– Eso ya lo sabes, no hace falta que yo te lo diga -respondio el con calma-. Aunque, dadas las circunstancias, supongo que debio de ser algo irresistible.
Se hizo un silencio, roto por los sonidos que llegaban de la cocina.
– ?Como es que tu y mama nunca nos decis lo que esta bien o mal? -pregunto Chiara de pronto.
El tono de la pregunta no permitia a Brunetti adivinar su calado. Finalmente, respondio:
– Me parece que si os lo ensenamos.
– Pues a mi no me lo parece -replico ella-. La unica vez que se lo pregunte a mama, me cito una frase de esa estupida
Brunetti no dejaba de admirarse de estar casado con una mujer cuyo codigo moral se nutria de la novela inglesa. Pero, optando por ahorrar a su hija esta reflexion, respondio:
– Supongo que quiere decir que debes hacer tu trabajo, sea el que sea, y no mentir.
– Si, pero ?y toda esa historia de no matar, ni desear la mujer del projimo?
El se hundio un poco mas en el sofa mientras meditaba la respuesta.
– Bien, una forma de planteartelo es ver en todas esas cosas, esas diez cosas, ejemplos concretos del principio general.
– ?Te refieres al principio basico de Dickens? -pregunto Chiara riendo.
– Podrias llamarlo asi, imagino -admitio Brunetti-. Si haces tu trabajo, no es facil que quieras matar al projimo y, en tu caso, dudo de que pierdas el tiempo deseando a su mujer.
– ?Es que no puedes hablar en serio, papa? -dijo ella en tono suplicante.
– No cuando tengo hambre -dijo Brunetti levantandose.
CAPITULO 14
Al llegar al despacho al dia siguiente, Brunetti paso media hora leyendo en los periodicos la noticia del hallazgo del cadaver de la nina.
Sono el telefono y Brunetti contesto dando su nombre.
– Hola, Guido -oyo decir a su suegra-. Queria llamarte desde que regresamos de los Territorios Ocupados, pero he tenido muchas cosas que hacer, y luego Chiara y Raffi han venido a almorzar, y me he divertido tanto con ellos que olvide llamarte, aunque tenerlos aqui debia habermelo recordado, ?verdad?
– Crei que habiais ido a Palermo -dijo un Brunetti de entendimiento muy literal, alegrandose de que la
Ella se echo a reir. Tenia una risa musical, mas clara que su voz, y muy atractiva.
– Oh, perdona, Guido, debi prevenirte. A Orazio le ha dado ahora por llamar asi a Sicilia y Calabria. Como los dos sitios pertenecen a la Mafia y el Gobierno no tiene sobre ellos un control efectivo, dice que es gramaticalmente correcto llamarlos Territorios Ocupados. -Hizo una pausa y prosiguio-: Si bien se mira, no va descaminado.
– ?El termino es para uso domestico o lo usa tambien en publico? -pregunto Brunetti, absteniendose de enjuiciar la precision de la frase del conde y siempre reticente a comentar las ideas politicas de su suegro.
– La verdad es que no sabria decirte, ya que casi nunca estoy con el en publico. Pero, con lo discreto que es, quiza solo lo usa hablando conmigo. Ahora tambien tu lo sabes -dijo bajando el tono, y anadio-: Quiza lo mas prudente sea dejar que el propio Orazio decida la difusion que ha de tener el termino.
Brunetti nunca habia oido una peticion de discrecion formulada con tanto tacto.
– Por supuesto -dijo-. ?De que quieres hablarme?
– De ese religioso.
– ?Leonardo Mutti?
– Si -respondio ella y agrego, para sorpresa de su yerno-: Y tambien del otro, Antonin Scallon.
Brunetti repaso mentalmente su anterior conversacion con la
– ?Si? ?Y que puedes decirme? -pregunto, decidiendo dejar para mas adelante averiguar como podia haberse enterado ella de su interes por el padre Antonin.
– Parece ser que tambien una amiga mia se ha sentido atraida por las ensenanzas del hermano Leonardo - empezo y luego matizo-: es decir, que ha caido bajo su influjo.
Una vez mas, Brunetti se abstuvo de hacer comentarios.
– Tambien parece ser -prosiguio la
– ?Que le conto?
– Pues, en realidad, nada -respondio la
– ?Ella le hara caso?
– Por supuesto que no, Guido. Ya deberias de saber que, cuando una persona llega a mi edad, de nada sirve tratar de convencerla de que abandone su…, en fin…, sus entusiasmos.
El sonrio, pensando en lo caritativa que era su suegra al limitar la cabezoneria a las personas de su edad.
– ?Sabes si Antonin dijo algo concreto acerca del hermano Leonardo? -pregunto Brunetti.
Ella volvio a reir.
– Nada que no estuviera dentro de los limites del buen gusto y la solidaridad clerical. Ni que fuera contrario al principio de Orazio de no hablar mal de un colega. -Y, en tono mas serio-: Para que dejes de preocuparte de como me he enterado de tu interes por el padre Antonin, te dire, Guido, que Paola me conto que habia asistido al entierro de tu madre y que habia ido a verte.
– Gracias -dijo Brunetti sencillamente, y pregunto-: ?Que dice tu amiga del hermano Leonardo?
La
– Hace dos anos que se le murio un nieto, y necesita consuelo. Si lo que dice ese hermano Leonardo la reconforta, bienvenido sea.
– ?Le ha hablado de dinero? -pregunto Brunetti.
– ?El hermano Leonardo, quieres decir? ?A mi amiga?
– Si.
– Ella no me lo dijo, ni es cosa que yo pudiera preguntar.
Al percibir la nota de reproche y de advertencia de su voz, Brunetti dijo solo:
– Si sabes algo mas…
– Descuida -dijo ella sin dejarle terminar-. ?Daras besos de mi parte a Paola y los ninos?
– Si, desde luego -dijo el, y su suegra colgo.
Justo cuando Brunetti se creia libre de obligaciones, se le recordaba la peticion del padre Antonin. La experiencia habia ensenado a Brunetti a desconfiar de las manifestaciones de altruista buena voluntad, especialmente si estan relacionadas con el dinero. En este caso, el unico dinero que mediaba era el entregado al