conduciendo un coche de la policia para ganarme la vida.
– ?No le gusta lo que hace? -pregunto Brunetti, sin saber bien como se habia pasado de un tema a otro.
– No es que no me guste, comisario. En ocasiones como esta, cuando puedo hablar con personas…, en fin, personas que me hablan como si yo fuera alguien, me gusta. Pero, ?que vida es esta para un hombre? Llevar a la gente de un lado al otro, sabiendo que esa otra gente sera siempre mas importante que yo. Soy agente de policia, si, llevo uniforme y pistola, pero lo unico que voy a hacer es conducir este coche. Hasta que me jubile.
– ?Por eso cree que es importante que sus hijos vayan a la escuela? -pregunto Brunetti.
– Exactamente. Alli reciben una educacion, ellos podran hacer algo en la vida. -Puso el intermitente y viro por la rampa de salida de la
– Confiemos en que asi sea, ?eh?
– Si, senor.
El agente saco el coche de la
Tomaron otra curva. Brunetti miraba a uno y otro lado sin reconocer el sitio. Las casas desaparecieron y el mundo se torno verde.
Al fin, el coche se detuvo frente a la verja del campamento. El conductor se apeo, la abrio, volvio al coche, cruzaron, bajo de nuevo y cerro. Si se abria con tanta facilidad, ?de que servia?
Dos hombres estaban sentados en la escalera de una caravana y otros tres miraban bajo el capo de un coche. Ninguno se dio por enterado de la llegada del coche de la policia, pero Brunetti observo que se habian quedado quietos como por ensalmo.
Brunetti se apeo y con una sena indico al conductor que se quedara dentro. Se acerco a los tres hombres.
–
Los tres hombres irguieron el cuerpo y, como si hubieran ensayado la maniobra, se apartaron del coche simultaneamente y se dirigieron hacia las caravanas. Al cabo de un momento, Brunetti se acerco a los dos hombres que estaban sentados en la escalera. Ellos lo miraron y enseguida volvieron la cara.
–
– No italiano -dijo uno, sonriendo a su amigo.
Brunetti volvio al coche de la policia. El conductor bajo el cristal y miro a Brunetti.
– ?Sabe usted mucho de coches? -pregunto el comisario.
– Si, senor.
– ?Alguna irregularidad en esos coches? Me refiero a infracciones -puntualizo Brunetti senalando con la barbilla el semicirculo de vehiculos que tenian delante.
El conductor se apeo. Dio dos pasos hacia los coches y los miro despacio.
– Dos tienen rotas las luces de posicion traseras -dijo volviendose hacia Brunetti-. Y los neumaticos de otros tres estan practicamente lisos. -El hombre miro a Brunetti y pregunto-: ?Quiere mas?
– Si.
El conductor fue hasta los coches e hizo un meticuloso examen de cada uno de ellos, comprobando si los asientos traseros tenian cinturon, si los faros estaban enteros y si llevaban en lugar visible la tarjeta verde del seguro. Despues volvio a donde estaba Brunetti y dijo:
– Dos no pueden circular legalmente. Uno esta casi sin neumaticos y dos llevan tarjetas del seguro de hace mas de tres anos.
– ?Es suficiente para que se los lleve la grua?
– No estoy seguro, comisario. Nunca he estado en Trafico. -Miro los coches y anadio-: Quiza si.
– Veremos lo que se puede hacer. ?Quien tiene jurisdiccion aqui?
– La provincia de Treviso.
– Bien.
Brunetti habia reflexionado con frecuencia en el significado de lo que se habia dado en llamar el Activo de una persona, expresion que, generalmente, abarca los bienes inmuebles, valores, dinero y otras propiedades, es decir, cosas que uno puede ver, contar y tocar. Que el supiera, la expresion no se utilizaba para designar intangibles tales como la buena o la mala voluntad que acompanan a una persona a lo largo de la vida, el amor que da y que recibe, ni los favores que se le deben, que, en este caso concreto, eran lo que contaba.
El comisario, cuyo patrimonio economico podia cuantificarse facilmente, disponia de vastos recursos de otro orden: ahora mismo, sin ir mas lejos, podia contar con un antiguo companero de universidad que en la actualidad era
El conductor de Brunetti abrio la verja y las gruas entraron. De la primera salto a tierra un agente uniformado que, sin mirar a Brunetti ni a su conductor, se acerco al primero de los tres coches denunciados. El agente introdujo el numero de matricula en un ordenador portatil, espero que la respuesta apareciera en la pantalla y tecleo mas informacion. Al cabo de un momento, el ordenador escupio una pequena hoja blanca que el agente puso debajo del limpiaparabrisas del coche. Luego repitio el proceso con otros dos coches y, cuando hubo terminado, hizo una sena con la mano a los conductores de las gruas.
Con una precision que Brunetti no pudo menos que admirar, los camiones se situaron delante de los coches, dieron media vuelta e hicieron marcha atras. Con movimientos tan sincronizados como el de los tres nomadas al apartarse del capo, los conductores engancharon los coches y volvieron a los camiones. El agente saludo a Brunetti, volvio a subir a la cabina del primer camion y cerro la puerta con un golpe seco. Los motores de los camiones zumbaron en un tono mas agudo. Lentamente, la parte delantera de los coches se elevo, las gruas se pusieron en fila y salieron por la verja remolcando cada una un coche. Una vez fuera, pararon y el agente se apeo y cerro la verja. Las gruas se alejaron. La operacion no habia durado ni cinco minutos.
El conductor de Brunetti volvio a sentarse al volante, pero Brunetti se quedo de pie delante del coche. Al cabo de unos minutos, el que parecia el jefe del campamento abrio la puerta de la caravana y bajo la escalera. Brunetti dio unos pasos a su encuentro. Tanovic se detuvo a un metro de el.
– ?Por que hace eso? -pregunto agriamente senalando con un brusco movimiento de la cabeza el vacio que habian dejado los coches.
– No quiero que corran riesgos -dijo Brunetti. Y, antes de que el otro pudiera hablar, anadio-: Es peligroso desobedecer ciertas leyes.
– ?Que leyes desobedecemos? -pregunto el hombre con voz cargada de indignacion.
– Hay que tener seguro para llevar coche -explico Brunetti-. Y faros y cinturon de seguridad. No hacen lo que manda la policia.
– No tenian que llevarse coches -dijo el hombre con otra sacudida de la cabeza.
– Usted esta aqui ahora, ?verdad? -pregunto Brunetti-. Hablando conmigo.
El hombre agrando los ojos al oir esto, como si el prefiriese jugar a ver quien era el mas fuerte, sin hablar de las jugadas.
– Yo vengo otro rato -dijo-. Tengo trabajo ahora.
– Yo no tengo tiempo que perder -dijo Brunetti con una voz muy desagradable-. Usted me hace perder tiempo. Yo le hago perder tiempo.
El hombre no queria entrar a discutir eso.
– ?Que quiere?
– Hablar con
El hombre miraba a Brunetti como si aun esperan la respuesta a su pregunta.