seria revelado-. El padre Antonin utilizaba la misma tactica en su pagina web. Enviando dinero a una cuenta bancaria, pagabas la educacion de un nino durante un ano. -Brunetti, que tenia a varios huerfanos indios a sus expensas, empezo a sentirse incomodo-. El hablaba de educacion y de capacitacion, no de religion, por lo menos, en la pagina -explico ella y, sin darle tiempo a preguntar, anadio-: Debia de pensar que las personas que visitan una pagina web estan mas interesadas en la educacion que en la religion.

– Quiza -dijo Brunetti-. ?Que mas?

– Pues que se descubrio el chanchullo porque alguien vio que las fotos de la feliz congregacion de Antonin tambien aparecian en la pagina web de una escuela dirigida por un obispo de Kenia. Y no solo eso sino que las piadosas reflexiones sobre la fe y la esperanza tambien eran las mismas. -Sonrio-. Debieron de suponer que no se haria un cruce de datos, digamos, eclesiastico. -Y, dejando ya traslucir su cinismo, pregunto-: Ademas, todos los negros parecen iguales, ?no?

Desestimando el comentario, Brunetti pregunto:

– ?Que paso?

– La persona que lo descubrio es un periodista que hacia un reportaje sobre las misiones.

– ?Un periodista con o sin simpatias?

– Afortunadamente para Antonin, con.

– ?Y?

– El periodista informo a alguien del Vaticano, que tuvo un discreto cambio de impresiones con el obispo de Antonin, y el padre Antonin se encontro en Abruzzo.

– ?Y el dinero?

– Ah, ahora viene lo mas interesante. Resulta que Antonin no tenia nada que ver con el dinero, que iba a una cuenta que su obispo habia abierto en su propio nombre, junto con un porcentaje del dinero que recaudaba el obispo de Kenia, que usaba las fotos de Antonin. El padre Antonin nunca supo cuanto dinero recaudaban, eso no le interesaba, mientras pudiera mantener la escuela y alimentar a los ninos. -Ella sonrio ante la ingenuidad del hombre-. Podriamos decir que era una especie de testaferro -prosiguio-. Era europeo, tenia contactos en Italia, conocia aqui a personas que podian disenar una pagina web y sabia apelar a la generosidad de la gente. -Volvio a sonreir, ahora friamente-. De no ser por el periodista, probablemente, seguiria en Africa, salvando almas para Jesus.

Indignado, tanto por la injusticia cometida con Antonin como por lo que su primera reaccion revelaba de sus propios prejuicios, Brunetti dijo:

– ?Y el no protesto? Era inocente.

– Pobreza. Castidad. Obediencia. -Ella marco una pausa despues de cada palabra-. Por lo visto, Antonin se toma en serio sus votos. De modo que obedecio la orden de Roma, regreso e hizo su trabajo en Abruzzo. Pero alguien debio de descubrir lo que habia sucedido realmente. Quiza el periodista lo conto a alguien, y Antonin fue enviado a Venecia.

– ?El ha contado a alguien la verdad? -pregunto Brunetti.

La joven se encogio de hombros.

– El hace su trabajo, visita a los enfermos, entierra a los muertos.

– ?Y trata de impedir que sigan cometiendose fraudes? -apunto Brunetti.

– Eso parece -admitio ella mal de su grado, optando por mantener intacta su suspicacia sobre el clero, a pesar de la evidencia. Se inclino hacia adelante, empezando a levantarse-. ?Quiere que siga investigando a Leonardo Mutti?

A pesar de que el instinto le decia que no debia perder mas tiempo con esto, Brunetti se sentia en deuda con Antonin y manifesto:

– Si, por favor. Antonin dijo que Mutti es de Umbria. Quiza alli encuentre algo.

– Si, comisario -afirmo ella acabando de ponerse en pie-. Vianello me dijo lo de esa nina. Que horror.

?Se referia a la muerte, a la enfermedad o a que probablemente habia muerto mientras robaba o a que nadie la habia reclamado? En lugar de preguntarselo, Brunetti respondio:

– No me la quito de la cabeza.

– Lo mismo dice Vianello. Quiza se mitigue la impresion cuando se resuelva el caso.

– Si. Quiza -respondio Brunetti. En vista de que el no decia mas, la joven volvio a su propio despacho.

Tres dias despues, pasaron a Brunetti una llamada del puesto de carabinieri de San Zaccaria.

– ?Es usted el que pregunta por la gitana? -inquirio una voz de hombre.

– Si.

– Me han dicho que le llame.

– ?Usted es?

– Maresciallo Steiner -respondio el hombre, y al oir el nombre, Brunetti comprendio que el leve acento que vibraba en la voz era aleman.

– Muchas gracias por llamar, maresciallo -dijo Brunetti, optando por la cortesia, aunque tenia la impresion de que no serviria de mucho.

– Padrini me ha ensenado la foto que trajo su hombre. Dice que quiere informacion.

– Exactamente.

– Mis hombres la trajeron un par de veces. Se siguio el procedimiento habitual: llamar a una agente femenina, esperar a que llegue y registrar a la nina. Registrar a las que han detenido con ella. Lo mismo cada vez. Luego llamar a los padres. -Una pausa y Steiner prosiguio-: O a los que dicen ser los padres. Esperar a que lleguen o, si no se presentan, llevar a los crios al campamento y entregarlos. Es el procedimiento. Ni comentarios, ni cargos, ni siquiera una palmada en la mano para que no vuelvan a hacerlo. -Las palabras de Steiner expresaban sarcasmo pero el tono era de fatiga y resignacion.

– ?Puede decirme, en concreto, quien la ha reconocido? -pregunto Brunetti.

– Como ya le he dicho, dos de mis hombres. Era muy bonita, no parecia una de ellos. Por eso la recuerdan.

– ?Podria ir a hablar con ellos? -pregunto Brunetti.

– ?Por que? ?Es que ustedes van a llevar el caso?

Inmediatamente, Brunetti se puso en guardia, decidido a evitar todo conato de conflicto de competencias que pudiera estar previendo el maresciallo y dijo amigablemente:

– No creo que pueda hablarse de caso propiamente dicho, maresciallo. Solo necesito de sus archivos un nombre y, si fuera posible, una direccion, para obtener de los padres una identificacion positiva. -Brunetti hizo una pausa y agrego en tono de complice camaraderia-: De los padres o de los que se digan sus padres. -Lo unico que Brunetti oyo de Steiner fue un grunido ahogado, que tanto podia ser de asentimiento como de aprobacion, y prosiguio-: Cuando lo tengamos, podremos entregarles el cadaver y cerrar el caso.

– ?Como murio? -pregunto el carabiniere.

– Ahogada, como decian los periodicos -respondio Brunetti, y anadio-: En esto, por lo menos, no se equivocaron. -Ahora el grunido fue de inequivoca conformidad-. Sin senales de violencia. Debio de caer al canal. Probablemente, no sabia nadar -dijo, sin que se le ocurriera anadir: «la pobre».

– Si; no deben de pasar mucho tiempo en la playa, ?verdad? -dijo Steiner y esta vez toco a Brunetti hacer sonido de asentimiento-. ?Por que va a molestarse en venir? Yo puedo darle la informacion por telefono.

– No; quedara mejor en el informe poner que hable personalmente con usted -dijo Brunetti en tono confidencial, como si hablara con un viejo amigo-. ?Seria posible hablar tambien con sus hombres?

– Un momento, vere quienes estan aqui ahora. -Steiner dejo el telefono y no volvio a levantarlo hasta al cabo de un buen rato-. No; los dos han terminado el servicio. Lo siento.

– ?Podra darme usted mismo la informacion, maresciallo?

– Aqui estare.

Brunetti le dio las gracias, dijo que llegaria en veinte minutos y colgo.

Como tenia prisa, no se paro a decir a nadie adonde iba. Ademas, quiza fuera preferible ir solo, si mas no, para dar a Steiner la impresion de que la policia no se tomaba mucho interes en la muerte de la nina sino que, simplemente, queria despachar el tramite. No es que Brunetti tuviera un motivo concreto para actuar con prevencion frente a los carabinieri: su actitud obedecia a un instinto puramente

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