habia quedado Jabado, sino que ahora parecia estar aun mas desquiciado e iracundo. Entraba y salia de casa dando grandes portazos; se encerraba durante horas en el camerino vacio, en donde yo le imaginaba metiendo y sacando la maleta, contando y recontando su dinero. Se le iban dibujando unos grandes circulos morados en torno a los ojos y una noche interrumpio el espectaculo de magia que estaba haciendo y se pego con uno de los clientes.

– Te dije que yo no podia servir para esto -se lamentaba Amanda.

– Es que las chicas de ahora sois distintas -reflexionaba la enana-. Ya no funcionan las antiguas costumbres, ya no sirven los conjuros tradicionales. Es curioso: tu sangre ya no marchita y ya no cura. Sois seres mutantes.

De modo que todo seguia igual tras el fracaso de la magia: con la abuela cada vez mas encogida y Segundo cada vez mas grande.

– Escuchad a los pajaros, escuchad a los malditos pajaros -decia de vez en cuando dona Barbara.

Pero eran aviones, que bramaban sobre nuestras cabezas sin hacernos caso. Lo mismo que el sol, que ya ni siquiera se asomaba a nuestro patio. El verano marchaba hacia su fin, los dias se iban haciendo mas cortos y nuestro piso era un agujero de humedades y sombras. Amanda y Airelai ingeniaron arrimar la camita de la abuela a la ventana; abrieron la hoja, pusieron dos almohadas sobre el alfeizar y, como la temperatura era aun calida y buena, tumbaron a dona Barbara con la cabeza fuera, sobre las almohadas, de manera que podia contemplar, alla arriba del todo, en la desembocadura del patio, el cuadradito luminoso y azul del cielo inalcanzable. De vez en cuando cruzaba un avion por ese recuadro transparente; y dona Barbara, sin decir ni palabra, lo senalaba melancolicamente con el dedo.

Dona Barbara empeoraba. Las manos le temblaban y la cabeza se le habia llenado de unas ideas tan oscuras como sus ojos. Un dia, por ejemplo, se empeno en celebrar su cumplemuertes. Se desperto muy temprano, llamo a la enana y a Amanda y les obligo a comprar una tarta y a hacer una jarra de chocolate espeso.

Airelai adorno el cuarto de la abuela con farolillos de papel y serpentinas, y engancho una tira de encaje barato, de ese que venden por metros en las mercerias, alrededor de la cama. Esto habia sido idea de la abuela, que decia que el encaje era un ornamento muy apropiado porque recordaba la orla de las esquelas. Cuando todo estuvo dispuesto celebramos la fiesta. Apagamos la tarta, que tenia un solo cirio encendido en el medio, y nos la comimos. Estaba muy buena, lo mismo que el chocolate que habia preparado Amanda. Chico y yo encendimos bengalas: chisporroteaban en nuestras manos, un fuego dulce que no quemaba.

– Ha sido un cumplemuertes muy bonito -dijo la abuela con voz cansada-. Me gustaria haber acertado. Me gustaria morirme tal dia como hoy dentro de un ano.

– ?Que ideas tan morbosas! -protesto Amanda, estremeciendose.

La abuela fruncio el ceno: vi que le habia molestado el comentario. Se incorporo con esfuerzo sobre un codo y sus ojos relumbraron una vez mas con luces negras:

– ?Tu que sabes! ?Tu que sabes! Solo quiero un ano mas. Eso es todo lo que pido. ?Ojala tuviera un ano! Y no te sientas tan segura: tal vez este no sea mi cumplemuertes, pero puede ser el tuyo. Porque todos tenemos uno, a todos nos espera esa hora oscura… Incluso a ella -dijo, volviendose hacia mi: hablaba con furia, como si estuviera enfadada conmigo-. Incluso las ninas como tu se hacen viejas y se acaban…

Resoplo y se dejo caer en la cama, agotada. Chico y yo nos echamos a reir porque la abuela ya no daba miedo, y ahora resultaba graciosa cuando se irritaba. Asi que nos reimos, con los brazos en cruz y las bengalas llenando de estrellas nuestras manos. De esa manera se acabo la ultima fiesta.

Despues de aquel dia dona Barbara empeoro bastante. Apenas si hablaba; se pasaba las horas contemplando el rectangulo del cielo y dormitando. Y en ocasiones murmuraba:

– Agua. Y lo decia con mucha finura y sentimiento, como quien nombra a una persona amada. Las primeras veces Amanda le dio de beber, pero no se trataba de eso.

– Si pudieramos llevarla al mar, o al menos a un lago -interpreto la enana.

Pero habian vuelto a cerrar el parque, poco despues de inaugurarlo, y el Barrio estaba a cientos de kilometros de la costa mas cercana. Entonces Airelai confecciono una cruz con unas cuantas cerillas grandes de madera y luego le prendio fuego. Era, explico, un hechizo contra el ardor del aire y la fiebre de la tierra, un conjuro de agua y de humedades. Y, en efecto, poco despues de que la cruz se consumiera comenzo a llover; y al dia siguiente, y esto fue lo importante, aparecieron tres o cuatro obreros con sus maquinas grandes y se pusieron a levantar el pavimento en la pequena plazoleta que habia en lo alto de nuestra calle.

– Van a hacer una fuente, una fuente de adorno -vino a decirnos Chico sin aliento en cuanto se entero de la noticia.

El martillo neumatico sonaba como una ametralladora y la pala excavadora como un tanque, y en conjunto el estruendo era tan formidable que parecia que habia estallado una guerra a pocos metros de la casa. Ya no podian escucharse los aviones y el mundo trepidaba de tal modo que los dientes te castaneteaban contra el cristal cuando intentabas beber un vaso de agua, asi que empezamos a pensar que esta vez la enana se habia excedido con su conjuro. Pero la obra iba deprisa: en pocos dias ya habian hecho un agujero enorme y despues lo recubrieron de cemento y lo alisaron. Y una manana nos despertamos en medio de un silencio sepulcral, casi ensordecedor por lo inusitado; bajamos a ver que sucedia y descubrimos que los obreros habian desaparecido llevandose consigo todas sus maquinas grasientas y humeantes, aunque la fuente no parecia terminada. Mas que fuente era en realidad un estanque circular de poco calado; tenia un reborde simple de hormigon y estaba cubierto de un palmo de agua negra. En el centro de la circunferencia habia una peana cuadrada de cemento de la que sobresalian unos cuantos hierros ya oxidados y unos tubos de plastico. A unos metros de la fuente, apoyado contra el muro entre un sembrado de cascotes, habia un rudimentario pez de piedra artificial que probablemente estaba destinado a ir, con su bocaza abierta, sobre la peana de hormigon.

Esperamos unos cuantos dias por ver si regresaban los obreros, pero la fuente seguia abandonada. El pez perdio enseguida sus aletas a pedradas y ahora parecia un mojon de carretera provisto de ojos; en cuanto al agua, estaba espesa y polvorienta, erizada de botes y basuras. Un perrillo sin dueno bebio dos lametones y se alejo dando tumbos, como borracho; y ni siquiera el pajaro mas estupido se atrevia a mirarse en su superficie. Pero no habia mas agua que esa en las proximidades y el tiempo apremiaba; asi que una tarde vestimos a la abuela con uno de los dos trajes que Segundo le habia comprado tras el incendio, una oscura y triste ropa de anciana, muy distinta de los hermosos vestidos que antes tuvo; y nos bajamos con dona Barbara a ver el estanque.

No dijo nada, pero se que le gusto. Y algunas tardes, cuando se encontraba con suficientes fuerzas, me pedia que la acompanara hasta la fuente. La pileta estaba cada vez mas puerca e incluso olia, pero me parece que la abuela debia de estar mirando otra cosa cuando miraba el agua estancada. Los ojos de dona Barbara estaban empezando a cubrirse con una pelicula azulada, como los ojos de los recien nacidos; y ahora era capaz de clavar su mirada humeda y brumosa sobre un objeto y dejarla ahi quieta durante mucho tiempo sin tan siquiera parpadear. Asi, de esa manera impavida y estatuaria, contemplaba dona Barbara la superficie de la fuente en los atardeceres; y mientras yo, que me aburria, contaba las latas arrugadas de cerveza, los papeles medio deshechos y los plasticos que sobrenadaban en el charco, ella debia de estar reconociendo en su memoria el reflejo liquido del sol, ese chispazo de oro que resbalaba perezosamente, pese a todo, en la superficie gelatinosa, polvorienta y negra del agua podrida.

Chico estuvo fuera de casa, cuando se fue, durante dia y medio. Chico no hablaba mucho; atendia a sus pequenos negocios, tomaba el sol o la sombra en el portal y veia pasar la vida sin hacer muchos gestos. A veces parecia tonto y generalmente no parecia nada: quiero decir que no te parabas a pensar en el ni a mirarlo dos veces. Pero yo sabia que no era estupido y que tenia una memoria de elefante. Yo iba creciendo y aquel verano pegue un estiron de tal calibre que levante los ojos por encima del marco del espejo del club; pero Chico seguia estando siempre como estaba y se me iba quedando alla abajo, como por el final de las costillas. Yo creo que toda la energia se le iba en recordar y que por eso no crecia. Por ejemplo, se aprendia las matriculas de los coches de memoria, para saber si rondaban el Barrio gentes nuevas; y sabia cuando entraba y cuando salia cada vecino, sus itinerarios acostumbrados, las horas y el cariz de sus rutinas.

Actuaba asi porque sentia la necesidad de conocerlo y controlarlo todo, ya que cualquier cambio, por pequeno que fuera, le aterraba. Por eso su huida resulto en el tan extraordinaria, incluso heroica; la causa que le obligo a escapar tuvo que ser sin duda muy poderosa, pero el nino jamas llego a contarnos el porque de su acto. Una tarde, sin embargo, despues de ablandarle con el regalo de unas cuantas varas de regaliz y de media pastilla de chocolate blanco, que era su debilidad, Chico me conto, si no la razon de su fuga, si lo que sucedio durante aquel

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