El nino se encogio de hombros.

– ?Por que estas en la ciudad? -pregunto Brunetti.

– Trabajo -dijo el nino, y Brunetti se quedo atonito por el empleo de esta palabra.

– ?Diras a tu madre que has hablado conmigo?

– Si. Ella quiere.

– ?Y quiere algo mas? -pregunto Brunetti.

– Hombre tigre. Hombre tigre muerto -dijo el nino con vehemencia, y Brunetti penso que no era unicamente la madre del chico quien deseaba que muriese-. Como Ariana -dijo el nino con furor de adulto.

Brunetti ya tenia bastante. Apoyo la mano en el suelo y, lentamente, se levanto. Oyo crujir la rodilla derecha. Tal como temia, el nino dio dos pasos atras y, automaticamente, se protegio la cara con el brazo.

Brunetti se aparto aun mas.

– No voy a hacerte dano. -El chico bajo el brazo-. Ahora puedes irte, si quieres. -El chico parecia no entender, y Brunetti dio media vuelta y fue hasta el extremo de la calle, que era perpendicular a la dell'Albero. -Brunetti grito-: Ahora voy a la questura. Di a tu madre que deseo hablar con ella.

El chico ya estaba justo detras de Brunetti, dando la vuelta a la esquina, y respondio a la peticion del comisario moviendo la cabeza negativamente, sin decir nada.

Con la espalda pegada a la pared, para pasar lo mas lejos posible de Brunetti, el chico salio a la calle adyacente y se alejo en direccion al puente por el que los dos habian venido corriendo.

Al llegar al pie de la escalera, el chico se detuvo, pero no miro atras. Cuando ponia el pie en el primer peldano, Brunetti grito:

– Eres un buen muchacho.

El nino subio corriendo la escalera del puente y se perdio de vista al otro lado.

CAPITULO 28

– «Hombre tigre» -repitio Vianello cuando Brunetti le hubo contado sus conversaciones con los Fornari y con el nino-. ?No te ha dado otra explicacion?

– No. Alguien que a sus ojos se parecia a un tigre entro cuando ellos estaban en la habitacion, levanto en brazos a la nina y la arrojo por el balcon. -Brunetti reflexiono, se paso una mano por el pelo y anadio-: O, por lo menos, eso me ha parecido entender.

– ?Y por eso el chico lo quiere «muerto»?

– El balcon de la habitacion de los padres daba a la terraza -le recordo Brunetti-. Quiza ella se cayo desde la terraza y resbalo por el tejado.

– Es posible -concedio Vianello-, pero no recuerdo haber visto una piel de tigre en la casa.

– No hay que tomarlo al pie de la letra, Lorenzo. Es un nino. Cualquiera sabe lo que habra querido decir con hombre tigre. Podria ser alguien que llevara un pijama a rayas, o que le gritara con voz ronca.

Vianello reflexiono y dijo:

– Ni siquiera sabemos si el chico se ha equivocado de palabra, ?verdad? -Como Brunetti no respondiera, anadio-: Dices que apenas habla italiano.

Brunetti pensaba que el chico entendia el italiano bastante bien, pero lo que decia Vianello podia ser cierto. Entonces recordo que el nino se habia ahuecado el pelo como el de una fiera y habia hecho ademan de trazarse en los brazos rayas que podian imitar las de un tigre. Pero la imaginacion de un nino no tenia que corresponderse con la de un adulto.

– Pobre diablo -dijo Vianello.

– ?Te refieres al chico? -pregunto Brunetti.

– Claro que me refiero al chico -dijo Vianello rapidamente-. ?Cuantos anos tiene? ?Doce? Tendria que estar en la escuela, en lugar de venir a la ciudad a «trabajar» robando por las casas. -Brunetti se abstuvo de comentar sobre la incoherencia de las opiniones de Vianello y espero a que prosiguiera-. Es un nino -insistio el inspector, indignado-. No hace esas cosas porque salga de el hacerlas. -Levanto las manos en ademan de repulsa y lanzo un grunido de colera.

– Por lo que se ve, sientes simpatia, cuando menos, por uno de ellos -observo Brunetti, pero lo dijo sonriendo, y Vianello no se molesto.

– En fin, ya sabes lo que ocurre: es facil sentir simpatia cuando se trata de un caso concreto. Solo cuando contemplamos la situacion en conjunto, los metemos a todos en el mismo saco y decimos esas cosas. Esas estupideces. -Sin duda, Vianello se referia a su anterior diatriba, lo que equivalia a pedir disculpas, o casi-. Lo que me revienta es no poder hacer nada -prosiguio, y Brunetti siguio callado-. Antes de subir, estaba hablando con Pucetti. Han llamado de la tienda de comestibles de Miracoli. Al parecer, esta manana ha entrado un drogata con una barra de hierro, amenazando con romperlo todo si no le daban dinero. -Era la misma historia que Brunetti habia oido tantas veces, y temia adivinar el final-. Le han dado veinte euros y el ha entrado en el bar de al lado, ha comprado una botella de vino y se ha sentado en el banco que esta delante de la tienda, a beber. Entonces el dueno nos ha llamado. -Vianello extendio las piernas y se miro los pies. Tambien el habia oido la historia muchas veces-. Pucetti ha ido a la tienda. Ha pedido a Alvise que lo acompanara. -Se interrumpio, suspiro y meneo la cabeza-. Pero Alvise estaba muy ocupado, y se ha llevado a Fede y a Moretti. Cuando han llegado, el tio seguia en el banco, como si pasara por alli y se hubiera sentado a descansar un rato. El dueno de la tienda lo ha identificado, Pucetti ha redactado una denuncia y han traido aqui al hombre. Al cabo de un par de horas, lo hemos soltado. -Parecia que ya habia terminado, pero entonces dijo-: Lo mismo que el tal Mutti. Ha desaparecido. Te ha llamado tu amigo Zeccardi.

– ?Que ha dicho?

– Mutti vivia en Dorsoduro. Los chicos de la Guardia di Finanza le hicieron una visita y le pidieron que les ensenara las cuentas de su organizacion. El les dijo que fueran a verlo al dia siguiente a las oficinas de la Agrupacion.

– ?Y bien? -pregunto Brunetti aunque, visto el contexto en el que Vianello situaba el caso, estaba seguro de conocer el desenlace.

– Asi lo hicieron. Pero el se habia marchado. La direccion de las oficinas que les habia dado era la de un bar en el que nunca habian oido su nombre y, cuando volvieron al domicilio, se habia mudado, nadie sabia adonde.

– Transportado -dijo Brunetti.

– ?Como? -pregunto Vianello.

– Nada, nada. Un chiste malo.

Las carceles rebosaban, Brunetti lo sabia, y el Gobierno, que tantas criticas habia recibido por la ultima amnistia, no podia conceder otra tan pronto. Esta era la razon de que en los boletines del ministerio se instara a la policia a limitar los arrestos a los criminales mas violentos. La sensacion de impotencia que ello ocasionaba tanto a la policia como a la poblacion provocaba en ambas una ira latente, pero la situacion no tenia remedio.

– En fin -dijo Brunetti apoyando las manos en la mesa para ponerse en pie-. Nada se adelanta con lamentaciones.

– ?Que propones?

– Salir a tomar cafe y ver si hay manera de poner a alguien a vigilar la casa de los Fornari. -Al observar la expresion de Vianello, explico-: Me gustaria saber si alguien va a hacerles una visita.

– ?Alguien como, por ejemplo?

– Eso es lo que quiero averiguar. Porque podria revelarme el motivo de la visita.

Mientras tomaban el cafe, los dos hombres hablaron de efectivos y logistica, sin encontrar la manera de poner bajo vigilancia la casa de los Fornari. Quienquiera que fuera visto rondando por aquella calle sin salida, habia de llamar la atencion. Fueron estudiando y descartando una posibilidad tras otra, hasta que, finalmente, Vianello no pudo menos que preguntar:

– ?Quien crees que querria hacerles una visita?

– El padre de la nina.

La respuesta parecio sorprender al inspector.

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