palabras nunca eran hueras, estupidas ni ignorantes. Asi hablaba un hombre, pensaba Nafai cuando era pequeno, de forma que practicaba un estilo elegante y se esmeraba por aprender el emeznetyi clasico, ademas del bassyat coloquial que era el idioma de las artes y el comercio de Basilica. Ultimamente Nafai habia comprendido que para comunicarse con la gente real tenia que hablar el idioma comun, pero los ritmos y melodias del emeznetyi aun se traslucian en sus escritos y su habla. Incluso en las estupidas bromas que provocaban la ira de Elemak.

—Acabo de comprender una cosa —dijo Nafai.

Issib no respondio. Iba tan adelante que Nafai no supo si le habia oido. Pero Nafai continuo de todos modos, hablando en voz aun mas baja, quiza porque solo se lo decia a si mismo.

—Creo que digo esas cosas que enfurecen tanto a los demas no por ganas de molestar, sino porque se me ocurre un modo ingenioso de expresarlas. Es como un arte, pensar en el modo perfecto de expresar una idea, y cuando lo piensas tienes que decirlo, porque las palabras no existen hasta que las dices.

—Un arte bastante endeble, Nyef, y te aconsejaria que lo abandones antes de que alguien te mate por su causa. Vaya, Issib si estaba escuchando.

—Para ser un sujeto tan fuerte y robusto, tardas bastante en subir por el Camino del Risco hasta la Calle del Mercado —comento Issib.

—Estaba pensando.

—Tendrias que aprender a pensar y caminar al mismo tiempo.

Nafai llego a la cima, donde Issib aguardaba. De verdad estaba remoloneando, penso. Ni siquiera me falta el aliento.

Pero como Issib se habia detenido, Nafai tambien se demoro, volviendose como Issib para mirar camino abajo. El Camino del Risco tenia un nombre atinado, pues cruzaba un risco que descendia hacia la vasta e irrigada llanura de la costa.

Era una manana clara, y desde esa altura alcanzaban a ver el oceano. Retazos multicolores de granjas y huertos, con costurones de carreteras y nudos de ciudades y aldeas, se extendian como una colcha entre las montanas y el mar. Por el Camino del Risco subia una larga fila de granjeros que se dirigian al mercado con largas hileras de animales de carga. Si Nafai e Issib se demoraban diez minutos mas, tendrian que continuar la marcha en medio del bullicio y el hedor de caballos, asnos, musias y kurelomi, el sudor de los hombres y el cuchicheo de las mujeres. En otros tiempos habria sido placentero, pero Nafai habia viajado con ellos bastantes veces para saber que el sudor y los cuchicheos eran siempre iguales. No todo lo que viene de un jardin es una rosa.

Issib se volvio hacia el oeste y Nafai lo imito, para ver un paisaje que era todo lo contrario: la escabrosa y rocosa meseta del Besporyadok, el yermo que se extendia hacia occidente. Mil poetas cantaban que el sol se elevaba del mar, aureolado por astillas de luz que bailaban en las aguas, y se ponia en una roja llamarada en el oeste, perdiendose en el polvo del desierto. Pero Nafai siempre pensaba que, a juzgar por el clima, el sol debia de ir en sentido contrario. No llevaba agua del oceano a la tierra, sino fuego seco del desierto al mar.

Los granjeros que se dirigian al mercado se acercaban, y ya se oian los arrieros y los asnos. Los hermanos reanudaron la marcha hacia Basilica, cuya muralla de roca roja fulguraba con los primeros rayos del sol. Basilica, donde las boscosas montanas del norte se juntaban con el desierto del oeste y el fecundo litoral del este. Los poetas celebraban ese lugar: Basilica, Ciudad de las Mujeres, Puerto de las Brumas, Rojo Jardin del Alma Suprema, el refugio donde todas las aguas del mundo confluian para concebir nuevas nubes, para derramar agua fresca sobre la tierra.

O, como decia Mebbekew, la mejor ciudad del mundo para follar.

El camino que unia la Puerta del Mercado de Basilica con la casa de Wetchik no habia cambiado en todos esos anos: Nafai notaba hasta el cambio de una piedra. Pero cuando Nafai cumplio los trece, llego a un punto de inflexion que altero el significado de ese camino. A los trece anos, incluso los ninos mas promisorios iban a vivir con el padre y abandonaban para siempre su educacion. Solo se quedaban los que se proponian rechazar los oficios viriles para transformarse en sabios. Al cumplir ocho anos Nafai rogo que le dejaran vivir con su padre, pero a los trece cambio de parecer. No, no he decidido ser sabio, decia, pero tampoco he decidido lo contrario. ?Por que he de decidir ahora? Dejame vivir contigo, Padre, si es necesario… pero tambien dejame quedarme en la escuela de Madre hasta que las cosas se aclaren. No me necesitas en tu trabajo tal como necesitas a Elemak. Y no quiero ser otro Mebbekew.

Asi, aunque el camino que unia la casa de Padre con la ciudad no habia cambiado, ahora Nafai lo recorria en direccion contraria. Ahora el trayecto no iba desde la casa de Rasa hasta la campina, sino desde la casa de campo de Wetchik hasta la ciudad. Aunque tenia mas pertenencias en la ciudad —todos sus libros, papeles, herramientas y juguetes— y a menudo dormia alla tres o cuatro de las ocho noches de la semana, su hogar estaba en la casa de Padre.

Lo cual era inevitable. Ningun hombre podia afirmar que en Basilica algo le pertenecia: todo era obsequio de una mujer. Ni siquiera un hombre como Padre, que tenia buenas razones para sentirse seguro de su companera de muchos anos, se sentia a sus anchas en Basilica, debido al lago. El profundo valle en el corazon de la ciudad —la razon de la existencia de la ciudad— ocupaba la mitad de la superficie de Basilica, y nadie podia visitarlo, ningun hombre podia internarse en el bosque circundante lo suficiente para vislumbrar esas aguas brillantes. Si eran brillantes. Por lo que sabia Nafai, el valle era tan profundo que el sol jamas tocaba las aguas del lago de Basilica.

Ningun lugar puede ser tu hogar si alberga un sitio donde esta prohibido entrar. Ningun hombre puede ser un verdadero ciudadano de Basilica. Y yo me estoy volviendo un extrano en casa de mi madre.

En el pasado Elemak habia hablado de ciudades donde los hombres poseian todo, lugares donde los hombres tenian muchas esposas y las esposas no tenian opciones en cuanto a la renovacion del contrato de matrimonio, e incluso de una ciudad donde ni siquiera habia matrimonio, sino que cualquier hombre podia aduenarse de cualquier mujer y ella no podia rechazarlo a menos que ya estuviera encinta. Nafai se preguntaba si estas historias eran veridicas. ?Por que las mujeres iban a resignarse a semejante trato? ?Era posible que las mujeres de Basilica fueran mucho mas fuertes que las de otros lugares? ?O los hombres de este lugar eran mas debiles o mas timidos que los de otras ciudades?

La pregunta cobro un caracter subitamente apremiante.

—?Alguna vez has dormido con una mujer, Issya? Issib no respondio.

—Solo preguntaba —dijo Nafai. Issib guardo silencio.

—Trato de entender que tienen de maravilloso las mujeres de Basilica para que un hombre como Elya regrese siempre aqui cuando podria vivir en uno de esos sitios donde los hombres actuan siempre a su antojo.

Solo esta vez Issib respondio.

—En primer lugar, Nafai, no hay ningun sitio donde los hombres actuen siempre a su antojo. Hay sitios donde los hombres fingen que actuan a su antojo y las mujeres fingen que se lo permiten, asi como las mujeres fingen que actuan a su antojo y los hombres fingen que se lo permiten.

Era una reflexion interesante. A Nafai nunca se le habia ocurrido pensar que quiza las cosas no fueran tan claras y sencillas como parecian. Pero Issib no habia concluido y Nafai quiso oir el resto.

—?Y en segundo lugar?

—En segundo lugar, Nyef, Madre y Padre me encontraron una instructora hace varios anos y, para ser franco, no es tan sensacional como dicen.

No era lo que Nafai queria oir.

—Meb opina lo contrario.

—Meb no tiene cerebro —dijo Issib—, solo va hacia donde lo conduce su parte mas protuberante. A veces eso significa que sigue a su nariz, pero habitualmente no.

—?Como fue?

—Agradable. Ella era muy tierna, pero yo no la queria —comento Issib con cierta tristeza—. Era como dejarse hacer algo, en vez de hacer algo juntos.

—?Eso fue por…?

—?Porque soy invalido? En parte, quizas, aunque ella me enseno como brindarle placer y dijo que lo hacia asombrosamente bien. Quiza tu lo disfrutes como Meb.

—Espero que no.

—Madre dijo que los mejores hombres no gozan mucho con su instructora, porque los mejores hombres no

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