– Ahora, dejeme que le pregunte algo a usted -dijo Koppel-. ?Ha visto mi programa alguna vez?

Morrie se encogio de hombros.

– Dos veces, creo.

– ?Dos veces? ?Nada mas?

– No te preocupes. Solo he visto una vez el programa de Oprah.

– Bueno, y las dos veces que ha visto mi programa, ?que le parecio?

Morrie hizo una pausa.

– ?Sinceramente?

– ?Y bien?

– Pense que eras un narcisista.

Koppel se echo a reir.

– Soy demasiado feo para ser narcisista -dijo.

Al poco tiempo, las camaras estaban rodando ante la chimenea del cuarto de estar, donde estaba Koppel con su pulcro traje azul y Morrie con su jersey gris lanudo. Se habia negado a ponerse ropa elegante y a que lo maquillaran para la entrevista. Su filosofia decia que la muerte no debia ser una verguenza; no estaba dispuesto a maquillarla.

Como Morrie estaba sentado en la silla de ruedas, la camara no llego a captar sus piernas consumidas. Y como todavia era capaz de mover las manos -Morrie agitaba las dos manos siempre que hablaba-, manifestaba una gran pasion al explicar como se enfrenta uno con el final de la vida.

– Ted -dijo-, cuando empezo todo esto, me pregunte a mi mismo: «?voy a retirarme del mundo, como hace la mayoria de la gente, o voy a vivir?» Decidi que iba a vivir, o que al menos iba a intentar vivir, tal como quiero, con dignidad, con valor, con humor, con compostura.

«Algunas mananas lloro mucho y estoy de duelo por mi mismo. Algunas mananas estoy muy enfadado y muy amargado. Pero no dura demasiado. Despues, me levanto y me digo: «quiero vivir…»

»De momento, he sido capaz de hacerlo. ?Sere capaz de seguir asi? No lo se. Pero apuesto conmigo mismo a que lo sere.

Koppel parecia enormemente cautivado por Morrie. Le hizo una pregunta acerca de la humildad que inspiraba la muerte.

– Bueno, Fred -dijo Morrie por error-; quiero decir, Ted… -dijo en seguida, corrigiendose.

– Bueno, esto si que inspira humildad -dijo Koppel, riendose.

Los dos hombres hablaron del mas alla. Hablaron de como dependia Morrie cada vez mas de otras personas. Ya necesitaba ayuda para comer, para sentarse y para moverse de un lado a otro. Koppel pregunto a Morrie que era lo que mas temia de aquel deterioro lento e insidioso.

Morrie hizo una pausa. Pregunto si podia decir aquello en television.

Koppel le dijo que adelante.

Morrie miro directamente a los ojos del entrevistador mas famoso de los Estados Unidos.

– Bueno, Ted, algun dia, dentro de poco, alguien va a tener que limpiarme el culo.

El programa se emitio un viernes por la noche. Se abria con la imagen de Ted Koppel que hablaba desde detras de su mesa en Washington, con una voz resonante de autoridad.

– ?Quien es Morrie Schwartz -decia-, y por que, cuando termine esta velada, muchos de ustedes estaran interesados por el?

A mil quinientos kilometros de distancia, en mi casa sobre la colina, yo hacia zapping distraidamente. Oi aquellas palabras que salian del aparato: «?Quien es Morrie Schwartz?», y me quede petrificado.

Es nuestra primera clase juntos, en la primavera de 1976. Entro en el gran despacho y observo los libros, aparentemente innumerables, que cubren las paredes, una estanteria tras otra. Libros de sociologia, de filosofia, de religion, de psicologia. Hay una alfombra grande en el suelo de madera y una ventana que domina el paseo del campus. Solo hay una docena de estudiantes, mas o menos, que revuelven cuadernos y programas. La mayoria llevan pantalones vaqueros y zapatillas deportivas y camisas de franela a cuadros. Pienso para mis adentros que no sera facil fumarme una clase de tan pocos alumnos. Quizas no debiera matricularme en ella.

– ?Mitchell? -dice Morrie, leyendo la lista de alumnos.

Levanto una mano.

– ?Prefieres que te llame Mitch? ?O es mejor Mitchell?

Nunca me habia preguntado eso un profesor. Echo una segunda ojeada a aquel tipo con su jersey amarillo de cuello de cisne y sus pantalones de pana verdes,

con el pelo plateado que le cae sobre la frente. Esta sonriendo.

– Mitch -digo-. Mis amigos me llaman Mitch.

– Bueno, entonces te quedas con Mitch -dice Morrie, como quien cierra un trato-. Y, Mitch…

– ?Si?

– Espero que un dia me consideres amigo tuyo.

La orientacion

Cuando enfile con el coche alquilado la calle de Morrie en West Newton, un pueblo tranquilo de las afueras de Boston, llevaba una taza de cafe en una mano y sujetaba un telefono movil entre la oreja y el hombro. Estaba hablando con un productor de television, de un trabajo que estabamos preparando. Miraba alternativamente el reloj digital, mi vuelo de vuelta salia pocas horas despues, y los numeros de los buzones de aquella calle residencial bordeada de arboles. Llevaba encendida la radio del coche, en el canal de todo noticias. Asi funcionaba yo, haciendo cinco cosas al mismo tiempo.

– Rebobina la cinta -dije al productor-. Dejame oir esa parte otra vez.

– Muy bien -dijo el-. Tardara un momento.

De pronto, estaba ante la casa. Pise el freno, derramando cafe en mi regazo. Cuando se detuvo el coche, percibi una imagen pasajera de un gran falso platano y de tres figuras que estaban sentadas cerca del arbol en el camino de acceso a la casa, un hombre joven y una mujer de mediana edad entre los cuales estaba un anciano pequeno en una silla de ruedas.

Morrie.

Cuando vi a mi viejo profesor, me quede de piedra.

– ?Oye? -me dijo el productor al oido-. ?Se ha cortado?…

Вы читаете Martes Con Mi Viejo Profesor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×