Hildegrin. ?Cuan cerca habia llegado a estar de Apu-Punchau antes de fundirme con el? ?Cinco codos? ?Tres anas? No habia ninguna certeza. Pero sin duda no era un misterio que Famulimus me hubiera dicho que no intentara destruirlo; si me acercaba lo bastante para dar un golpe nos fundiriamos en uno solo, y el, que tenia en ese universo raices mas hondas, me apabullaria como iba a apabullarlo yo en el futuro inconcebiblemente lejano en que viajaria al lugar con Dorcas y Jolenta.
Sin embargo, si yo hubiera tenido necesidad de misterio (como por cierto no era el caso), lo habria habido de sobra. La Fuente Blanca ya brillaba, eso parecia seguro, pues de lo contrario yo no habria sido capaz de llegar a ese lugar antiguo ni de curar a los enfermos. ?Por que, entonces, no habia podido entrar en los Corredores del Tiempo como hiciera desde el monte Tifon? Habia dos explicaciones probables.
La primera era, simplemente, que en el monte Tifon el miedo me habia espoleado. En las crisis somos mas fuertes, y aquel dia los soldados de Tifon avanzaban hacia mi sin duda para matarme. Sin embargo ahora me enfrentaba con otra crisis, porque en cualquier momento Apu-Punchau podia levantarse y abalanzarse sobre mi.
La segunda era que el poder y la luz que yo recibia de la Fuente Blanca disminuian cuando ella se alejaba. En la epoca de Tifon tenia que haber estado mucho mas cerca de Urth que en la de Apu-Punchau; pero si en verdad habia disminuido tanto, el curso de un dia apenas cambiaria las cosas, y con mi otra personalidad viva y tan cerca, un dia era la mayor esperanza que cabia en mi. Tendria que huir lo antes posible y esperar en otra parte.
Fue el dia mas largo de mi vida. De haber estado simplemente aguardando el ocaso, habria podido recrearme recordando la maravillosa manana de mi caminata por la Via de Agua, los cuentos oidos en el lazareto de las Peregrinas o las breves vacaciones junto al mar que una vez habia compartido con Valeria. Lo cierto es que no me atrevi; y cada vez que bajaba la guardia me encontraba la mente abocada por cuenta propia a cosas horribles. Una vez fui encerrado por Vodalus en el zigurat de la jungla y pase el ano entre los ascios, la huida de los lobos blancos en la Casa Secreta y mil espantos similares, hasta que al cabo me parecio que un demonio deseaba que rindiese mi miserable existencia a Apu-Punchau, y que el demonio era yo.
Lentamente los ruidos del pueblo de piedra fueron muriendo. La luz, que antes habia provenido de la pared mas cercana a mi, ahora entraba por la del altar en donde yacia Apu-Punchau, cortando la tiniebla con laminas de oro repujado metidas en los resquicios.
Al fin se extinguio. Me levante, con todas las coyunturas rigidas, y empece a tantear la pared buscando puntos debiles.
La habian construido con piedras ciclopeas, y otras menores incrustadas entre ellas. Estaban tan firmemente asentadas que tuve que probar mas de cincuenta antes de encontrar una que pudiera sacar; y comprendi que para pasar al otro lado tendria que desplazar una de las piedras grandes.
Ya la piedra pequena me exigio una guardia al menos de esfuerzos y tironeos. Raspe con un cuchillo de jaspe el barro de los cantos, y en el intento rompi ese cuchillo y tres mas. En un momento abandone disgustado la tarea y trepe la pared como una arana, esperando encontrar en el techo una manera mas facil de escapar, como la paja en la estancia de los magos. Pero la cupula era tan solida como los muros, y salte de nuevo al suelo a ensangrentarme los dedos con la piedra suelta.
De pronto, cuando parecia que no iba a desprenderse nunca, la piedra resbalo hasta suelo con un golpeteo. Durante cinco largos alientos espere paralizado, temiendo que Apu-Punchau se despertara. Por lo que pude juzgar, nunca se movio.
Pero otra cosa se estaba moviendo. La inmensa piedra de arriba empezaba a inclinarse a la izquierda. El barro seco crujio, como hielo que se quiebra en el silencio, y cayo a mi alrededor tableteando.
Retrocedi. Hubo un chirrido como de muela y una segunda lluvia de barro. Me hice a un lado y la gran piedra cayo estrepitosamente, dejando en su lugar un tosco circulo negro lleno de estrellas.
Mire una y me reconoci: un alfilerazo de luz casi perdido en la bruma opalina de otros diez mil.
Esta claro que habria tenido que esperar; era muy posible que una docena de grandes piedras siguiesen a la primera. Un salto me llevo a la caida, otro a la abertura en la pared, un tercero a la calle. Por supuesto, el ruido habia despertado a la gente; oi las voces airadas; por las puertas vi el tenue fulgor rojo de las ascuas sopladas por las mujeres, mientras los maridos buscaban a tientas lanzas y mazas dentadas.
No me importo. A mi alrededor se extendian los Corredores del Tiempo, ondulantes prados techados por el cielo bajo del Tiempo, susurrando con los arroyos que se rizan desde el mas hasta el menos sobrenatural de los universos.
Junto a uno de esos arroyos se agitaban las brillantes alas de la pequena Tzadkiel. A orillas de otro se apresuraba el hombre verde. Elegi uno que corria solitario como yo y me deje llevar. Detras de mi, sobre una linea que rara vez existe, Apu-Punchau, Cabeza del Dia, salio de la casa y se agacho a comer el maiz hervido y la carne asada que le habian dejado. Yo tambien tenia hambre. Lo salude con la mano y no lo vi mas.
Cuando volvi al mundo llamado Ushas, me encontre en una playa de arena —la playa que habia dejado al sumergirme en el mar en busca de Juturna— y, me parecio, casi en el mismo lugar y en el mismo momento.
Caminando por la arena mojada, a cincuenta codos paso un hombre con pescado ahumado en un plato de madera. Lo segui, y veinte pasos despues lo vi llegar a un cenador chorreante de espuma de mar pero envuelto en flores silvestres. Alli dejo el plato en la arena, dio dos pasos atras y se arrodillo.
Acercandome, le pregunte en la lengua de la Comunidad quien iba a comerse el pescado.
Se volvio a mirarme; lo note sorprendido de ver que yo era un forastero.
—El Durmiente —dijo—. El que duerme aqui y tiene hambre.
—?Quien ese Durmiente? —pregunte.
—El dios solitario. Se lo siente aqui, siempre durmiendo, siempre hambriento. Traigo pescado para mostrarle que somos amigos suyos, para que cuando se despierte no nos devore.
—?Lo sientes ahora? —pregunte.
Sacudio la cabeza. —Hay veces que es mas fuerte; tan fuerte que a la luz de la luna lo vemos aqui acostado, aunque cuando nos acercamos desaparece. Hoy no lo sentia para nada.
—?Sentias?
—Ahora si —dijo—. Desde que ha llegado usted. Me sente en la arena y tome un gran trozo de pescado, invitando al hombre a que me acompanara. El pescado estaba tan caliente que me quemo los dedos; asi supe que lo habian cocido cerca. El hombre se sento, pero no empezo a comer hasta que yo se lo indique.
—?Siempre eres el encargado? Asintio.
—Todos los dioses tienen a alguien; hombre para un dios, mujer para una diosa.
—Sacerdotes o sacerdotisas. Volvio a asentir.
—No hay mas Dios que el Increado, y todos los demas son criaturas suyas. —Incluso Tzadkiel, tuve la tentacion de anadir.
—Si —dijo el. Y aparto la cara porque no deseaba, creo, ver mi expresion si me habia ofendido—. Asi es para los dioses, cierto. Pero para las criaturas humildes como los hombres, posiblemente hay dioses menores. Para los hombres pobres y desgraciados estos dioses son muy eminentes. Nos esforzamos por complacerlos.
Sonrei mostrando que no me habia enfadado. —?Y que hacen esos dioses menores para ayudar a los hombres?
—Cuatro dioses hay.
El sonsonete me indico que el hombre habia recitado esas palabras muchas veces, sin duda ensenando a ninos.
—Primero y mas grande es el Durmiente, un dios hombre. Siempre tiene hambre. Una vez devoro toda la tierra, y si no lo alimentamos quiza lo vuelva a hacer. Aunque el Durmiente se ha ahogado, no puede morir; y asi duerme aqui en la playa. Al Durmiente pertenecen los peces: para pescar has de pedirle permiso. Yo pesco para el peces de plata. La tempestad es su ira, la calma su caridad.
?Me habia convertido en el Oannes de esa gente! —El otro dios-hombre es Odilo. Suyas son las tierras del fondo del mar. Ama el aprendizaje y la conducta recta. Odilo enseno a los hombres a hablar y a las mujeres a escribir. Es el juez de dioses y hombres, pero a nadie castiga que no peque tres veces. Una vez sostuvo la copa del Increado. Rojo es su vino. Vino es lo que el hombre le ofrece.
Yo habia tardado un aliento en recordar quien era Odilo. De pronto me di cuenta de que la Casa Absoluta y nuestra corte era ahora el marco de una borrosa pintura, con el Increado como Autarca. Dado lo que habia