– Por supuesto -respondio Brunetti, y la camaraderia iniciada con el tuteo se consolido.

Los hombres entraron en la cabina mientras la lancha avanzaba lentamente hacia piazzale Roma, donde debia reunirse con ellos una funcionaria de los servicios sociales. Durante el viaje, Brunetti refirio a Steiner como se habia hallado el cadaver y le puso al corriente de los resultados completos de la autopsia.

El maresciallo asintio.

– Ya habia oido decir que esconden cosas ahi, pero nunca nos habiamos topado con uno de esos casos. - Meneo la cabeza varias veces, como tratando de ensanchar el campo de su comprension de la conducta humana-. Una nina de once anos que se esconde joyas en la vagina. -Guardo silencio un momento y murmuro-: Dio mio.

La lancha pasaba por debajo de Rialto, pero ninguno de los hombres que viajaban en la cabina se apercibio de ello.

– La asistente social se llama Cristina Pitteri. Hace unos diez anos que trata con gitanos -dijo Steiner con voz atona, lo que hizo que Brunetti y Vianello intercambiaran una rapida mirada.

– ?En que consiste su trabajo? -pregunto Vianello.

– Tiene el titulo de asistente social psiquiatrica -explico Steiner-. Trabajaba en el frenopatico del palazzo Boldu, pero pidio el traslado y acabo en la oficina que se encarga de los distintos grupos nomadas.

– ?Hay otros? -pregunto Vianello.

– Si. Estan los sinti. No son tan asociales como los gitanos, pero proceden de los mismos lugares y viven poco mas o menos de la misma forma.

– ?Ella que hace, concretamente? -pregunto Brunetti.

Steiner medito la respuesta hasta que la lancha dejo atras el Ponte degli Scalzi y la estacion.

– Se encarga de lo que llaman liaison interetnica dijo haciendo hincapie en la palabra extranjera.

– ?Que significa eso?

La expresion de Steiner se suavizo con una sonrisa, pero solo momentaneamente.

– A mi modo de ver, eso significa que trata de conseguir que nosotros los entendamos y que ellos nos entiendan.

– ?Eso es posible? -pregunto Vianello.

Steiner se levanto y empujo la puerta que conducia a la escalera.

– Vale mas que se lo pregunte a ella -dijo por encima del hombro, subiendo a cubierta.

El piloto acerco la lancha a uno de los muelles de taxis situados a la derecha del imbarcadero del 82. Los tres hombres saltaron a tierra. Brunetti y Vianello siguieron a Steiner hacia un sedan oscuro que esperaba con el motor en marcha. Una mujer robusta de pelo castano y corto que aparentaba unos cuarenta anos estaba en la acera, al lado del coche, fumando. Vestia falda, jersey y chaqueta con cuello a caja y calzaba zapatos planos, color marron oscuro, con lustre de piel cara. La mujer tenia la cara redonda con unas facciones que parecian haber sido comprimidas: los ojos, muy juntos, y el labio superior, mucho mas abultado que el inferior, contribuian a dar la impresion de que el conjunto iba emigrando lentamente hacia la nariz, en una especie de deriva continental.

Steiner se acerco a la mujer y le tendio la mano. Ella tardo un momento en corresponder al saludo, lo justo para que se notara.

– Dottoressa -dijo el con formal deferencia-, le presento al dottor Brunetti y al ispettor Vianello, su ayudante. Ellos encontraron a la nina.

Ella tiro el cigarrillo, examino un instante la cara de Brunetti y, despues, la de Vianello antes de tender la mano al comisario. El contacto fue tan rapido como flacido. A modo de saludo, intercambiaron titulos. Ella movio la cabeza de arriba abajo mirando a Vianello, dio media vuelta y subio al asiento trasero del coche. Un silencioso Steiner se instalo delante, al lado del conductor. Los otros dos pasajeros, en vista de que la dottoressa Pitteri no se movia, dieron la vuelta por detras del vehiculo, hacia la puerta del otro lado. Brunetti la abrio unos centimetros, tuvo que esperar un claro en el trafico para entrar y se sento en la incomoda plaza del centro, ladeando las rodillas hacia la izquierda para no rozar el muslo de la mujer. Vianello subio a su vez y, despues de cerrar, se comprimio contra la puerta.

El uniformado conductor dijo a media voz unas palabras a Steiner, que respondio afirmativamente, y el coche se aparto del bordillo.

– La dottoressa Pitteri trabaja con los romanies desde hace anos, comisario -dijo Steiner-. Conoce a los padres de la nina y estoy seguro de que su presencia nos sera de gran ayuda cuando les demos la noticia.

– Espero que ayude tambien a la familia de la nina interrumpio la dottoressa Pitteri con mal reprimida acritud-. Que me parece lo mas importante.

– Eso, por supuesto, dottoressa -respondio Steiner placidamente. Hablaba sin desviar la mirada de la calzada, como si se creyera responsable de advertir al conductor de cualquier peligro que pudiera surgir.

Enfilaron el puente, y Brunetti volvio la mirada hacia la izquierda, donde se levantaban las chimeneas y los depositos de Marghera. Aquella manana, los periodicos decian que hoy solo podian circular los coches con matricula par; los impares circularian manana. Llevaban un mes sin apenas lluvias, solo lloviznas, y sabia Dios lo que estaria flotando en el aire que respiraban. «Micropolvo» lo llamaban, y Brunetti no podia leer este nombre sin imaginar como las particulas de sustancias toxicas que Marghera habia estado lanzando a la atmosfera durante tres generaciones, iban penetrando en los tejidos de su cuerpo y le impregnaban los pulmones.

Vianello, cuya preocupacion por la ecologia habia sido tema de chanza en la questura -ya no lo era-, miraba en la misma direccion.

– Trata de cerrar eso -dijo sin preambulos senalando con la barbilla las chimeneas de la zona industrial-, y al dia siguiente estan todos en la calle gritando: «Salvemos nuestros puestos de trabajo.» -El inspector levanto una mano hacia las emblematicas chimeneas y la dejo caer golpeandose el muslo con lo que a Brunetti le parecio un melodramatico gesto de frustracion y abatimiento.

Nadie hablo durante un rato, hasta que la dottoressa Pitteri pregunto:

– ?Cree preferible que los trabajadores se mueran de hambre, ispettore? ?Y tambien sus hijos? -Habia en su voz una combinacion de ironia y condescendencia, y hablaba articulando las palabras con claridad, como si temiera que un hombre tan zafio como un inspector de policia no pudiera entender una pregunta mas compleja.

– No, dottoressa -dijo Vianello-. Solo deseo que dejen de emitir cloruro vinilico monomero al aire que respiran nuestros hijos.

– Hace anos que dejaron de emitirlo -dijo ella.

– Eso dicen -respondio Vianello, y agrego-: Si usted prefiere creerlo asi…

En el silencio que siguio a estas palabras, sono con extrana fuerza el ruido de un camion que paso junto a ellos.

Brunetti observaba por el retrovisor la expresion de la dottoressa, y la vio fruncir los labios y apartar la vista de las ofensivas chimeneas.

Aunque el comisario tenia interes en saber todo lo que aquella mujer pudiera decirle acerca de los gitanos, la evidente antipatia que existia entre ella y Steiner le dificultaba abordar el tema en presencia de este.

– ?Ha estado ya en el campamento, maresciallo? -pregunto Brunetti en tono formal.

– Dos veces.

– ?En relacion con los Rocich?

– Una vez. La otra fue para acompanar a una mujer que habia tratado de robarle la cartera a un turista en el vaporetto. -La voz de Steiner era un dechado de neutralidad.

– ?Que hizo con ella?

– Meterla en el coche y traerla. -Brunetti penso que Steiner habia terminado, pero entonces continuo-: La historia de siempre: ella dijo que estaba embarazada. Aquel dia estabamos escasos de efectivos y no podia

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