Lo mismo podria decirse de Paola, penso Brunetti, pero callo.

El medico se puso en pie y en aquel instante el sol se abrio paso entre las nubes e ilumino la escena de unos hombres que rodeaban el cuerpo de una nina tendido en el suelo. Bocchese bajo la mirada y, al ver que su sombra se proyectaba sobre la cara de la nina, rapidamente, dio un paso atras.

– No sabre algo seguro hasta que le haga la autopsia -dijo Rizzardi, y Brunetti observo que el medico habia evitado sus expresiones habituales «abrirla» o «echar un vistazo».

– ?Alguna idea? -no pudo menos que preguntar Brunetti.

El medico movio la cabeza negativamente.

– No hay senales de violencia mas que en las manos.

Vianello dejo oir un grunido interrogativo.

– Las abrasiones -explico el medico-. Pueden darnos un indicio de donde estaba antes de que ocurriera esto. -Volviendose hacia el tecnico, dijo-: Espero que encontremos algo sobre lo que pueda trabajar, Bocchese.

El tecnico, que nunca se mostraba muy locuaz, no habia dicho nada desde su llegada. Al oir su nombre, parecio salir de un trance. Miro alrededor y pregunto a Brunetti:

– ?Han terminado?

– Si.

Bocchese dijo entonces a su ayudante:

– Vamos a hacer las fotos.

CAPITULO 13

– La gente no pierde ninos -dijo Paola aquella noche antes de la cena cuando el le conto los sucesos del dia-. Extravian las llaves o el telefonino, pierden la cartera, o se la roban, pero no pierden a sus hijos, y menos si solo tienen diez anos. -Callo, mirando la cebolla que tenia preparada en la tabla de picar y anadio-: No puedo entenderlo, en serio. A menos que sea como en ese pasaje del evangelio de Lucas, en el que Jesus va a Jerusalen con sus padres y al regreso ellos lo pierden.

Santo Dios, esta mujer era capaz de leer cualquier cosa.

– Al cabo de tres dias -prosiguio ella pelando y empezando a picar la cebolla-, lo encuentran en el templo, discutiendo con los doctores de la Ley.

– ?Y piensas que con esta nina puede haber ocurrido algo asi?

– No -respondio ella dejando el cuchillo y volviendose a mirarlo-. Creo que prefiero no pensar en la alternativa.

– ?Que la han matado?

Paola se agacho a sacar una sarten del armario.

– Perdona, Guido, pero no puedo hablar de esto. Por lo menos, en este momento.

– ?Puedo ayudar? -pregunto el, esperando que ella dijera que no.

– Ponme una copa de vino y vete a leer -dijo Paola, y eso hizo el.

Meses atras, Brunetti, espoleado por las diatribas de su esposa contra el teatro y el cine contemporaneos, que ella tachaba de franca basura, se puso a releer a los dramaturgos griegos. Al fin y al cabo, ellos fueron los padres del teatro, lo que quiza los convertia en abuelos del cine, aunque le dolia formular contra ellos semejante acusacion.

Habia empezado por Lisistrata -eleccion que Paola habia aplaudido calurosamente- y seguido con la Orestiada, que le habia dejado el mal sabor de boca de comprobar que ya dos mil anos atras nadie parecia capaz de comprender el significado de la justicia. Luego leyo Las nubes, con su deliciosa parodia de Socrates, y ahora estaba con Las troyanas, en la que sin duda no se parodiaba nada ni a nadie.

Esos griegos sabian de las cosas. Sabian de la compasion y sabian mas aun de la venganza. Y sabian que la diosa Fortuna danzaba sin ton ni son de un lado al otro. Y sabian que nadie es siempre afortunado.

El libro le cayo sobre el pecho y el se quedo mirando por la ventana al cielo que se oscurecia. Esta noche no podia leer lo de la muerte de Astianax, esta noche no. Cerro los ojos y la oscuridad total avivo el recuerdo de la nina muerta, el roce de la seda de su pelo en la muneca.

Se abrio la puerta de la escalera con mas ruido del que debe hacer una puerta al abrirse, y Chiara entro acompanada de su estrepito habitual. Brunetti no comprendia como una nina de aspecto tan delicado podia generar tanto ruido. Tropezaba con los muebles, golpeaba la mesa al dejar los libros, volvia las paginas de los libros con el tableteo de una moto scooter y siempre conseguia tintinear en el plato con el cuchillo y el tenedor.

Oyo que se paraba en la puerta y le grito:

– Ciao, angelo mio.

Ella golpeo varias veces la pared con la mano y, finalmente, se encendio la luz del rincon.

– Ciao, papa. ?Te escondes de la mamma?

El la vio en la puerta, una version reducida de Paola, aunque, de pronto, no parecia tan reducida. ?Cuando habia crecido esos centimetros y por que no lo habia notado el?

– No; estaba leyendo.

– ?A oscuras? Que habil.

– Veras -explico el-, estaba leyendo y luego me he puesto a pensar en lo que habia leido.

– ?Como dicen en la escuela que debemos hacer? -pregunto ella con aire inocente, acercandose y dejandose caer en el sofa, a su lado.

– ?Supongo que lo preguntas en broma? -dijo el ladeando el cuerpo para darle un beso.

Ella se rio.

– Claro que es broma. ?Para que vas a leer si no para pensar en lo que lees? -Se recosto en el sofa y puso los pies en la mesita, al lado de los de el, haciendolos oscilar de un lado al otro-. Pero los profes siempre estan con lo mismo: «Reflexionad sobre la lectura. Estos libros deben serviros de ejemplo en la vida, para mejorarla y enriquecerla.» -Ahuecaba la voz que habia perdido su cadencia veneciana para pasar a un toscano tan puro que, al oirlo, el mismo Dante hubiera aplaudido.

– ?Y no es asi?

– Tu dime como puede mejorar y enriquecer mi vida el libro de mates y yo te prometo quitar ahora mismo los pies de la mesa y no volver a ponerlos jamas. -Golpeo con el pie izquierdo el derecho de su padre varias veces, para recordarle la norma de Paola sobre los pies y las mesas.

– Supongo que los profesores hablan en general -empezo Brunetti.

– Eso dices siempre cuando quieres defenderlos.

– ?Sobre todo cuando dicen una estupidez?

– Si. Generalmente.

– ?Dicen muchas estupideces los profesores?

Ella tardo en responder.

– No; me parece que no. La peor es la professoressa Manfredi, diria yo. -Era la de Historia, cuyas observaciones eran muy comentadas en la mesa de los Brunetti-. Pero todos sabemos que es de la Lega, y que lo unico que espera de nosotros es que nos hagamos mayores de edad y votemos a favor de separarnos del resto de Italia y echar a todos los extranjeros.

– ?Alguien presta atencion a lo que dice?

– No, ni siquiera los hijos de los que votan Lega. -Chiara reflexiono un momento y agrego-: Piero Raffardi la vio un dia con su marido, en unos almacenes, comprando un traje para el. El marido es un tipo bajito, bigotudo y cascarrabias que no hacia mas que quejarse de lo caro que era cada traje que se probaba. Piero estaba en la cabina de al lado y, al darse cuenta de quienes eran los que hablaban, decidio quedarse a escuchar.

Brunetti imagino la alegria del alumno al poder espiar a una profesora, y nada menos que a la Manfredi, el coco de la clase.

Chiara miro a su padre.

– ?No vas a decir que espiar es feo? -pregunto.

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