en que contraes la enfermedad.

Los medicos de Morrie calculaban que le quedaban dos anos.

Morrie sabia que era menos tiempo.

Pero mi viejo profesor habia tomado una decision profunda, una decision que habia empezado a forjar desde el dia en que salio de la consulta del medico con una espada suspendida sobre la cabeza. ?Voy a consumirme y a desaparecer, o voy a sacar el mejor partido posible del tiempo que me queda?, se habia preguntado.

No estaba dispuesto a consumirse. No estaba dispuesto a avergonzarse de morir.

Por el contrario, haria de la muerte su proyecto final, el centro de sus dias. Dado que todo el mundo iba a morir, el podria ser muy valioso, ?no es asi? Podia ser materia de investigacion. Un libro de texto humano. Estudiadme en mi fallecimiento lento y paciente. Observad lo que me pasa. Aprended conmigo.

Morrie estaba dispuesto a atravesar ese puente definitivo entre la vida y la muerte y a narrar su viaje.

El semestre academico de otono transcurrio rapidamente. El numero de pastillas aumento. La terapia se convirtio en una rutina regular. Acudian enfermeros a casa de Morrie para trabajar sus piernas, que se

consumian, para mantener activos los musculos, flexionandolas hacia delante y hacia atras como si estuvieran sacando agua de un pozo con una bomba. Acudian masajistas una vez por semana para intentar aliviar la rigidez constante y pesada que sentia. Consulto a maestros de meditacion, y cerraba los ojos y comprimia sus pensamientos hasta que su mundo se reducia a un unico aliento que entraba y salia, entraba y salia.

Un dia, caminando con su baston, tropezo con el bordillo de la acera y se cayo en la calzada. El baston fue sustituido por un andador. Al irse debilitando su cuerpo, los viajes de ida y vuelta al bano llegaron a agotarlo demasiado, de modo que Morrie empezo a orinar en un recipiente grande. Mientras lo hacia, tenia que apoyarse, lo que significaba que alguien tenia que sostener el recipiente mientras Morrie lo llenaba.

Todo aquello nos resultaria embarazoso a casi todos, teniendo en cuenta sobre todo la edad de Morrie. Pero Morrie no era como casi todos nosotros. Cuando lo visitaban algunos companeros suyos de confianza, les decia:

– Escucha, tengo que mear. ?Te importaria ayudarme? ?No te molesta?

Con frecuencia, y con sorpresa por parte de ellos mismos, no les molestaba.

De hecho, recibia una riada creciente de visitantes. Mantenia tertulias sobre la muerte, sobre su verdadero significado, sobre el modo en que las sociedades la han temido siempre sin comprenderla necesariamente. Dijo a sus amigos que si querian ayudarle de verdad, no debian ofrecerle su comprension sino visitarle, llamarle por telefono, compartir con el sus problemas, como los habian compartido siempre, pues Morrie habia sabido siempre escuchar maravillosamente.

A pesar de todo lo que le estaba pasando, tenia la voz fuerte y atractiva, y su mente vibraba con un millon de pensamientos. Estaba decidido a demostrar que la palabra «moribundo» no era sinonimo de «inutil».

Paso el dia de Ano Nuevo. Aunque Morrie no se lo dijo a nadie, sabia que aquel seria el ultimo ano de su vida. Por entonces iba en silla de ruedas y luchaba contra el tiempo para decir todas las cosas que queria decir a todas las personas a las que amaba. Cuando un companero suyo de la Universidad de Brandeis murio repentinamente de un ataque al corazon, Morrie asistio a sus funerales. Volvio a su casa deprimido.

– ?Que desperdicio! -decia-. Tantas personas diciendo cosas maravillosas, e Irv no pudo oir nada.

Morrie tuvo una idea mejor. Hizo algunas llamadas. Fijo una fecha. Y una fria tarde de domingo se reunio con el en su casa un pequeno grupo de amigos y de familiares para celebrar unos «funerales en vida». Todos tomaron la palabra y rindieron homenaje a mi viejo profesor. Algunos lloraron. Otros rieron. Una mujer leyo una poesia:

Querido y amado primo… Tu corazon sin edad mientras te desplazas por el tiempo, capa sobre capa, secoya tierna…

Morrie lloraba y reia con ellos. Y Morrie dijo aquel dia todas esas cosas que se sienten y que nunca llegamos a decir a los que amamos. Sus «funerales en vida» tuvieron un exito resonante.

Solo que Morrie no habia muerto todavia.

De hecho, estaba a punto de iniciarse la parte mas singular de su vida.

El alumno

Llegado este punto, debo explicar lo que me habia sucedido desde aquel dia de verano en que di el ultimo abrazo a mi profesor apreciado y sabio y le prometi que me mantendria en contacto con el.

No me mantuve en contacto con el.

La verdad es que perdi el contacto con la mayoria de las personas que habia conocido en la universidad, entre ellos los amigos con los que tomaba cervezas y la primera mujer a cuyo lado me desperte una manana. Los anos que pasaron tras la graduacion me endurecieron hasta convertirme en una persona muy diferente del graduado orgulloso que habia salido aquel dia del campus camino de Nueva York, dispuesto a ofrecer al mundo su talento.

Descubri que yo no le interesaba tanto al mundo. Pase mis primeros anos de la veintena vagando de un lado a otro, pagando alquileres y leyendo los anuncios por palabras y preguntandome por que no se ponian en verde los semaforos para mi. Sonaba ser musico famoso (tocaba el piano), pero despues de varios anos de clubes oscuros y desiertos, de promesas incumplidas, de grupos que siempre se disolvian y de productores que

parecian interesados por todo el mundo menos por mi, el sueno se trunco. Estaba fracasando por primera vez en mi vida.

Al mismo tiempo, tuve mi primer encuentro serio con la muerte. Mi tio favorito, el hermano de mi madre, el hombre queme habia ensenado musica, que me habia ensenado a conducir, que me habia tomado el pelo por el asunto de las chicas, que me habia tirado una pelota de futbol americano, el adulto al que yo habia tomado como modelo siendo nino, diciendome: «Asi quiero ser yo de mayor», murio de cancer de pancreas a los cuarenta y cuatro anos de edad. Era un hombre bajo de estatura, bien parecido, con un bigote espeso, y yo estuve a su lado durante el ultimo ano de su vida, pues vivia en el apartamento inferior al suyo. Vi como su cuerpo fuerte se consumia primero, se hinchaba despues, lo vi sufrir, noche tras noche, doblado ante la mesa del comedor, apretandose el vientre, con los ojos cerrados, con la boca torcida de dolor.

– Ayyyyy, Dios -gemia-. ?Ayyyyyy, Jesus! Los demas -mi tia, sus dos hijos

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