoramos, esas debes elegirlas tu mismo. No puedes dejar que nadie, ni que ninguna sociedad, las determine por ti.

»Tomemos como ejemplo mi estado. Las cosas que se supone deben avergonzarme ahora.- no ser capaz de andar, no ser capaz de limpiarme el culo, despertarme algunas mananas con ganas de llorar, no tienen en si mismas nada de vergonzoso ni de deshonroso.

»Lo mismo pasa con las mujeres que no son lo bastante delgadas, o con los hombres que no son lo bastante ricos. No es mas que lo que nuestra cultura quiere hacernos creer. No te lo creas.»

Pregunte a Morrie por que no se habia ido a vivir a otra parte cuando era mas joven.

– ?A donde?

– No lo se. A America del Sur. A Nueva Guinea. A un sitio que no sea tan egoista como los Estados Unidos.

– Cada sociedad tiene problemas propios -dijo Morrie, levantando las cejas, haciendo el gesto mas aproximado que podia al de fruncir el ceno-. Creo que huir no es la manera. Tienes que trabajar para crearte tu propia cultura.

»Mira, vivas donde vivas, el defecto mayor que tenemos los seres humanos es que somos cortos de vista. No vemos lo que podriamos ser. Deberiamos estar viendo nuestras posibilidades, dando de nosotros al maximo hasta llegar a ser todo lo que podemos. Pero si estas rodeado de personas que dicen: «Quiero lo mio ya», al final hay unos pocos que lo tienen todo y unos militares que impiden que los pobres se levanten y se apoderen de ello.»

Morrie miro por encima de mi hombro a la ventana del fondo. A veces se oia el ruido de un camion que pasaba o el azote del viento. Contemplo durante un momento las casas de sus vecinos, y despues siguio hablando.

– El problema, Mitch, es que no creemos que somos tan semejantes como somos en realidad. Los blancos y los negros, los catolicos y los protestantes, los hombres y las mujeres. Si nos viesemos mas semejantes, podriamos estar muy deseosos de unirnos a una gran familia humana de este mundo, y de ocuparnos de esa familia del mismo modo que nos ocupamos de la nuestra.

»Pero, creeme, cuando te estas muriendo ves que es verdad. Todos tenemos el mismo principio, el nacimiento, y todos tenemos el mismo final, la muerte. Entonces, ?cuan diferentes podemos ser?

»Invierte en la familia humana. Invierte en las personas. Construye una pequena comunidad con los que amas y con los que te aman.»

Me apreto suavemente la mano. Yo le devolvi un apreton mas fuerte. Y, como en esos juegos de feria en los que das un golpe con un mazo y ves subir un disco por un poste, casi pude ver como subia el calor de mi cuerpo por el pecho de Morrie y por su cuello hasta llegar a sus mejillas y a sus ojos. Sonrio.

– Al principio de la vida, cuando somos ninos recien nacidos, necesitamos de los demas para sobrevivir, ?verdad? Y al final de la vida, cuando te pones como yo, necesitas de los demas para sobrevivir, ?verdad?

Su voz se redujo a un susurro.

»Pero he aqui el secreto.- entre las dos cosas, tambien necesitamos de los demas.»

Aquel mismo dia, mas tarde, Connie y yo nos fuimos al dormitorio a ver la lectura del veredicto del juicio de O. J. Simpson. Fue una escena tensa. Todos los personajes principales se volvieron hacia el jurado: Simpson, con su traje azul, rodeado de su pequeno ejercito de abogados; los denunciantes, que querian meterlo entre rejas, a pocos metros de su espalda. Cuando el presidente del jurado leyo el veredicto, «Inocente», Connie chillo.

– ?Ay, Dios mio!

Vimos a Simpson abrazar a sus abogados. Escuchamos a los comentaristas que intentaban explicar lo que queria decir todo aquello. Vimos a multitudes de negros que lo celebraban en las calles adyacentes al tribunal, y a multitudes de blancos atonitos sentados en restaurantes. La decision se recibia como si fuera trascendental, a pesar de que todos los dias se producen asesinatos. Connie salio al pasillo. Habia visto suficiente.

Oi cerrarse la puerta del despacho de Morrie. Me quede mirando fijamente el televisor. El mundo entero esta viendo esto, me dije a mi mismo. Despues oi en la otra habitacion el ruido que hacian al levantar a Morrie de su silla, y sonrei. Mientras el «Juicio del Siglo» llegaba a su conclusion dramatica, mi viejo profesor estaba sentado en el retrete.

Es el ano 1979, durante un partido de baloncesto en el gimnasio de Brandeis. El equipo marcha bien y el publico estudiantil empieza a corear-, «?Somos los numero uno! ?Somos los numero uno!» Morrie esta sentado alli cerca. La frase le extrana. En un momento dado, entre los gritos de «?Somos los numero uno!», se levanta y grita: «?Que tiene de malo ser los numero dos?».

Los estudiantes lo miran. Dejan de corear. El se sienta, sonriente y con aire triunfal.

El audiovisual, tercera parte

El equipo de «Nigthline» volvio para realizar su tercera y ultima visita. La ocasion tuvo un tono totalmente diferente esta vez. Tuvo menos de entrevista y mas de despedida triste. Ted Koppel habia llamado por telefono varias veces antes de venir, y habia preguntado a Morrie:

– ?Crees que podras soportarlo?

Morrie no estaba seguro de ello.

– Ahora estoy cansado constantemente, Ted. Y me estoy atragantando mucho. Si no soy capaz de decir algo, ?podras decirlo tu por mi?

Koppel dijo que claro que si. Y a continuacion, el entrevistador, de caracter normalmente estoico, anadio:

– Si no quieres hacerlo, Morrie, no importa. Ire a despedirme en todo caso.

Mas tarde, Morrie sonreia travieso y decia:

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