pequenos, yo- nos quedabamos callados, rebanando los platos, apartando la vista.

Nunca me he sentido mas impotente en toda mi vida.

Una noche de mayo, mi tio y yo estabamos sentados en el balcon de su apartamento. Corria la brisa y hacia calor. El dirigio la vista al horizonte y dijo, con los dientes apretados, que no estaria para ver a sus hijos empezar el curso escolar siguiente. Me pidio que cuidara de ellos. Yo le dije que no hablara asi. El se me quedo mirando tristemente.

Murio pocas semanas mas tarde.

Despues de los funerales, mi vida cambio. Me parecio de pronto que el tiempo era precioso, como agua que se perdia por un desague abierto, y que toda la prisa con que yo me moviera era poca. Se acabo lo de tocar musica en clubes medio vacios. Se acabo lo de componer canciones en mi apartamento, unas canciones que nadie iba a escuchar. Volvi a la universidad. Saque un master en periodismo y acepte el primer trabajo que me ofrecieron, de periodista deportivo. En vez de perseguir mi propia fama, escribia acerca de los deportistas famosos que perseguian la suya. Trabajaba en plantilla en los periodicos y como free lance para las revistas. Trabajaba sin horario fijo, sin limite de tiempo. Me despertaba por la manana, me cepillaba los dientes y me sentaba a la maquina de escribir con la misma ropa con que habia dormido. Mi tio habia trabajado en una gran empresa y no le gustaba nada, todos los dias lo mismo, y yo estaba decidido a no acabar como el.

Trabaje en diversos lugares, desde Nueva York hasta Florida, y acabe aceptando un trabajo en Detroit como columnista del Detroit Free Press. En aquella ciudad tenian un apetito insaciable por el deporte -habia equipos profesionales de futbol americano, de baloncesto, de beisbol y de hockey sobre hielo-, tan insaciable como mi ambicion. Al cabo de pocos anos, no solo escribia columnas en la prensa, sino que tambien escribia libros de deportes, hacia programas de radio y salia con regularidad en la television, soltando mis opiniones sobre los jugadores de futbol americano ricos y sobre los programas hipocritas de becas deportivas de las universidades. Formaba parte de la tormenta informativa que empapa actualmente nuestro pais. Estaba muy solicitado.

Deje de alquilar. Empece a comprar. Me compre una! casa sobre una colina. Me compre coches. Inverti en acciones y reuni una cartera. Habia metido la directa, y todo lo que hacia estaba sujeto a un plazo de entrega, Hacia ejercicio como un poseso. Conducia mi coche a una velocidad temeraria. Ganaba mas dinero del que me habia figurado ver junto en mi vida. Conoci a una mujer de pelo oscuro llamada Janine que se las arreglaba para amarme a pesar de mi agenda de trabajo y de mis constantes ausencias. Nos casamos tras siete anos de noviazgo. Volvi al trabajo una semana despues de la boda. Le dije, y me dije a mi mismo, que un dia tendriamos hijos, cosa que ella deseaba mucho. Pero ese dia no llego nunca.

En vez de ello, me sumergi en los exitos, porque creia que los exitos me permitirian controlar las cosas, me permitirian apurar al maximo hasta el ultimo fragmento de felicidad antes de ponerme enfermo y morirme como habia muerto mi tio, lo que yo suponia que era mi sino natural.

?Y Morrie? Bueno, pensaba en el de vez en cuando, en las cosas que me habia ensenado acerca de «ser humanos» y de «relacionarse con los demas», pero era siempre a lo lejos, como si perteneciera a otra vida. Al cabo de los anos acabe tirando a la papelera el correo que recibia de la Universidad de Brandeis, suponiendo que no querian mas que pedir dinero. Por eso no me entere de la enfermedad de Morrie. Habia olvidado hacia mucho tiempo a las personas que podrian habermelo dicho, y sus numeros de telefono estaban enterrados en alguna caja guardada en el desvan.

Podria haber seguido asi si no hubiera sido porque, una noche, tarde, cuando yo hacia zapping ante el televisor, oi una cosa que me llamo la atencion…

El audiovisual

En marzo de 1995, una limusina que llevaba a Ted Koppel, presentador del programa de television «Nightline», de la ABC, aparco junto a una acera cubierta de nieve, ante la casa de Morrie, en West Newton, Massachusetts.

Morrie ya estaba permanentemente en silla de ruedas, se iba acostumbrando a que sus asistentes lo llevasen en vilo, como si fuera un saco pesado, de la silla a la cama y de la cama a la silla. Habia empezado a toser cuando comia, y masticar era para el una tarea penosa. Tenia muertas las piernas; no volveria a caminar jamas.

Pero se negaba a deprimirse. Por el contrario, Morrie se habia convertido en un pararrayos de ideas. Apuntaba sus pensamientos en blocs de hojas amarillas, en sobres, en carpetas, en trozos de papel. Escribia pensamientos filosoficos, del tamano de un bocado, sobre la vida a la sombra de la muerte: «Acepta lo que eres capaz de hacer y lo que no eres capaz de hacer»; «Acepta el pasado como pasado, sin negarlo ni descartarlo»; «Aprende a perdonarte a ti mismo y a perdonar a los demas»; «No des por supuesto que es demasiado tarde para comprometerte».

Al cabo de cierto tiempo, ya tenia mas de cincuenta de estos «aforismos», que compartia con sus amigos. A uno de estos amigos, tambien catedratico de la Universidad de Brandeis, llamado Maurie Stein, le cautivaron tanto aquellas palabras que se las envio a un periodista del Boston Globe, que vino a verlo y escribio un articulo largo sobre Morrie. El titular decia:

LA ASIGNATURA FINAL DE UN CATEDRATICO: SU PROPIA MUERTE

El articulo llamo la atencion de un productor del programa «Nightline», que se lo llevo a Koppel, en Washington D.C.

– Echa una ojeada a esto -dijo el productor.

En menos de lo que tarda en contarse, habia operadores de camara en el cuarto de estar de Morrie y la limusina de Koppel estaba aparcada ante la casa.

Algunos amigos y familiares de Morrie se habian reunido para recibir a Koppel, y cuando el famoso personaje entro en la casa todos murmuraron llenos de emocion; todos, menos Morrie, que se adelanto haciendo rodar la silla, arqueo las cejas y acallo el clamor con su voz aguda y cantarina.

– Ted, tengo que hacerte unas preguntas antes de acceder a que me hagas esta entrevista.

Hubo un momento embarazoso de silencio, y a continuacion se condujo a los dos hombres al estudio. Se cerro la puerta.

– Caramba -susurro un amigo de Morrie ante la puerta cerrada-. Espero que Ted no sea muy duro con Morrie.

– Espero que Morrie no sea muy duro con Ted -dijo otro.

Una vez dentro del despacho, Morrie indico a Koppel con un gesto que tomase asiento. Cruzo las manos sobre su regazo y sonrio.

– Dime algo que este proximo a tu corazon -dijo Morrie, para empezar.

– ?A mi corazon?

Koppel estudio al viejo.

– Esta bien -dijo, con precaucion, y hablo de sus hijos. Estaban proximos a su corazon ?no?

– Bueno -dijo Morrie-. Ahora, dime algo de tu fe.

Koppel se sentia incomodo.

– No suelo hablar de cosas asi con personas a las que acabo de conocer hace unos minutos.

– Ted, me estoy muriendo -dijo Morrie, mirando por encima de los cristales de sus gafas-. No dispongo de mucho tiempo.

Koppel se rio. Muy bien. La fe. Cito un pasaje de Marco Aurelio, algo que le producia una poderosa impresion.

Morrie asintio con la cabeza…

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