problema y dejara su nombre y numero, y el doctor le llamaria.
– Describir mi problema -dijo Brunetti, mientras esperaba que sonara la senal-: Dottor Calfi, aqui el comisario Guido Brunetti, de Venecia. Deseo hacerle varias preguntas acerca de unos pacientes suyos y le agradecere que me llame a la
?Que miembros de la familia eran pacientes suyos? ?Sabia el medico que la nina tenia gonorrea? ?Lo sabian los padres? ?Tenia idea de como habia podido contraer la enfermedad? Mientras repasaba la lista de preguntas, le vino a la memoria el medico que atendia a su familia cuando el y su hermano eran pequenos. Y, pensando en el medico, recordo tambien a su madre, que siempre estaba a su lado las pocas veces que el habia enfermado siendo nino y le llevaba tazas de agua caliente con miel y limon, diciendo que era el mejor remedio de la naturaleza contra el resfriado, la gripe o cualquier molestia. Y seguia siendo el remedio que el insistia en dar hoy a sus hijos.
Interrumpio sus pensamientos una llamada de la
Al empezar a bajar el ultimo tramo, Brunetti vio al inspector al pie de la escalera.
– ?Subes? -pregunto.
– Si -respondio Vianello, poniendo el pie en el primer peldano-. Queria saber que paso ayer en el campamento.
Mientras iban al despacho de Brunetti, andando despacio, el comisario describio su visita al campamento y termino mencionando su llamada al medico. Vianello escucho atentamente y lo felicito por la idea de llamar a las gruas.
Halago a Brunetti que Vianello apreciara lo ingenioso de la medida.
– ?Crees que la madre te oyo? -pregunto Vianello.
– Tuvo que oirme. Estaba justo detras de la puerta, a menos de dos metros.
– Suponiendo que entienda el italiano.
– Con ella estaba uno de los hijos -dijo Brunetti-. Y los chicos deben de hablarlo.
Vianello dejo oir un grunido afirmativo y siguio a Brunetti al despacho. Al sentarse, el inspector dijo con cansancio en la voz:
– A veces, me da por pensar que me gustaria que tuvieramos mas gruas.
– ?Para que? -pregunto Brunetti.
– Para que los remolcaran a todos a otro sitio.
Brunetti no se permitio alzar las cejas, pero dijo:
– Lorenzo, tu no acostumbras a decir cosas tan fuertes. -Al ver que Vianello se encogia de hombros, anadio-: Nunca te habia oido decir que te desagradaran.
– Pues me desagradan -replico Vianello con voz atona.
Sorprendido, no tanto por las palabras en si como por la frialdad con que habian sido dichas, Brunetti no disimulo la sorpresa.
Vianello extendio las piernas, se contemplo los zapatos un momento, miro a Brunetti y dijo:
– De acuerdo, estaba exagerando. No es que me desagraden, es solo que no me agradan.
– De todos modos, aun me suena raro viniendo de ti -insistio Brunetti.
– ?Y si te dijera que no me gusta el vino blanco? ?O las espinacas? ?Te sonaria raro? -pregunto Vianello alzando el tono un poco-. ?Y tu voz tendria ese acento de decepcion porque yo no pensara o no sintiera como es debido? -Brunetti declino responder y Vianello prosiguio-: Si digo que no me gusta una cosa, un objeto, incluso una pelicula o un libro, no hay nada que oponer. Pero si digo que no me gustan los gitanos, o los finlandeses, o los nativos de Nueva Escocia, ya esta armada. -Vianello lanzo una rapida mirada a su jefe, dandole ocasion de responder, y, en vista de que callaba, prosiguio-: Ya te lo he dicho, no es que les tenga especial antipatia pero, simpatia, tampoco.
– Existen formas mas sutiles para expresar la falta de sintonia -sugirio Brunetti. Las palabras podian ser ironicas pero el tono no lo era, segun advirtio Vianello.
– Tienes razon -respondio el inspector-, deberia atenerme a las formas de expresion correctas. Pero me parece que estoy cansado, estoy harto de tener que procurar manifestar las simpatias correctas, poner ojos de cordero y decir frases piadosas cuando me enfrento a una de las victimas de la vida. -Vianello medito un momento y dijo-: Casi es como si vivieramos en uno de aquellos paises del este de Europa de hace anos, en los que la gente decia las cosas de una manera cuando hablaba en publico y de otra cuando hablaba con sinceridad.
– No se si te entiendo.
Vianello levanto la cabeza y le miro a los ojos.
– Me parece que si. -Al ver que Brunetti volvia la cabeza, el inspector prosiguio-: Ya has oido lo que dice la gente, de que debemos ser tolerantes y solidarios y respetar los derechos de las minorias. Pero, luego, en confianza, te dicen lo que piensan en realidad.
– ?Y es? -pregunto Brunetti con suavidad.
– Que estan hartos de ver como este pais se esta convirtiendo en un lugar en el que no se sienten seguros, en el que tienes que cerrar la puerta con llave hasta cuando vas a pedir una taza de azucar a la vecina y en el que, cuando las carceles estan llenas, el Gobierno dice unas nobles palabras acerca de la conveniencia de dar a la gente otra oportunidad para insertarse en la sociedad, y abre las puertas para que los asesinos salgan a la calle. -Vianello termino tan de repente como habia empezado.
Al cabo de un rato que a los dos se les hizo largo, Brunetti pregunto:
– ?Diras manana las mismas cosas?
Vianello se encogio de hombros. Finalmente, miro al comisario y dijo:
– Probablemente, no. -Sonrio y volvio a encogerse de hombros, pero ahora de otro modo-. Es duro tener que guardarse esas cosas. Me parece que sentiria menos remordimientos por pensarlas si de vez en cuando pudiera decirlas en voz alta.
Brunetti asintio.
Vianello se agito con un movimiento que recordaba el de un perro grande cuando se sacude al levantarse. Y, con voz amistosa y firme, pregunto:
– ?Que crees que va a ocurrir ahora? -El tono era el de siempre y Brunetti tuvo la extrana sensacion de haber observado como el espiritu del verdadero Vianello volvia a su cuerpo.
– No tengo ni idea -dijo el comisario-. Rocich es una bomba de relojeria. Su unica manera de tratar las cosas es a golpes. No puede enfrentarse con el jefe, el cabecilla o lo que sea, porque es muy fuerte para el. Asi que solo quedan la mujer y los hijos. -Dudo un momento, pero decidio decir lo que pensaba-. Seria violento aunque no fuera gitano.
– Exactamente -dijo Vianello.
– No quiero llamar atencion hacia la mujer. No puedo citarla para interrogarla, ni puedo ir a hablar con ella en el campamento.
– ?Entonces?
– Entonces esperare la llamada del medico. Y, cuando me haya llamado o cuando me canse de esperar a que me llame, hare otra visita a los Fornari y echare otra mirada a su apartamento.
CAPITULO 26
Brunetti no tuvo que esperar mucho la llamada del
– Comisario, soy Edoardo Calfi. Usted me ha pedido que le llamara. -La voz era atiplada; y el acento,