hermano Leonardo por el hijo de Patrizia. Brunetti fue a la ventana y se quedo mirando la fachada de San Lorenzo. Le costaba trabajo atribuir a Antonin una sincera preocupacion por el bien del joven, y entonces descubrio que tambien le costaba trabajo atribuir a Antonin una sincera preocupacion por alguien que no fuera Antonin.

Entonces recordo las palabras de la contessa, de que era dificil disuadir a las personas de su edad de sus… ?Como habia dicho? ?Sus entusiasmos? Sustituyo la palabra por «prejuicios» aplicandosela a si mismo y comprobo que la observacion seguia siendo valida.

Brunetti, recordando que no habia conseguido encontrar a un solo catolico practicante entre sus amistades en la ciudad, bajo a preguntar a la signorina Elettra si tenia alguno entre las suyas.

– ?Un catolico practicante? -pregunto ella, sorprendida. No hizo referencia a la noticia de los periodicos acerca de la muerte de la nina, y Brunetti se alegro de no tener que hablar de eso con ella.

– Si. Una persona que tenga fe y vaya a misa.

Ella miro el florero de la repisa de la ventana, quien sabe si para ponerse en situacion y, volviendose hacia el, inquirio:

– ?Puedo preguntar cual es el contexto, comisario?

– Deseo informacion acerca de un miembro del clero. -Como ella no respondiera, anadio-: Asunto particular.

– Ah -respondio ella.

– ?Lo que significa…? -pregunto el sonriendo.

Ella respondio primero a la sonrisa y despues a la pregunta.

– Significa que no estoy segura de que haya que preguntar a los creyentes por el clero. Es decir, si quiere saber la verdad.

– ?Se le ocurre alguien?

Ella apoyo un momento la barbilla en la palma de la mano. Sus labios desaparecieron de la vista, senal de reflexion. Levanto la mirada y su boca se abrio en una sonrisa.

– Se me ocurren dos -dijo-. Uno con lo que podriamos llamar ideas adversas acerca del clero. -Antes de que el pudiera hacer un comentario, anadio-: El otro tiene una opinion mas benevola. Sin duda porque posee informacion menos exhaustiva.

– ?Puede decirme quienes son?

– Uno es un sacerdote y el otro lo fue.

– ?Que piensa cada cual? -pregunto el.

Ella irguio el tronco, como tratando de examinar la cuestion desde el punto de vista de el y dijo:

– Supongo que el planteamiento menos interesante seria el de que el ex sacerdote fuera el mas critico, ?no?

– Desde luego, parece lo previsible -dijo Brunetti.

Ella movio la cabeza afirmativamente.

– Pues no es asi: es el aun sacerdote el que…, en fin, el que tiene una postura mas antagonica respecto a sus colegas. -Distraidamente, se tiro de la bocamanga de la chaqueta, tapando con ella la esfera del reloj, y dijo-: Si; pienso que el puede dar informacion mas util.

– ?Que clase de informacion puede ser?

– Tiene acceso a los archivos de la Curia, aqui y en Roma. Deben de ser el equivalente a nuestros archivos de personal, aunque a nosotros no nos interesa tanto la vida privada de nuestros empleados. Por lo menos, a juzgar por lo que el dice -aclaro-. Yo no he visto esos archivos.

– ?Pero le ha hablado de su contenido?

– De una parte. Aunque sin dar nombres. -Su sonrisa se cargo de malicia-. Solo la dignidad, tanto del objeto del informe como del informador: cardenal, obispo, monsenor, monaguillo…

Esto ya empezaba a ser demasiado para el.

– Si me permite la pregunta, signorina, ?por que se interesa por ellos? -Brunetti nunca estaba seguro de la amplitud y profundidad de la curiosidad de la joven, ni de su finalidad.

– Es lo mismo que los archivos de la Stasi -respondio ella, asombrandole-. Desde la caida del Muro, se ha hablado en la prensa de ciudadanos particulares que iban a leer sus fichas y descubrian quien habia estado vigilandolos e informando sobre ellos. Y, a veces, se hacia publico el nombre del informador o, por lo menos, se hacia publico cuando a la gente aun le importaban estas cosas. -Lo miro, como si con esto bastara, pero el movio la cabeza negativamente y ella prosiguio-: Por eso me gusta enterarme de lo que hay en las carpetas con informes de la vida privada del clero, no por lo que ellos puedan hacer, pobres diablos, sino por los informadores. Eso es mucho mas interesante.

– Realmente debe de serlo -asintio Brunetti, pensando en algunas de las cosas que le constaba que estaban sepultadas en esas carpetas y en quien podia haber puesto alli la informacion.

Por tentadora que fuera la idea de continuar la conversacion, Brunetti decidio abreviar:

– Me interesan dos hombres -dijo-. Uno se llama Leonardo Mutti y se dice que es de Umbria. Tambien se dice que pertenece al clero, pero no lo se con seguridad. Reside aqui y dirige una especie de organizacion religiosa llamada Hijos de Jesucristo.

Ella fruncio los labios al oir el nombre, pero lo anoto.

– El otro es Antonin Scallon, veneciano, capellan del Ospedale, que vive con los dominicos en SS. Giovanni e Paolo. Ha estado unos veinte anos en el Congo, de misionero.

– ?Desea saber algo en concreto de alguno de ellos? -pregunto la joven levantando la cabeza.

– No -admitio Brunetti-. Solo lo que parezca interesante.

– Comprendo -respondio ella-. Si uno es sacerdote, tendra un expediente.

– ?Y el otro? ?Si no es sacerdote?

– Si dirige una organizacion con semejante nombre -dijo ella, golpeando sus notas con una una roja-, no sera dificil encontrarlo.

– ?Hara el favor de pedir a su amigo que vea lo que hay?

– Sera un placer.

Las preguntas acudian en tropel, pero Brunetti las reprimio. No le preguntaria quien era esa persona. No le preguntaria que habia descubierto sobre otros sacerdotes de la ciudad. Y menos aun le preguntaria que habia dado ella a cambio de la informacion. Para mantenerse a raya, pregunto:

– ?Tiene su amigo expedientes de todos, sacerdotes, obispos, arzobispos?

Ella reflexiono.

– Se supone que, para tener acceso a la informacion sobre los prelados, se requiere un mas alto nivel.

– ?«Se supone»? -pregunto el.

– En efecto.

Brunetti vencio la tentacion y dijo solo:

– ?Se lo preguntara?

– Nada mas facil -respondio ella, haciendo girar la silla y pulsando varias teclas.

– ?Que hace? -pregunto Brunetti.

– Enviarle un mail -respondio ella, sin ocultar la sorpresa ante su pregunta.

– ?No es peligroso?

Al principio, ella no entendia la pregunta, pero entonces el vio que captaba el sentido.

– Ah, ?se refiere a si es seguro?

– Si.

– Siempre nos parece que nuestros mails quedan registrados en algun sitio -dijo ella tranquilamente, sin dejar de teclear.

– ?Que le escribe?

– Que deseo una entrevista.

– ?Sencillamente?

– Desde luego -sonrio ella.

– ?Y nadie sospechara? Envia un mail a un sacerdote pidiendole una entrevista y quienquiera que pueda registrar su mensaje ?no ha de sospechar? ?De un mail enviado desde la questura?

– Claro que no, comisario -dijo ella con firmeza-. Ademas, utilizo una de mis cuentas particulares. -Su sonrisa

Вы читаете La chica de sus suenos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату