deben preparar.

Volvio a sonar el telefono.

– ?Puedes hablar, Morrie? -pregunto Connie.

– Ahora estoy charlando con mi viejo amigo -anuncio-. Que vuelvan a llamar.

Yo no sabria decir por que me recibio con tanto calor. Me parecia muy poco al estudiante prometedor que se habia despedido de el hacia dieciseis anos. De no haber sido por el programa «Nightline», Morrie podria haberse muerto sin volver a verme. Yo no tenia ninguna buena excusa al respecto, sino la que parece tener todo el mundo en estos tiempos. Me habia dejado arrastrar demasiado por el canto de sirena de mi propia vida. Estaba ocupado.

?Que me ha pasado?, me pregunte a mi mismo. La voz aguda, acre, de Morrie me hizo recordar mis anos de universitario, cuando yo pensaba que la gente rica era mala, que la camisa y la corbata eran ropas carcelarias y que la vida sin libertad para ponerse en pie e ir adelante - sobre una moto, con el viento en la cara, paseando por las calles de Paris, adentrandose en las montanas del Tibet- no era en absoluto una buena vida. ?Que me ha pasado?

Habian pasado los ochenta. Habian pasado los noventa. Habia pasado la muerte, la enfermedad, engordar y quedarme calvo. Habia cambiado muchos suenos por unos ingresos mayores, y ni siquiera me habia dado cuenta de lo que hacia.

A pesar de lo cual, alli estaba Morrie hablando con la capacidad de asombro de nuestros anos de universidad, como si yo no hubiera hecho mas que tomarme unas largas vacaciones.

– ?Has encontrado a alguien con quien compartir tu corazon? -me pregunto.

«?Estas aportando algo a tu comunidad?

«?Estas en paz contigo mismo?

«?Estas procurando ser tan humano como te sea posible?

Yo estaba violento, intentando dar a entender que me habia enfrentado a fondo a estas cuestiones. ?Que me ha pasado? Hubo un tiempo en que me prometi a mi mismo que no trabajaria nunca por dinero, que me afiliaria al Cuerpo de la Paz, que viviria en sitios hermosos e inspiradores.

Por el contrario, llevaba ya diez anos viviendo en Detroit, trabajando en un mismo sitio, siendo cliente de un mismo banco, acudiendo a un mismo peluquero. Tenia treinta y siete anos; era mas eficiente que en la universidad, atado como estaba a los ordenadores, a los modem y a los telefonos moviles. Escribia articulos sobre deportistas ricos, a la mayoria de los cuales la gente como yo no les importaba lo mas minimo. Yo ya no era mas joven que mis companeros, ni tampoco andaba por ahi con sudaderas ni cigarrillos apagados en la boca. No mantenia largas discusiones sobre el sentido de la vida mientras comia sandwiches de ensalada de huevo.

Tenia ocupados mis dias, pero seguia insatisfecho durante buena parte del tiempo.

?Que me ha pasado?

– Entrenador -dije, de pronto, recordando el mote. Morrie sonrio abiertamente.

– Ese soy yo. Todavia soy tu entrenador.

Se rio y siguio comiendo, una comida que habia empezado hacia cuarenta minutos. Yo observaba que movia las manos con cautela, como si estuviera aprendiendo a servirse de ellas por primera vez. No era capaz de hacer fuerza con el cuchillo. Le temblaban los dedos. Cada bocado era una batalla; masticaba mucho la comida antes de tragar, y a veces se le derramaba por las comisuras de los labios, de modo que debia dejar lo que tenia en las manos para limpiarse la cara con una servilleta. Tenia la piel moteada de manchas desde la muneca hasta los nudillos, y la tenia flacida, como la piel que cuelga de un hueso de pollo con el que se ha hecho caldo.

Pasamos un rato sin hacer nada mas que comer asi, un viejo enfermo y un hombre mas joven sano, absorbiendo ambos el silencio de la habitacion. Yo hubiera dicho que se trataba de un silencio incomodo, pero parecia que el unico que estaba incomodo era yo.

– Morirse no es mas que una de las cosas que nos entristecen, Mitch -dijo Morrie de pronto-. Vivir infelices es otra cosa. Muchos de los que vienen a visitarme son infelices.

– ?Por que?

– Bueno, para empezar, la cultura que tenemos no hace que las personas se sientan contentas consigo mismas. Estamos ensenando cosas equivocadas. Y uno ha de tener la fuerza suficiente para decir que si la cultura no funciona, no hay que tragarsela. Uno tiene que crearse la suya. La mayoria de las personas no son capaces de hacerlo. Son mas infelices que yo, aun en la situacion en que me encuentro ahora.

«Aunque me este muriendo, estoy rodeado de almas llenas de amor y de carino. ?Cuantas personas pueden decir lo mismo?

Me asombro su falta absoluta de autocompasion. Morrie, que ya no podia bailar, ni nadar, ni banarse ni caminar; Morrie, que ya no podia salir a abrir la puerta de su propia casa, ni secarse despues de ducharse, ni siquiera darse la vuelta en la cama. ?Como podia aceptarlo todo de aquella manera? Lo vi luchar con el tenedor, intentando pinchar un trozo de tomate, fracasar en los dos primeros intentos: una escena patetica, pero yo no podia negar que el hecho de estar sentado en su presencia me proporcionaba una serenidad casi magica, la misma brisa calma que me tranquilizaba en los tiempos de la universidad.

Eche una mirada a mi reloj, la fuerza de la costumbre; se hacia tarde, y pense en cambiar la reserva del avion de vuelta. Entonces, Morrie hizo una cosa cuyo recuerdo me persigue hasta hoy.

– ?Sabes como voy a morirme? -me dijo.

Yo levante las cejas.

– Voy a ahogarme. Si. Mis pulmones no son capaces de afrontar la enfermedad, debido a mi asma. Esta ELA me va subiendo por el cuerpo. Ya se ha apoderado de mis piernas. Pronto se apoderara de mis brazos y de mis manos. Y cuando me llegue a los pulmones…

Se encogio de hombros,

«… estoy hundido.

Yo no tenia idea de que podia decir, de modo que dije:

– Bueno, sabes, quiero decir que… nunca se sabe.

Morrie cerro los ojos.

– Yo lo se, Mitch. No debes tener miedo a mi muerte. He llevado una buena vida, y todos sabemos lo que va a pasar. Me quedan tal vez cuatro o cinco meses.

– Vamos -dije, nervioso-. Nadie puede saber…

– Yo si puedo -dijo con voz suave-. Hasta hay una pequena prueba. Me la enseno un medico.

– ?Una prueba?

– Inspira varias veces.

Hice lo que me decia.

– Ahora, inspira una vez mas, pero esta vez, mientras espiras, cuenta en voz alta todos los numeros que puedas antes de volver a respirar.

Yo espire contando rapidamente.

– Uno-dos-tres-cuatro-cinco-seis-siete-ocho…

Llegue hasta el setenta antes de perder el aliento.

– Muy bien -dijo Morrie-. Tienes los pulmones sanos. Ahora bien. Mira como lo hago yo.

Inspiro, y despues empezo a contar con su voz suave y temblorosa.

– Uno-dos-tres-cuatro-cinco-seis-siete-ocho-nueve-diez-once-doce-trece- catorce-quince-dieciseis-diecisiete-dieciocho…

Вы читаете Martes Con Mi Viejo Profesor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×