nada y, si los arrestaban, eran devueltos rapidamente a la tutela de los padres o de las personas que acreditaran serlo. Y luego, con la misma rapidez, los chicos volvian al trabajo.

La clasica herramienta de acceso era el destornillador. ?Y quien podia acusar a una nina de llevar en el bolsillo un destornillador? Una vez dentro del edificio, iban a los apartamentos que habian visto desde la calle que tenian las persianas cerradas o, si era por la noche, que no tenian luz. Nada que no fuera una puerta blindada les impedia entrar y, una vez dentro, tomar lo que quisieran, aunque, por regla general, se limitaban al dinero y las joyas de oro. Alianzas y relojes.

Mientras una parte de su mente recordaba esto, otra preparaba la lista de lo que habia que hacer: mirar en el archivo si se habia arrestado a una nina que coincidiera con la descripcion; hacer circular la foto por la questura, enviar copias a los carabinieri; pedir a Foa que examinara los graficos de las mareas, para tratar de calcular donde podia haber caido ocho o diez horas antes de que la encontraran. Brunetti sabia que, probablemente, seria inutil investigar si alguien habia denunciado un robo la noche de la muerte; la mayoria de los perjudicados no se molestaban en presentar denuncia y, si alguien la habia sorprendido, seguramente la habria visto caer al agua, y se guardaria de informar a la policia. Asi pues, habria que empezar por indagar la procedencia del anillo y el reloj.

Rizzardi callaba, y Brunetti no se habia dado cuenta de en que momento habia dejado de hablar. Impaciente consigo mismo por tratar de evitar el tema que sabia que debia tocar, dijo:

– Decia que tenia senales de actividad sexual. ?Podria ser… podria ser por el anillo?

– El anillo no le habria causado gonorrea -respondio el forense con inquietante frialdad-. Aunque el laboratorio aun no ha podido confirmarlo, no cabe duda. Tendremos los resultados dentro de unos dias, pero ya podemos estar seguros.

– ?No podria haber otro modo en que…? -empezo Brunetti dejando la frase en el aire.

– No. La infeccion esta avanzada; y no puede haberla contraido de otro modo.

– ?Puede decir cuando…? -empezo Brunetti, remiso.

Rizzardi no le dejo terminar:

– No.

Al cabo de unos momentos, Brunetti pregunto:

– ?Algo mas?

– Nada mas.

– Gracias por llamar, Ettore.

– Tengame al corriente si… -empezo Rizzardi, no menos remiso.

– Si. Desde luego -dijo Brunetti, y colgo.

Inmediatamente levanto otra vez el telefono y marco el numero de la sala de agentes. Contesto Pucetti.

– Vaya al hospital y pida al dottor Rizzardi una bolsa con un anillo y un reloj. No olvide firmarle un recibo. Llevelos a Bocchese para que busque huellas y todo lo que pueda haber y luego traigamelos, por favor.

– Si, senor -dijo el joven agente.

– Antes de ir al hospital baje al laboratorio y pida a Bocchese que me envie las fotos de la cara de la nina ahogada. Y diga al dottor Rizzardi que me gustaria ver las fotos que haya tomado el. Eso es todo.

– Si, senor -dijo Pucetti, y colgo.

De pronto, Brunetti recordo una escena de Las troyanas: aquel griego, ?como se llamaba?, Tal-no-se-cuantos *, presenta el cuerpo maltrecho del pequeno Astianacte a su abuela. Cuando los guerreros que llevan el cuerpo del nino pasan junto al rio Escamandro -relata el soldado a Hecabe-, el ha hecho pasar sus aguas sobre el cadaver del nino para lavar sus heridas. ?Y que le dice ella? «Un nino tan pequeno os daba miedo. El miedo que llega cuando huye la razon.» Pero, de esta nina, ?que se podia temer?

De pronto, la impaciencia le hizo bajar al laboratorio, a pedir las fotos a Bocchese.

Antes de subir a su despacho con las fotos, Brunetti entro a pedir a Vianello que subiera con el. Por el camino, le explico lo que le habia dicho Rizzardi y lo que tenian que hacer ahora. Ya sentado a su mesa, Brunetti abrio la carpeta de las fotos que le habia entregado el tecnico y entonces los dos hombres volvieron a ver la cara de la nina.

Eran mas de veinte fotos y en todas la nina parecia una princesa de cuento de hadas, con su aureola de pelo dorado. Pero era solo la primera impresion, y se borraba enseguida, cuando veias los adoquines sobre los que yacia la princesa y el raido jersey de algodon grisaceo fruncido alrededor de su cuello. En una foto aparecia la punta de una bota de goma negra, otra abarcaba un escalon cubierto de musgo, con un paquete de cigarrillos arrugado en un angulo. No vendria el principe.

– Tenia los ojos claros, ?verdad? -pregunto Vianello al dejar la ultima foto.

– Creo que si -respondio Brunetti.

– Debimos suponerlo, por la falda larga -dijo Vianello. Cruzo los brazos y se quedo mirando las fotos que estaban en la mesa-. De todos modos, no hay forma de saber si lo era o no -anadio.

– ?Si era que?

– Gitana -dijo Vianello.

Todavia con un deje de su irritacion con el forense en la voz, Brunetti puntualizo:

– Rizzardi dice que hay que llamarlos romanies.

– El doctor siempre tan correcto.

Arrepentido de su observacion, Brunetti cambio de tema.

– Si nadie ha denunciado un robo -y asi se lo habian confirmado aquella manana en la sala de guardia-, sera o que no lo han descubierto o que han decidido no denunciarlo.

Antes de que Brunetti pudiera seguir haciendo conjeturas, Vianello dijo:

– Ya nadie denuncia los robos.

Los dos hombres habian trabajado para la policia durante toda su vida profesional, y hacia tiempo que habian descubierto la soberana verdad que encierran las estadisticas del crimen: el numero de delitos denunciados disminuye en la medida en que aumentan las dificultades y la perdida de tiempo que conlleva su denuncia.

Como si no hubiera oido la observacion de Vianello, Brunetti enuncio una tercera posibilidad:

– O la sorprendieron, la asustaron y la vieron caer. -Vianello volvio la cara rapidamente y se quedo mirando por la ventana-. En fin, por desagradable que sea, no deja de ser posible.

– ?Tenia senales en el cuerpo?

– No. Rizzardi no lo ha mencionado.

Vianello reflexiono y pregunto:

– ?Lo dices tu o prefieres que lo diga yo?

Brunetti se encogio de hombros. Como el era el jefe, le incumbia, probablemente, dar voz a la ultima posibilidad.

– O la sorprendieron y la empujaron por el tejado.

Vianello asintio en silencio.

– En cualquiera de los dos ultimos casos, no nos avisaran -dijo finalmente el inspector-. Asi pues, ?que hacemos?

– Buscar la manera de identificar al dueno del reloj y del anillo e ir a hablar con el.

– Bajare a preguntar a Foa por las mareas -dijo Vianello y con ese proposito salio del despacho.

CAPITULO 16

Vianello no tardo en volver, diciendo que Foa no habia necesitado consultar mapas. Si la nina habia caido al agua alrededor de la medianoche y la habian encontrado delante del palazzo Benzon antes de las nueve, podia haber caido por Rio di Ca Corner o Rio di San Luca o, mas probablemente, Rio di Ca Michiel, que discurria por un lado del palazzo. La noche antes, las mareas habian sido bajas, por lo que el cadaver no habria hecho un recorrido largo en el tiempo en que estuvo en el agua. El piloto

Вы читаете La chica de sus suenos
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату