– ?Y en que deberia pensar entonces? -pregunto Brunetti, haciendo un esfuerzo para mostrarse curioso, no ofendido.

– Por lo que se refiere a Fontana -admitio Brusca-, quiza si que pudieras pensar en amor, amor, amor. Por lo menos, si nos atenemos a lo que he oido decir. Pero, en lo que atane a Su Senoria, seria mas acertado pensar en dinero, dinero, dinero. -Brusca suspiro y dijo con voz grave-: Pienso que a muchas personas les interesa mas el dinero que el amor. O que el sexo.

Por atractiva que fuera la idea de ahondar en la tesis, a Brunetti le interesaba mas obtener informacion, y pregunto:

– ?Y una de esas personas es la jueza Coltellini?

Disipado definitivamente su aire festivo, Brusca dijo con gesto y tono sombrios:

– Viene de familia codiciosa, Guido. -Brusca hizo una pausa y agrego, como si revelara un misterio que acababa de resolver-: Es curioso. Pensamos que el amor a la musica se hereda, o el don para la pintura. ?Y por que no va a heredarse la codicia? -Ante el silencio de Brunetti, pregunto-: ?Nunca lo has pensado, Guido?

– Si -respondio Brunetti. Y asi era.

– Aja -se permitio exclamar Brusca, y entonces, abandonando lo general por lo particular, prosiguio-:

Su difunto abuelo era codicioso, y su padre lo es todavia. Ella ha heredado el caracter, podriamos decir que le viene de casta. Si su madre no hubiera muerto, yo diria que la jueza no se privaria de venderla si se presentaba la ocasion. -Subrayo sus palabras con un vigoroso gesto de asentimiento.

– ?Tu has tenido algun problema con ella?

– Ninguno, en absoluto -dijo Brusca, visiblemente sorprendido por la pregunta-. Yo estoy siempre en mi despachito de la Commune, manteniendo al dia los expedientes de los empleados: cuando ingresan, cuanto ganan, cuando se jubilan. Yo hago mi trabajo, y la gente viene a verme y me cuenta cosas. De vez en cuando, llamo por telefono. Para poner en claro alguna duda. A veces me sorprenden las respuestas que dan, y entonces me cuentan algo mas sobre el caso, o me cuentan otras cosas. Y a la gente no se le ocurre dejar de responder a mis preguntas porque, en el transcurso de los anos, han llegado a convencerse de que mi cometido consiste en preguntarlo todo.

– Y la gente confia en que tu haras que estas cosas salgan del Tribunale.

Brusca asintio, pero lo hizo con tanta solemnidad que Brunetti no pudo menos que preguntar:

– ?Porque tu tienes puro el corazon y limpias las manos?

Brusca se rio, y el ambiente se despejo.

– No; porque las preguntas que yo hago son tan rutinarias y tediosas que a nadie se le ocurriria no decirme la verdad.

– He ahi una tecnica que me gustaria dominar -dijo Brunetti.

4

La despedida fue amistosa, aunque extrana, ya que ambos se abstuvieron de hacer alusion al hecho de que Brusca no habia explicado por que habia venido a ver a Brunetti ni lo que deseaba que este hiciera con la informacion que le habia dado. Como Brusca habia hecho hincapie en que Coltellini era una mujer avida de dinero, era evidente que cobraba de las personas cuyos casos eran aplazados. Pero que fuera evidente no lo hacia cierto ni demostrable ante un tribunal.

Lo que Brunetti no veia claro era el motivo de la implicacion de Fontana. Amor, amor, amor no parecia causa suficiente para que un «hombre de bien» se dejara corromper. Pero nunca lo parece, ?o si?

Al cabo de tantos anos, eran ya pocas las veces en que la revelacion de una nueva estratagema por la que sus conciudadanos conseguian escapar por las rendijas de la ley movian a Brunetti a la indignacion. En algunos casos -aunque esto no lo habria confesado-, mal que le pesara, hasta sentia admiracion por el ingenio que mostraba esa gente, especialmente cuando se trataba de eludir una ley que el consideraba injusta ode salir de una situacion francamente demencial. Si se programaban los semaforos para que cambiaran con mas rapidez que la estipulada por las ordenanzas de trafico, a fin de que la policia se repartiera el dinero extra recaudado en multas con los encargados de programar los temporizadores, ?quien sino un iluso pensaria que era un crimen sobornar a un policia? Si en el Parlamento se sentaban docenas de encausados, ?quien podia creer en el imperio de la ley?

No se puede decir que Brunetti estuviera escandalizado por la supuesta conducta de la jueza Coltellini, pero si estaba sorprendido, especialmente porque se trataba de una mujer. A pesar de que Brunetti se servia de estadisticas para fundar su conviccion de que las mujeres delinquen menos que los hombres, en el fondo su creencia se basaba en su propia educacion y experiencia. Lo que el consideraba el orden natural de las cosas - caso de que las insinuaciones de Brusca fueran ciertas- habia sido subvertido por partida doble.

Manteniendo presentes las sugerencias de Brusca, Brunetti extendio los papeles sobre la mesa y los examino de nuevo. Tomando como referencia el nombre de Coltellini, vio que la jueza era mencionada varias veces en cada una de las cuatro hojas. Su nombre aparecia junto al de seis numeros de casos. Abrio el cajon central de la mesa y saco varios iluminadores. Empezando por la parte superior de la primera hoja, marco con iluminador verde su nombre la primera vez que este aparecia en el primer caso, y utilizo el mismo color en toda la lista para senalar las sesiones del caso que ella habia presidido. Otro tanto hizo con el caso siguiente, que senalo en rosa. El tercero, en amarillo; el cuarto, en naranja; el quinto tuvo que marcarlo con lapiz; y el sexto, con boligrafo rojo.

Los «verdes» habian comparecido solo tres veces; la segunda comparecencia tuvo lugar en la fecha consignada en la columna de «Resultado» de la primera comparecencia, y la tercera, en la fecha senalada en la de la segunda. No obstante, todo el proceso habia llevado dos anos. En el caso «rosa» se habian respetado todas las fechas senaladas para cada sesion, de las que se habian celebrado seis, con intervalos de seis meses como minimo. A Brunetti le habria gustado saber de que trataba el caso. ?Que era lo que habia costado tres anos decidir?

La pista «amarilla» era mas reveladora. La primera sesion, que habia tenido lugar mas de dos anos antes, habia acabado con un aplazamiento de seis meses. Sin explicaciones. En la segunda sesion, se fijo una nueva fecha, sin explicaciones, a cinco meses vista. En la tercera sesion, la casilla «Resultado» indicaba una nueva fecha, para seis meses despues, y la frase «Faltan documentos». El siguiente aplazamiento, de otros seis meses, estaba justificado por «Enfermedad», aunque no se especificaba quien era el enfermo. En la fecha siguiente, 20 de diciembre, la sesion, al parecer, solo tuvo por objeto senalar un nuevo aplazamiento, cuatro meses, con la explicacion de «Fiestas» inscrita en la ultima columna. La nueva fecha, segunda quincena de abril, hizo pensar a Brunetti que habia sido programada para hacerla coincidir con las vacaciones de Pascua, pero se sorprendio al ver que la jueza Coltellini habia celebrado una sesion y fijado una nueva fecha -siete meses mas adelante- a fin de darse tiempo para «Interrogar a nuevos testigos».

Brunetti se preguntaba que nuevos testigos podia haber en un proceso que habia estado moviendose -aqui se reprocho haberse precipitado a usar este verbo, pues lo cierto era que habia estado encallado- por los juzgados durante casi tres anos. No era de extranar que la gente temiera verse atrapada por los tentaculos del monstruo: era axiomatico que lo peor que podia ocurrirle a una persona -aparte de contraer una enfermedad grave- era estar implicada en un caso judicial. Desde luego.

La jueza sorprendio a Brunetti una vez mas resolviendo el caso «naranja» en menos de un ano, pero tanto el «lapiz» como el «boligrafo rojo» aun se arrastraban por los juzgados desde hacia mas de dos anos.

El comisario busco en la mesa una lista de numeros y marco el del telefonino de Brusca.

– ?Si? -contesto Brusca en tono sosegado, como si aun estuviera en el despacho de Brunetti, el mismo tono que le habia oido usar por primera vez en la clase de Historia en primero de secundaria. Brunetti nunca habia visto a Brusca mostrar sorpresa ante la conducta humana, por ruin que fuera, a pesar de que, trabajando en las oficinas de la administracion municipal, habria estado expuesto a grandes dosis de ruindad.

– He estado mirando esos papeles mas despacio -dijo Brunetti-. ?Los has ensenado a alguien mas?

– ?Con que objeto? -pregunto Brusca, en un tono de voz tan serio como el de Brunetti.

– Si eso es verdad, habria que pararlo -dijo Brunetti, sabiendo que la sola idea de pretender castigarlo era

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