– San Marco -repitio Vianello mientras daban media vuelta y se alejaban de la ventana que se cerraba. El inspector, impaciente, marco el numero de Pucetti y le pidio que localizara la direccion. Mientras esperaban la informacion, los dos hombres se encaminaron hacia Cantinone Storico, que les parecio el lugar mas a proposito para el almuerzo.

Vianello se detuvo, se acerco mas el movil al oido, murmuro unas palabras que Brunetti no oyo, dio las gracias a Pucetti y cerro el aparato.

– Parece que la parte de atras de la casa da a Rio di Ca Michiel.

Como tenian prisa, decidieron no pedir pasta y optaron por un plato unico, de langostinos con verduras y coriandro. Compartieron una botella de Gottardi pinot noir, prescindieron del postre y terminaron con un cafe. Mas entonados, pero no del todo satisfechos, Brunetti y Vianello salieron a la Accademia. Mientras cruzaban el puente, iban hablando de temas ajenos al caso, evitando referirse a lo que podian esperar encontrar en el lugar al que se dirigian. Por tacito acuerdo, hicieron caso omiso de los vu compra que exhibian sus mercancias sobre las mantas extendidas a uno y otro lado de las escaleras, limitandose a comentar el lamentable estado de los escalones y la urgente necesidad de reparacion o sustitucion de muchos de ellos.

– ?Crees que eligen deliberadamente materiales que se desgastan pronto? -pregunto Vianello senalando la grieta de uno de los peldanos.

– La humedad y millones de pies les ahorran ese trabajo -dijo Brunetti, consciente de que, por logica que fuera esta explicacion, no excluia la otra.

Charlando de cosas triviales, pasaron por delante de Paolin, cuyos clientes saboreaban los primeros gelati de la primavera, y torcieron a la izquierda, en direccion al canal. Al extremo de una estrecha calle que salia al Gran Canal, pulsaron un timbre junto al que se leia «Fornari».

– ?Si? -inquirio una voz femenina.

– ?Vive aqui Giorgio Fornari? -pregunto Brunetti en italiano absteniendose de utilizar el veneciano.

– Si, ?que desea?

– Soy el comisario Guido Brunetti, de la policia, signora. Deseo hablar con el signor Fornari.

– ?Que sucede? -pregunto la mujer con aquel jadeo involuntario que tantas veces habia oido el.

– No es nada, signora. Deseo hablar con el signor Fornari.

– No esta.

– Si me permite la pregunta, ?con quien hablo, signora?

– Con su esposa.

– ?Podria hacerle unas preguntas?

– ?De que se trata? -pregunto ella, ya con impaciencia.

– De unos objetos de valor desaparecidos.

Un silencio, y despues:

– No comprendo.

– ?Me permite subir a explicarselo, signora?

– Esta bien. -Al cabo de un momento, el cerrojo de la puerta se abrio con un chasquido-. Tome el ascensor - dijo la voz por el intercomunicador-. Ultimo piso.

El ascensor era una minuscula cabina de madera en la que, cuando ellos entraron, solo quedaba espacio para una tercera persona, y muy delgada. A la mitad de la ascension la cabina dio un brinco, y Brunetti volvio la cabeza, sorprendido. Vio a dos hombres muy serios, que parecian tan sorprendidos como el, y se reconocio a si mismo y a Vianello, que lo miraba desde el espejo que cubria la pared lateral del pequeno habitaculo.

La cabina se detuvo con un estremecimiento y siguio vibrando durante unos segundos antes de que Brunetti empujara la puerta. A la derecha del rellano estaba una mujer de estatura mediana, complexion mediana v melena mediana de un color intermedio entre caoba y castano.

– Orsola Vivarini -dijo sin tender la mano ni sonreir.

Brunetti salio de la cabina, seguido de Vianello.

– Guido Brunetti -repitio y, volviendose hacia Vianello, presento al inspector.

– Pasen al estudio -dijo la mujer llevandolos por un pasillo inundado por la luz de una ventana del fondo que daba a los edificios y los tejados del otro lado del Gran Canal. A la mitad del pasillo, ella abrio una puerta de mano derecha y entro en una habitacion alargada, con dos de sus paredes cubiertas de libros casi hasta el techo. La habitacion tenia tres ventanas, pero el edificio de enfrente estaba tan cerca que por ellas entraba menos luz que por la unica ventana del pasillo.

La mujer los condujo hacia dos sofas de aspecto confortable situados a uno y otro lado de una mesa baja de roble, cubierta de las cicatrices que pies y bebidas habian dejado en ella durante decadas. En el sofa en el que se sento la mujer estaba un libro abierto boca abajo; antes de sentarse en el otro sofa, Brunetti cerro una revista y la puso encima de la mesa. Vianello se sento a su lado.

Ella los miraba serenamente, sin sonreir.

– Lo siento, comisario, pero no comprendo a que se debe su visita.

Su voz tenia la cadencia del Veneto; en otras circunstancias, Brunetti hubiera pasado al veneciano, pero ella le hablaba en italiano y el la imito, para mantener el tono oficial de la conversacion.

– Es sobre el hallazgo de dos objetos pertenecientes a su marido.

– ?Y han creido necesario enviar a un comisario a devolverlos? -pregunto ella en un tono en el que la sorpresa habia dejado paso al escepticismo.

– No, signora -respondio Brunetti-. Existe la posibilidad de que esto forme parte de una investigacion mas amplia. -Esa explicacion solia utilizarse como excusa polivalente, pero, en este caso, era cierta.

Ella levanto las manos del regazo y mostro las palmas en ademan de confusion.

– Lo siento, pero no entiendo nada. -Trato de sonreir, sin conseguirlo-. ?Podria explicarme de que se trata?

En lugar de contestar, Brunetti extrajo del bolsillo una bolsita de papel manila y se la dio.

– ?Puede decirme si estos objetos pertenecen a su marido, signora?

La mujer solto la presilla de cordel rojo que sujetaba la solapa del sobre y dejo caer los objetos en la palma de la mano izquierda. Ahogo una exclamacion involuntaria y fue a taparse la boca con la otra mano, pero solo consiguio aplastar el sobre contra los labios.

– ?De donde los ha sacado? -pregunto asperamente.

– Entonces ?los reconoce?

– Claro que los reconozco -dijo ella con sequedad-. Son la alianza y el reloj de mi marido. -Como para cerciorarse, abrio la tapa y, despues de leer la inscripcion, la mostro a Brunetti-. Mire, nuestros nombres. Dejo el reloj en la mesa, levanto el anillo hacia la luz y lo dio a Brunetti-. Y nuestras iniciales. -Como el no dijera nada, insistio-: ?De donde los ha sacado?

– ?Cuando vio por ultima vez esos objetos, signora? -inquirio Brunetti, como si no hubiera oido la pregunta.

En un primer momento, el penso que la mujer eludiria la respuesta, pero ella dijo:

– No recuerdo. Vi el anillo la semana pasada, cuando Giorgio volvio del medico.

Brunetti no acertaba a relacionar las dos partes de la respuesta, pero no dijo nada.

– Venia del dermatologo -explico la mujer-. Giorgio tenia una erupcion en la mano izquierda y el medico dijo que podia ser alergia al cobre. -Senalo el anillo, que Brunetti aun tenia en la mano-. ?Ve ese tono rojizo? Es la aleacion de cobre. Por lo menos, eso penso el medico, y dijo a Giorgio que, para hacer la prueba, estuviera una semana sin ponerse el anillo, a ver si desaparecia la erupcion.

– ?Ha desaparecido?

– Creo que si. No se si del todo, pero estaba mejor cuando el se fue.

– ?Se fue?

Ella lo miro con gesto de sorpresa, como si el ya hubiera tenido que saber que su marido estaba fuera.

– Si, esta en Rusia. -Antes de que ellos pudieran preguntar, la mujer explico-: Negocios. Su empresa vende muebles de cocina y ha ido para negociar un contrato.

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