Steiner se volvio de nuevo hacia los hombres que tenian delante. Dejo caer la mano, pero su instintiva reaccion no habia pasado inadvertida. Dos de los hombres no pudieron reprimir la sonrisa, pero no sonreian a Steiner.

La dottoressa Pitteri se acerco a los hombres, que no dieron senales de reconocerla y, mucho menos, de alegrarse de verla. Ella se paro y dijo algo que Brunetti no pudo oir. Ninguno de los hombres respondio y ella volvio a hablar, ahora alzando el tono. Aunque esta vez Brunetti oyo sus palabras, no consiguio entender lo que decia. La mujer se mantenia erguida, con los pies separados, y Brunetti observo que tenia unas pantorrillas robustas y que sus pies parecian anclados en el suelo.

Entonces hablo a la mujer uno de los hombres, que estaba en el lado derecho de la fila. Ella lo miro y dijo unas palabras, a las que el hombre respondio en voz lo bastante alta como para que le oyeran los policias:

– Hable italiano. Se le entiende mejor. -Tenia un acento muy marcado, pero se notaba que dominaba el italiano y hablaba con aire de autoridad, aunque no era el mas viejo.

Brunetti tenia la impresion de que la mujer habia afianzado mas aun los pies en la tierra apisonada de delante de las caravanas. Ella mantenia los brazos colgando -habia dejado el bolso en el coche-, y Brunetti vio que apretaba los punos.

– Quiero hablar con Bogdan Rocich -la oyo decir.

La cara del hombre permanecio impasible, pero Brunetti vio que dos de los otros intercambiaban una mirada y un tercero miraba de soslayo al que habia hablado.

– No esta -respondio el hombre.

– Esta su coche -dijo ella, y el hombre volvio los ojos hacia un Mercedes de un azul descolorido que tenia una profunda abolladura en el guardabarros derecho.

– No esta -repitio el hombre.

– Esta su coche -dijo ella como si no le hubiera oido.

– Se ha ido con un amigo -explico otro de los hombres, e iba a decir mas, pero el jefe le lanzo una mirada que le hizo cerrar la boca. El portavoz dio un paso hacia la mujer y luego otro, y Brunetti quedo impresionado al ver que ella no solo no retrocedia ni se inmutaba sino que clavaba los pies en el suelo mas firmemente todavia.

Ahora el hombre estaba a menos de un paso y, sin ser alto, parecia dominarla con su estatura.

– ?Que quiere de el? -inquirio.

– Quiero hablar -respondio la mujer tranquilamente, y Brunetti observo que abria los punos y apuntaba al suelo con los dedos.

– Puede hablar conmigo -dijo el hombre-. Soy su hermano.

– Signor Tanovic, usted no es su hermano, ni es su primo. -La voz de la mujer era serena, relajada, como si los dos se hubieran citado en un parque para charlar-. He venido a hablar con el signor Rocich.

– Le he dicho que no esta. -Durante toda la conversacion, su cara habia permanecido impasible, como tallada en granito.

– Quiza ya haya vuelto -sugirio ella, ofreciendole una salida-, y no se lo hayan dicho a usted.

Brunetti, que se mantenia tan impavido como el hombre, le vio considerar la posibilidad que se le ofrecia. El llamado Tanovic miro a la dottoressa Pitteri, luego recorrio con los ojos las caras de los visitantes que tenia frente a si, dos de uniforme y dos que no podian negar que eran policias.

– Danis. -El hombre se volvio hacia el companero del extremo izquierdo de la fila. De lo que dijo el hombre lo unico que Brunetti entendio fue el nombre de «Bogdan».

Danis se alejo en silencio hacia la caravana situada detras del Mercedes azul. Uno de los hombres encendio un cigarrillo y, en vista de que Tanovic no decia nada, otros dos lo imitaron. Nadie hablaba.

Al llegar a la caravana, Danis levanto la mano, pero, antes de que pudiera llamar a la puerta, esta se abrio y salio un hombre que vestia como los otros. Los dos intercambiaron unas palabras y bajaron la escalera. Bogdan dejo la puerta abierta, y Brunetti vio moverse una mancha clara en el interior, lo que hizo que el mantuviera los ojos fijos en la puerta mientras los demas observaban al hombre que se acercaba a Tanovic y a la dottoressa Pitteri.

El interior de la caravana estaba oscuro, pero a Brunetti le parecia ver cerca de la puerta parte de una figura, de una silueta, humana. Si, algo se movia alli dentro; en la parte inferior y mas clara de la forma, se advertia un movimiento oscilante.

Brunetti noto que el hombre se acercaba al grupo y se paraba, no frente a la dottoressa Pitteri sino al lado del que lo habia mandado llamar y que ahora dio medio paso atras. Brunetti tendia el oido, pero los hombres hablaban en una lengua totalmente desconocida, y vio que sus companeros los rodeaban y seguian atentamente la conversacion.

Brunetti volvio a mirar hacia la puerta y vio unos dedos que se cerraban en torno al borde, para abrirla un poco mas y, encima, la cara de una mujer. No distinguia claramente las facciones, solo que era vieja, quiza la madre del que habia salido de la caravana, quiza la abuela de Ariana.

La mujer se inclino hacia adelante, siguiendo al hombre con la mirada, y Brunetti volvio a percibir el movimiento oscilante de la falda.

Cuando parecio que los hombres terminaban su deliberacion, la dottoressa Pitteri dijo:

– Buenas tardes, signor Rocich -y Brunetti fijo la atencion en el interpelado.

Era mas bajo que los otros, y mas fornido. Tenia un pelo tan espeso y negro como el de Steiner, pero lo llevaba mas largo y peinado hacia atras con gomina o brillantina. Sus enormes cejas negras casi ocultaban los ojos, que parecian oscuros, aunque era dificil adivinar el color.

Rocich daba la impresion de ser mas prospero que los otros: tenia la barba cuidada y los zapatos mas limpios, al igual que el cuello de la camisa que asomaba del jersey.

El hombre miro a la dottoressa Pitteri con ojos inexpresivos, que no revelaban si la conocia o era la primera vez que la veia.

– ?Que quiere? -pregunto al fin.

– Se trata de su hija -respondio la mujer-. Ariana.

– ?Que pasa Ariana? -El hombre no apartaba los ojos de los de ella.

– Siento tener que decirle que su hija ha muerto en un accidente, signor Rocich.

Lentamente, el volvio los ojos hacia la caravana y, cuando los otros siguieron la direccion de su mirada, la figura de la mujer retrocedio, aunque aun se veian sus dedos asidos al borde de la puerta.

– ?Muerta? -pregunto el y, al verla mover la cabeza afirmativamente, anadio-: ?Como? ?Coche, trafico?

– No. Se ahogo.

Por su expresion se veia que el no entendia la palabra. La dottoressa Pitteri la repitio en tono mas alto, uno de los hombres dijo algo y entonces el parecio comprender. Se miro los zapatos, la miro a ella y miro a los hombres que estaban detras de el, primero a los de un lado y luego a los del otro. Nadie decia nada.

Al cabo de un rato, la dottoressa Pitteri dijo:

– Debo decirselo a su esposa -y dio media vuelta para dirigirse hacia la caravana.

La mano del hombre salto como una serpiente, y se aferro a su brazo, inmovilizandola.

– Yo no quiero -dijo con voz tensa, pero no mas alta que antes-. Yo digo -anadio soltandola. Brunetti vio que en la manga quedaba la huella de su mano-. Ella mia -dijo tajantemente, como para excluir toda posible discusion, y echo a andar hacia la caravana. La mujer o la hija: Brunetti se preguntaba a cual de las dos reclamaba como suya. Probablemente, a juzgar por su entonacion, a las dos.

El hombre iba hacia la caravana cuando, de pronto, se paro y volvio atras. Encarandose con la dottoressa Pitteri dijo en tono beligerante:

– ?Como saber? ?Como yo seguro ella Ariana?

La mujer se volvio hacia Steiner.

– Me parece que a usted le toca contestar, maresciallo.

Brunetti vio las miradas que intercambiaban los hombres al oir el tono de su voz y como su atencion se volvia entonces hacia el hombre de uniforme al que una mujer hablaba de este modo.

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