– ?Cuanto hace que se marcho?

– Una semana.

– ?Y cuando regresara?

– A mediados de la semana proxima -dijo la mujer, sin disimular ya la impaciencia ni el desagrado-. Si no tiene que quedarse para sobornar a alguien mas.

Brunetti dijo, por todo comentario:

– Si; tengo entendido que hay dificultades. -Y anadio-: ?Sabe si tambien dejo de llevar el reloj?

– Creo que si. El cierre de la cadena se rompio hace semanas, y tenia miedo de perderlo o de que se lo robaran. Antes de irse trato de hacerlo reparar, pero el joyero que hizo la cadena ya no esta y Giorgio no tuvo tiempo de buscar a otro. Le dije que yo lo mandaria reparar, pero se me olvido.

– ?Tiene idea de cuando lo vio por ultima vez? -pregunto Brunetti.

Ella miro de uno a otro, como tratando de leer en sus caras la explicacion de su curiosidad por aquellos objetos. Cerro los ojos un momento, los abrio y dijo:

– No; lo siento. Ni siquiera recuerdo haber visto a Giorgio dejar el reloj en el tocador. Quiza me dijo que lo dejaba, pero no puedo decir que lo haya visto alli.

– ?Y el anillo? ?Cuando lo vio por ultima vez?

Otra rapida mirada, para tratar de descubrir el motivo de estas preguntas, y otro fracaso.

– Lo traia en el bolsillo del reloj y dijo que no se lo pondria durante una temporada. Tuvo que dejarlo en el locador, porque no hay otro sitio, pero no recuerdo haberlo visto. -Pudo mas la educacion que la irritacion, y trato de sonreir-: Perdone, comisario, pero le agradecere que me explique a que se debe todo esto.

Brunetti no vio razon para no responder, por lo menos, en terminos generales.

– Encontramos estos objetos en poder de una persona de la que sospechamos que ha estado involucrada en una serie de delitos. Ahora que los ha identificado usted como propiedad de su marido, tenemos que averiguar como llegaron a poder de esa persona.

– ?Que persona?

Brunetti noto que Vianello se revolvia en el sofa.

– Eso no puedo decirselo, signora. La investigacion esta en la fase inicial. Aun es pronto.

– No tan pronto como para que no hayan venido a preguntar -replico ella. Como Brunetti no respondiera, pregunto-: ?Han arrestado a alguien?

– Lo siento, signora, tampoco puedo decirle eso -respondio Brunetti con voz neutra.

En un tono ya mas aspero, ella dijo:

– ?Si arrestan a alguien nos lo diran?

– Desde luego -respondio el y le pidio la direccion del hotel del marido. Ella se la dio y un silencioso Vianello la anoto. Brunetti, para no incomodarla mas aun, se abstuvo de pedirle el numero de telefono.

– ?Querria decirme quien mas vive en la casa, signora? -pregunto Brunetti, como si no hubiera oido ya los nombres de los hijos. En este punto, penso Brunetti mientras esperaba la respuesta, la gente suele empezar a protestar o se niega a seguir contestando preguntas.

Sin vacilar, ella dijo:

– Solo nuestros dos hijos, de dieciocho y dieciseis anos.

Paseando por la habitacion una mirada que trataba de ser aprobadora, Brunetti pregunto:

– ?Alguien la ayuda a cuidar del apartamento, signora?

– Margherita -respondio ella.

– ?Apellido?

– Carputti -dijo la mujer, y anadio inmediatamente-: Pero trabaja para nosotros desde hace diez, no, trece anos. Ella no robaria mas de lo que podria hacerlo yo. -Antes de que Brunetti pudiera hacer un comentario, anadio-: Ademas, es napolitana. Si quisiera robarnos, no perderia el tiempo con estas cosas.

Brunetti tomo nota mentalmente de la explicacion, por si alguna vez tenia que defender la honradez de sus amigos meridionales.

– ?Sus hijos traen amigos a casa?

Ella lo miro como si en la vida se le hubiera ocurrido que los chicos pudieran tener amigos.

– Supongo. Vienen a estudiar o lo que sea que hacen los jovenes.

Como padre, Brunetti tenia una serie de ideas de lo que los jovenes hacian unos en casa de otros. Como policia tenia una serie de ideas completamente distinta.

– Comprendo -dijo el, poniendose en pie, en lo que Vianello lo imito. La signora Vivarini se levanto tambien rapidamente.

– ?Seria tan amable de mostrarnos donde vio por ultima vez estos objetos, signora? -pregunto Brunetti.

– Es que es el dormitorio -protesto ella, con lo que se gano la aprobacion de Brunetti. El comisario lanzo una rapida mirada a Vianello, que volvio a sentarse en el sofa.

Esto parecio bastar para que la signora Vivarini se diera por satisfecha. Salio al pasillo y entro en la habitacion de enfrente dejando la puerta abierta, seguida de Brunetti.

El dormitorio era tan acogedor como la sala. A los pies de la gran cama de matrimonio se extendia una alfombra de Tabriz, descolorida despues de llevar muchos anos al pie de unas ventanas orientadas al oeste, y con una punta raida. Cortinas de lino gris, abiertas, en el balcon de la pared del fondo, por el que Brunetti vio la fachada del edificio del otro lado del canal. Entre las ventanas, una libreria, con tomos atravesados encima de cada hilera.

El balcon daba a una terracita, en la que no cabia nada mas que los dos sillones que Brunetti vio en ella.

– Buen sitio para sentarse a leer por la tarde -dijo Brunetti senalando la terraza.

Ella sonrio por primera vez y, de repente, su cara dejo de ser vulgar.

– Si; Giorgio y yo pasamos muchos ratos ahi. ?Usted lee?

– Cuando tengo tiempo -respondio Brunetti. Hoy en dia ya no se puede preguntar a una persona a quien vota ni, en un pais catolico, cual es su religion. Las preguntas sobre las preferencias sexuales son indiscretas y de cocina suele hablarse preferentemente durante las comidas, por lo que, quiza, la unica pregunta reveladora de tu personalidad que aun se te puede formular es si lees o no y, en caso afirmativo, cuales son tus gustos. Por mas que le tentara adentrarse por este camino, el comisario pregunto-: ?Quiere indicarme donde guardaban estos objetos, signora?

Ella senalo un escritorio de nogal, bajo, con cuatro anchos cajones que no parecian faciles de abrir. Al acercarse, Brunetti vio una foto de boda. Con veinte anos menos y en traje de novia, ella era ya una mujer de lo mas corriente, pero el hombre que estaba a su lado, radiante de felicidad, era francamente guapo. A la derecha de la foto estaba una bandeja de porcelana con la imagen de dos campesinos pintados en vivos colores en el centro.

– Era de mi madre -dijo la mujer, como justificando la calidad y el colorido del objeto. La bandeja contenia dos llaves sueltas, unas tijeras de las unas, varias conchas y un taco de billetes de vaporetto.

Ella estuvo un rato mirando los objetos de la bandeja, examino la habitacion, se giro hacia la terraza y volvio a mirar la bandeja. Rozo con el dedo los billetes de vaporetto apartandolos hacia un lado y dio la vuelta a dos conchas.

– Aqui estaban un anillo con un granate y unos gemelos con incrustaciones de lapislazuli. Tambien han desaparecido.

– ?Tenian mucho valor? -pregunto Brunetti.

Ella movio la cabeza negativamente.

– No. Ni siquiera era un granate autentico sino un cristal. Pero me gustaba. -Hizo una pausa y anadio-: Los gemelos eran de plata.

Brunetti asintio. Ahora mismo, el no habria podido decir lo que estaba, o no estaba, en el tocador de su dormitorio. A veces, habia visto alli el anillo de esmeralda, regalo de fin de carrera del padre de Paola a su hija. Y el reloj IWC, pero no recordaba cuando fue la ultima vez.

– ?Falta algo mas? -pregunto.

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