lombardo, quiza milanes.

– Muchas gracias por llamar, dottore. Como le decia en mi mensaje, deseo hacerle unas preguntas acerca de unos pacientes suyos.

– ?Que pacientes?

– Una familia conocida como Rocich -dijo Brunetti-. Son nomadas que viven en el campamento que esta cerca de Dolo.

– Se quienes son -dijo el medico asperamente, y Brunetti empezo a pensar que la llamada iba a ser un fracaso. La impresion se acentuo cuando Calfi agrego-: Y no es una familia «conocida como» Rocich, comisario: es su apellido.

– Bien -dijo Brunetti, esforzandose por mantener la voz serena y afable-. ?Podria decirme que miembros de la familia son pacientes suyos?

– Antes me gustaria saber por que me hace esta pregunta, comisario.

– Le hago esta pregunta, dottore, para ahorrar tiempo.

– Me temo que no le entiendo.

– Con una orden judicial, quiza podria conseguir la informacion de los archivos centrales del distrito, pero como se trata de preguntas que prefiero hacer a su medico personalmente, trato de comprobar si son pacientes suyos, para abreviar.

– Lo son.

– Gracias, dottore. ?Podria decirme a que miembros de la familia ha tratado?

– A todos.

– ?Y son?

– El padre, la madre y los tres hijos -respondio el doctor, y Brunetti tuvo que dominar el impulso de decir que hacia que sonara como si hablara de los tres ositos.

– La informacion que necesito se refiere a la menor de las hijas, dottore.

– ?Si? -La voz del medico era cauta.

– ?La ha estado tratando de alguna enfermedad venerea? -pregunto Brunetti como si se refiriera a una persona viva.

El medico no se dejo enganar.

– Comisario, leo los periodicos, y se que Ariana ha muerto. ?Por que quiere saber si la habia tratado -recalco el preterito- de esa clase de enfermedad?

– Porque en la autopsia se le apreciaron senales de gonorrea -dijo Brunetti con voz neutra.

– Si; yo conocia el problema, y ella estaba en tratamiento.

Brunetti desistio de preguntar si, en su calidad de medico, no habia considerado oportuno informar del «problema» a los servicios sociales.

– ?Podria decirme cuanto tiempo llevaba en tratamiento?

– No creo que eso tenga que ver.

Brunetti tampoco lo creia, pero respondio:

– Podria ayudarnos en la investigacion de su muerte, dottore.

– Varios meses -concedio el medico.

– Gracias -dijo Brunetti, conformandose con lo que se le daba y renunciando a pedir pormenores.

– Me gustaria decir unas palabras -empezo el medico.

– Adelante, dottore.

– Trato a esa familia desde hace casi un ano, y me intereso mucho por ellos y por las dificultades que encuentran. -En este momento, Brunetti adivino lo que iba a oir. El dottor Calfi era un cruzado, y Brunetti sabia que con los cruzados no tenia nada que hacer como no fuera escucharles, darles la razon en todo y tratar de conseguir de ellos lo que necesitaba.

– Estoy seguro de que son muchos los medicos que se interesan vivamente por sus pacientes -dijo Brunetti con una voz limpia de cualquier sentimiento que no fuera cordialidad y admiracion.

– La vida no es facil para ellos -dijo Calfi-. Nunca lo fue.

Brunetti emitio un sonido de asentimiento.

Durante los minutos que siguieron, Calfi enumero los infortunios de la familia Rocich; por lo menos, la version que ellos le habian dado. Todos, en uno u otro momento, habian sido victimas de un trato brutal. Hasta la esposa habia sido golpeada por la policia en Mestre, que le habia dejado un ojo tumefacto y magulladuras a uno y otro lado del cuello. Los ninos habian sufrido persecucion en el colegio y temian volver. El propio Rocich no encontraba trabajo.

Cuando el medico termino de hablar, Brunetti pregunto con voz emocionada y solidaria:

– ?Como contrajo la nina la enfermedad, dottore?

– Fue violada -dijo Calfi con indignacion, casi como si Brunetti hubiera tratado de negarlo o, de algun modo, hubiera estado involucrado en el acto-. El padre me conto que una tarde, a ultima hora, cuando la nina volvia andando al campamento, un hombre que conducia un coche grande se ofrecio a llevarla. Por lo menos, eso le dijo ella.

– Comprendo -dijo un muy impresionado Brunetti.

– El hombre salio de la carretera y la violo -dijo Calfi, alzando la voz airadamente.

– ?Lo denunciaron a la policia? -pregunto un Brunetti no menos indignado.

– ?Quien iba a creerles? -pregunto a su vez Calfi, ahora en tono de amarga impotencia.

«No muchos», penso Brunetti, pero dijo:

– Si, probablemente tiene razon, dottore. -En el mismo tono, pregunto-: ?La llevaron a su consultorio?

– Al cabo de unos meses -respondio el medico, que, antes de que Brunetti pudiera preguntar por que habian tardado tanto, explico-: A la nina le daba verguenza lo ocurrido y no queria que la trajeran hasta que ya no fue posible seguir ocultando los sintomas.

– Comprendo, comprendo -dijo Brunetti y luego murmuro entre dientes-: Es terrible.

– Celebro que lo vea asi -dijo el medico, y Brunetti tuvo que reconocer que, efectivamente, todo aquello le parecia terrible, pero quiza no del mismo modo en que se lo parecia al doctor.

– ?Le ha ocurrido algo similar a alguno de los otros ninos? -pregunto.

– ?Que quiere decir con lo de «similar»? -pregunto el medico secamente.

Brunetti creyo que seria prudente evitar el tema de las enfermedades de transmision sexual y dijo:

– Violencia por parte de los habitantes de la zona. -Y entonces decidio arriesgarse-: O de la policia.

Casi le parecio sentir como Calfi se calmaba al oir esto.

– Alguna vez, pero la policia prefiere ejercer la violencia con las mujeres -dijo Calfi, como si hubiera olvidado que estaba hablando con un funcionario del cuerpo.

Brunetti decidio dar por terminada la conversacion antes de que se complicara, y dio las gracias al medico por su ayuda y por la informacion facilitada.

Con un intercambio de formulas de cortesia, los dos hombres se despidieron.

– Violencia con las mujeres -repitio Brunetti todavia con el telefono en la mano. Luego colgo.

Solo le quedaban los Fornari. Comprendia que lo mas prudente era dejar que Patta decidiera si era conveniente volver a hablar con ellos, o quiza fuera preferible dejarlo al criterio del juez instructor, pero Brunetti opto por considerar la visita no como un acto de investigacion sino como el intento de clarificar la probabilidad de que la nina hubiera muerto al caer desde su tejado. El signor Fornari ya debia de haber regresado de Rusia y Brunetti se preguntaba si se mostraria tan exento de curiosidad como su esposa por la nina gitana hallada muerta cerca de su casa.

Mientras caminaba por Riva degli Schiavoni, obligado a sortear tanto a los transeuntes que iban en su misma direccion como a los que venian de cara, Brunetti tenia la sensacion de que alguien lo observaba. De vez en cuando, se paraba a mirar la mercancia de los tenderetes del muelle, que eran cada vez mas numerosos: banderines de clubes de futbol, gondolieri, sombreros de bufon de terciopelo acolchado, ceniceros -uno de Capri- y las inevitables gondolas de plastico. Parado frente a aquellos horrores dirigia la atencion hacia uno y otro lado disimuladamente. Dejo en el mostrador la gondola que tenia en la mano y dio media vuelta rapida, pero no observo ningun movimiento furtivo entre la gente que tenia a su espalda. Penso en tomar un vaporetto: esto obligaria a su perseguidor a abandonar el intento, pero pudo

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