– Muchas gracias, signorina -termino el.

Brunetti sabia que podia buscar informacion sobre Giorgio Fornari con el ordenador, pero la zona de la memoria en la que estaba ubicado el nombre era la misma en la que se alojaban las habladurias y los rumores, de manera que la clase de informacion que le interesaba era la que no aparece en diarios y revistas ni en los informes del Gobierno. Trato de reconstruir la situacion en la que habia oido el nombre de Fornari por primera vez. Algo relacionado con dinero, y algo que tenia que ver con la Guardia di Finanza, porque dias atras, al leer en el periodico una alusion a la policia de delitos economicos, le vino a la memoria el nombre de Fornari.

Un antiguo condiscipulo de Brunetti era ahora capitan de la Guardia di Finanza. El comisario no habia olvidado la tarde que habian pasado en la laguna unos tres anos atras. La patrullera, equipada a uno y otro lado con turbinas de pelicula de accion, asombro a Brunetti, acostumbrado a las lanchas de la policia y de los carabinieri. Aquella tarde, el comisario aprendio el verdadero significado del concepto «gran velocidad», mientras el piloto los llevaba por el Canale di San Nicolo y mas alla, como si no fuera a parar hasta avistar las islas de las costas de Croacia. El amigo de Brunetti justifico la excursion como «operacion de coordinacion con otras fuerzas del orden», pero en realidad, con la complicidad del piloto, aquello fue una escapada de colegiales, en la que no fallaron los gritos de jubilo ni las palmadas en la espalda, que no acabo hasta que se recibio por radio una llamada pidiendo su posicion.

Desentendiendose de la llamada, el piloto viro en redondo y la lancha salio disparada hacia la ciudad, dejando atras las barcas de pesca como si fueran islotes y dando grandes saltos al tomar de traves deliberadamente la estela de un transatlantico que se dirigia a la ciudad.

Impresionado por el recuerdo, Brunetti dijo en voz alta:

– Los transatlanticos. -Sin apartar la mirada de la pared, fue rescatando del olvido todo el episodio. Giorgio Fornari era amigo del capitan amigo de Brunetti, y un dia lo llamo para hablarle de algo que le habia contado el dueno de una tienda de Via XXII Marzo que se encontro atrapado en uno de tantos ingeniosos metodos utilizados por la gente para lucrarse a costa de la ciudad.

Al parecer, segun dijeron a Fornari, en los cruceros era norma advertir al pasaje de que no era seguro hacer compras ni comer en Venecia. Puesto que la mayoria de cruceristas de los grandes transatlanticos que visitaban la ciudad eran norteamericanos que solo se consideraban seguros en su casa, delante de su televisor, creian el aviso y se sentian agradecidos cuando el barco les proporcionaba una lista de tiendas y restaurantes «seguros» en los que no se les estafaria. Estos lugares no solo eran de absoluta confianza -y aqui el capitan no habia podido contener la risa al contarselo a Brunetti- sino que, ademas, les harian un descuento del diez por ciento, solo con que lo solicitaran y mostraran la tarjeta de identificacion que el barco distribuia a sus pasajeros.

Con creciente regocijo, el capitan habia explicado que el personal de a bordo, siempre deseoso de proporcionar alegrias, ofrecia una especie de loteria a los pasajeros a su regreso al barco: ensenando el recibo de las compras o del almuerzo, las posibilidades de ganar un premio eran proporcionales al importe del desembolso.

«Y todos felices y contentos con sus descuentos», recordaba ahora Brunetti que habia dicho el capitan con una sonrisa feroz. Y, al dia siguiente, el personal de a bordo hacia la ronda de las tiendas y los restaurante, «recomendados», para recaudar su propio diez por ciento, gratificacion relativamente modesta que los comerciantes satisfacian gustosos con tal de ver sus nombres en la lista de establecimientos seguros. Y, por si la tienda trataba de minimizar el importe de la venta, ya tenian ellos los recibos con el verdadero total. Mas seguridad, imposible.

Giorgio Fornari habia preguntado al capitan si no habria manera de poner fin a esto. El capitan, animado del espiritu de la verdadera amistad, habia aconsejado a Fornari que mantuviera la boca cerrada y que recomendara a los comerciantes que hicieran otro tanto. Brunetti recordaba que el capitan le habia dicho: «Me parece que se ha ofendido, porque lo considera ilicito.»

Brunetti comprendia que esta actitud no podia considerarse un fiel retrato de Fornari, sino, a lo sumo, una instantanea. Frente a una situacion concreta, habia reaccionado como un ciudadano honrado. Su amigo le dijo que Fornari estaba indignado porque pudieran aprovecharse de este modo de la ciudad unos individuos que no eran venecianos, ni siquiera italianos, ya que los barcos eran extranjeros. A lo que el capitan respondio a Fornari recordandole que semejante chanchullo no podria mantenerse, ni tal vez habria podido organizarse, sin el tacito consentimiento, y quien sabe si la colaboracion, de «ciertos sectores» de la ciudad.

Pero ya se acercaban al muelle de la punta de la Giudecca, la escapada habia terminado y el episodio de la indignacion de Fornari ante la fraudulencia quedo archivado en la memoria de Brunetti.

– Imagina -dijo ahora en voz alta el comisario.

Saco a Brunetti de la contemplacion de este ingenioso apano la llamada de la signorina Elettra, que dijo sin preambulos:

– He encontrado varias cosas de ese tal Mutti.

Desafino al pronunciar el nombre.

– ?Que ha encontrado?

– Como ya le dije, nunca ha pertenecido a una orden religiosa.

– Lo recuerdo, si -dijo Brunetti, y agrego, porque el tono de ella parecia pedirlo-: ?Pero…?

– Pero el padre Antonin no iba descaminado al hablar de Umbria. Mutti estuvo alli dos anos, en Asis. Entonces llevaba habito franciscano.

Ante tan prudente forma de expresion, Brunetti pregunto:

– ?Que hacia?

– Dirigia una especie de centro de recuperacion.

– ?Centro de recuperacion? -pregunto Brunetti, advirtiendo que iba a aprender algo nuevo sobre la epoca en la que vivia.

– Un sitio al que los ricos pueden trasladarse un fin de semana en busca de…, bueno, de purificacion.

– ?Fisica? -pregunto el, recordando el balneario de Abano, en el que ella habia estado hacia poco, pero sin olvidar la alusion al habito franciscano.

– Y espiritual.

– Ah -dijo Brunetti, y luego-: ?Y que paso?

– Pues que tanto las autoridades sanitarias como la Guardia di Finanza tuvieron que intervenir y clausurar el centro.

– ?Y Mutti? -pregunto Brunetti, prescindiendo del tratamiento clerical.

– El nada sabia de las finanzas del lugar, desde luego. Estaba alli en calidad de consejero espiritual.

– ?Y la contabilidad?

– No existia.

– ?Que paso?

– Fue acusado de fraude, multado y dejado en libertad.

– ?Y?

– Y, al parecer, se traslado a Venecia.

– En efecto -dijo Brunetti, y entonces decidio-: Haga el favor de llamar a la Guardia di Finanza. Pregunte por el capitan Zeccardi. Cuentele todo eso y diga que quiza le interese investigar las actividades de Mutti.

– ?Eso es todo, comisario?

– Si -dijo Brunetti y entonces, recordando, rectifico-: No. Diga al capitan que con esto quiero agradecerle el paseo por la laguna. El lo entendera.

Durante la cena, Brunetti estuvo menos hablador de lo habitual en el, pero nadie parecio notarlo, enfrascados como estaban todos en un debate acerca de la guerra que parecia estar librandose en las calles de Napoles.

– Hoy han disparado a dos -dijo Raffi, alargando el brazo hacia la fuente de los ruote con melanzane y ricotta-. Aquello es el Salvaje Oeste. Sales de casa para ir a la esquina a por un litro de leche y zacchete! te vuelan la cabeza.

Con el tono de voz que usaba para calmar los arrebatos juveniles, Paola dijo:

– Imagino que, siendo Napoles, lo mas probable es que vayan a la esquina a por un litro de cocaina. -Sin cambiar de tono, pregunto-: ?Mas pasta, Chiara?

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