cena y Chico se habia metido debajo de la mesa de la cocina, como solia hacer para estar lo mas cerca posible de su madre. A veces, cuando yo no sabia en que matar el tiempo, me iba al cuarto de la enana y husmeaba entre sus cajas y sus cofres. Me gustaba ver el chisporroteo de sus trajes de escena; y oler y acariciar las brazadas de suave muselina que habia en los arcones. El perfume de Airelai, un punzante aroma a musgo y bosque umbrio, habia impregnado todo su vestuario.
Aquella tarde, cuando baje al camerino, era la primera vez que me aventuraba sola en el cuarto de la enana despues del Gran Fuego. Aunque sabia que los cofres se habian salvado del incendio, me sorprendio comprobar que todo estaba intacto y que algo del mundo pasado sobrevivia en este. Lo que mas me conmovio fue poder ver de nuevo la cama baul de la enana. Levante con cuidado la tapa y ahi estaba todo, el lecho primorosamente preparado con sabanas bordadas, el almohadon de seda y el forro carmesi con las postales pegadas: la ballena surgiendo entre aguas espumosas, el dibujo minucioso y lleno de colorido de los dioses hindues, la foto de una cabana de piedra entre montanas, la mujercita antigua subida a la mesa, el retrato deslumbrante de la Estrella.
Me quede mirando esas postales durante mucho tiempo, intentando recordar como las contemple por primera vez y que senti al descubrirlas, cuando aun desconocia todo sobre ellas. Pero uno nunca puede rememorarse en la inocencia, esto es, en la ignorancia. Ahora me parecia increible que hubiera habido un tiempo en el que desconocia la existencia de la Estrella. ?Como me las habia arreglado para vivir sin estar segura, como ahora lo estaba, de la inevitable llegada de la felicidad? Suspire y hundi un dedo en la almohada de encajes: era suave y blanda. Tantee despues con el mismo dedo en el colchon, que era mucho mas firme. Sin pararme a pensarlo, llevada de un impulso, me descalce y meti una pierna dentro del baul. Entonces me pare a pensarlo y meti la otra. Siempre quise saber que se sentia dentro de ese cobijo rojizo y satinado que parecia tan confortable. Me sente en el lecho y luego me tumbe. El baul me venia chico y tenia que permanecer con las rodillas un poco dobladas, pero aun asi resultaba agradable. Estire la mano y baje la tapa curva sobre mi; no encajaba del todo porque chocaba con la pestana metalica de los cierres, de manera que dejaba alrededor una ranura como de un centimetro. Por ese hueco se colaba la luz al interior. Fuera, la luz del camerino venia de un feo tubo de neon pegado al techo: una iluminacion desalentada y livida. Pero al escurrirse esa claridad por la estrecha ranura de la tapa, y al rebotar contra el forro de seda color guinda, el interior adquiria un tono calido y rosado, una cualidad carnal y dulce. Suspire y musite mi palabra talisman, baba-baba-baba, sintiendome mejor de lo que me habia sentido desde hacia mucho tiempo. Los encajes de la almohada me rozaban las orejas y yo era una enana, pequena, muy pequena; y sabia que nada malo podria sucederme mientras me mantuviese dentro de esa penumbra circular, de ese aire tibio y nutritivo.
Entonces escuche unos pasos en la habitacion. Era alguien ruidoso y grande: no podia tratarse de Airela?. Me revolvi en el baul procurando no hacer ruido y atisbe muy inquieta por la ranura. Era Segundo, como yo me temia; Y solo tenerlo tan cerca, brutal y cenudo, me congelo la sangre. Le vi correr cofres para abrir un armario empotrado y luego vaciar el armario de focos y herramientas y cajones con cables. Quito entonces las baldas vacias y por ultimo dio un golpe al lienzo posterior del armario y abrio un pequeno hueco del que saco una maleta azul. La puso encima del tocador, hurgo en los cierres con una llave e hizo saltar los dos pestillos a la vez. Es- taba llena de dinero. La maleta estaba llena de billetes, muchos, muchisimos mas billetes que los que traia la enana cuando salia por las noches. Esto debia de ser lo que buscaban el Portugues y el Hombre Tiburon cuando vinieron a casa.
Saco Segundo cuidadosamente todos los fajos y cuando la maleta estuvo vacia manipulo en su interior y extrajo un panel, dejando al descubierto un doble fondo. Alli habia algo fino y rectangular semejante a una tableta de chocolate, solo que de color azul y aspecto gomoso. Segundo cogio la tableta y, con ayuda de un destornillador engancho unos cables y unas piezas oscuras al plastico azuloso, atornillandolo todo despues con gran cuidado a la maleta. Cubrio el artilugio con el fondo falso y el fondo con los fajos de billetes, cerro la tapa y echo los pestillos, y luego hubo de repetir, pero a la inversa, sus afanes primeros, y acarrear de aca para alla todos los bultos, los cables, los focos y los cofres hasta dejar de nuevo la maleta escondida en las secretas tripas del armario. Sudaba copiosamente Segundo despues de semejante esfuerzo: contemple por la ranura, muy cerca de mi escondite, su rostro carnoso y arrebolado, su cicatriz brutal. Yo tambien me encontraba empapada en un sudor frio: la maniobra habia llevado su tiempo y a esas alturas tenia el cuerpo acalambrado y los nervios locos.
Dio entonces el hombre media vuelta y se dirigio a la puerta, pero al pasar junto al baul tropezo con mis zapatos. Dio un traspies y blasfemo, mientras yo moria un poco dentro de mi encierro. Pero cuando recupero el equilibrio se desembarazo de las sandalias de un puntapie sin prestarles mas atencion, creyendo quiza que eran de Airelai; y al fin abandono el camerino con su paso furioso. Tarde en atreverme a salir del baul y cuando lo hice me temblaban tanto los brazos que apenas si pude levantar la tapa.
Segundo siempre habia sido un hombre dificil de tratar, pero ahora, desde su regreso, su humor era mas oscuro que nunca y su voluntad mas impredecible. Ahora siempre estaba nervioso: en tension, como esperando algo. Como un animal que teme ser cazado. Y al mismo tiempo, sin embargo, parecia mas seguro de si. Se atrevia a gritarle a dona Barbara y a desterrarla a su cama chiquita; y era el quien ahora gobernaba a no dudar la casa, con ordenes siempre contradictorias. Mezclaba el vigor cruel con la sospecha, la prepotencia con la inquietud; como no estabamos acostumbrados a este nuevo giro en su caracter, no sabiamos como protegernos ni ocultarnos de sus subitas iras.
Su presencia llego a ser tan fatigosa que Airelai decidio usar la magia contra el. Decia la enana que ella, directamente, carecia de poder contra Segundo. Que se conocian demasiado y que el hombre habia heredado de su padre corazas insalvables contra sus embrujos. Pero una tarde nos explico que hay un poder que poseen todas las mujeres aunque no lo sepan, que es el poder del transito a la vida y a la muerte, de la sangre y de lo que carece de palabras; asi como hay un poder que poseen todos los hombres incluso si lo ignoran, que es el poder del oxido y del hierro, de la causalidad y del territorio. Y que por lo tanto toda mujer que estuviera en la edad podia ejercer un influjo hechicero, con tal de conocer los procedimientos adecuados. Seria Amanda, concluyo Airelai, quien embrujaria a Segundo con su ayuda.
Amanda no estaba muy segura de ser capaz de hacerlo, porque nunca estaba segura de nada. No sabia si creia en los conjuros, pero tampoco sabia si no creia. Dudaba sobre todo de si misma y de su habilidad para procurarse una vida mejor. Tenia tanta desconfianza en el azar que pensaba que todo cambio solo podia ser para peor como demostraba el transcurrir de su propia existencia, la cual habia sido mala de nina, peor de adolescente, mucho peor cuando se hizo novia de Segundo, calamitosa despues de su boda, rondando la catastrofe en estos momentos. ?Ella, poder? No era posible, negaba Amanda obcecadamente abriendo y cerrando mucho sus ojos redondos.
Entonces la enana empezo a contarle historias de la fuerza innata de las mujeres; como se empanaban a veces los espejos cuando se asomaban a ellos hembras menstruantes; 0 como se marchitaban las plantas, se erizaban los gatos, se dormian en calma los ninos enfermos, se cortaban las salsas, se fundian las bombillas, se pudrian las manzanas, se secaban las heridas y se enmohecian las compotas si las tocaba una mujer sangrando.
– Y ademas -dijo al cabo Airelai-, si pusieras tanta voluntad en hacer el conjuro como la estas poniendo en decir que no, seguro que te saldria estupendamente.
Y ahi Amanda sonrio y se le sonrosaron las palidas mejillas; y bajo la cabeza y asintio.
Se trataba de un embrujo muy simple y muy comun, explico la enana, sobre todo en los pueblos del 139
Sur, en donde ella lo habia aprendido. Era el llamado sortilegio de alino, mediante el cual una mujer alinaba a las personas por medio de una toma de su menstruo. Bastaba con poner unas pocas gotas de la sangre, normalmente en una taza de cafe. La victima se la bebia sin advertir nada especial e inmediatamente su voluntad quedaba Jabada, como decian los surenos; esto es, atrapada y supeditada a la de la mujer menstruante.
– Yo no he podido comprobar personalmente este conjuro, porque, como sabeis, en mi vientre no cabe la cuenta de los meses -concluyo Airelai-. Pero tengo entendido que es muy eficaz, sobre todo si se ejerce contra un hombre y si la victima es el marido o el amante de quien hace el hechizo. Deberiamos probarlo, porque nada perdemos.
Y asi se hizo: esperaron hasta la siguiente regla de Amanda y aderezaron con unas cuantas gotas una de las innumerables copas de conac que se bebia Segundo. Se trago el hombre todo el vaso y luego dos o tres copas mas, ya limpias de sangre; y si bien no advirtio nada extrano en la bebida, tampoco parecio cambiar de comportamiento. Se fue a la cama igual de violento y de borracho que todas las noches.
A los pocos dias se hizo evidente que el embrujo no habia surtido el menor efecto. Segundo no solo no se