– Y la Guardia di Finanza -agrego Brunetti, sin incomodarse por la ironia-. No los olvides.

Ella apuro el licor, dejo la copa en la mesa y dijo, en el tono de voz que usaba cuando se daba por vencida:

– Esta bien. Volvamos al gitano. ?Que le has dicho exactamente?

Brunetti sostenia la copa entre las manos.

– Que la nina estaba enferma. Lo que es verdad -agrego, y ahora se daba cuenta de que solo con Paola podia hablar de esto sin sentirse incomodo-. Y que un medico podria saber, por el tipo de sangre, quien le contagio la enfermedad. -Brunetti lo habia dicho impulsivamente, con la esperanza de que Rocich hubiera oido hablar vagamente de transmision de enfermedades e imaginara que era posible detectar de este modo el foco de una infeccion. Y que supiera que clase de enfermedad tenia, o pudiera tener, la nina.

– ?Como quieres que alguien se crea semejante cosa? -pregunto Paola sin disimular el escepticismo.

Brunetti se encogio de hombros.

– Nunca se sabe lo que puede creer la gente.

Paola se quedo pensativa un momento y dijo:

– Tienes razon, sin duda. Sabe Dios las ideas que se le meten a la gente en la cabeza. -Meneo la suya con gesto de cansancio-. Tengo alumnas que creen que no puedes quedarte embarazada la primera vez que practicas el sexo.

– Y yo he arrestado a personas que creen que puedes pillar el sida por el cepillo del pelo.

– ?Que vas a hacer?

– Nadie ha reclamado el cuerpo -dijo Brunetti, no en respuesta a su pregunta, solo a modo de comentario y para ver que decia ella-. Por lo menos, hasta ayer, cuando hable con Rizzardi.

– ?A que espera la familia?

– Cualquiera sabe -respondio Brunetti.

– ?Que pasara?

Brunetti no tenia respuesta. Le parecia inconcebible que unos padres, al saber que su hija habia muerto, no corrieran junto al cadaver, dondequiera que estuviera. El sabia que este era el motivo del lamento final de Henibe: «Yo, sin patria, sin hijos, os doy sepultura a vosotros, tan jovenes y miserablemente muertos.» Lo leia precisamente la noche antes, y tuvo que dejar el libro, sin acabar la escena.

Tendria que volver a llamar al despacho de Rizzardi, para averiguar si se habian llevado el cadaver. Comprendia que debia dominar la impaciencia, seria inutil llamar ahora; a estas horas no habria nadie en el deposito, y tampoco estaba justificado importunar al forense en su casa.

– Guido, ?te encuentras bien? -pregunto Paola.

– Si, si -dijo el, haciendo un esfuerzo para volver a la conversacion-. Estaba pensando en la nina. -Aun no se atrevia a confesar a Paola que no solo pensaba mucho en Ariana sino que hasta sonaba con ella.

– ?Que pasara ahora?

– ?Quieres decir si nadie la reclama?

– Si.

– No lo se -reconocio el. En el pasado, cuando quedaba sin identificar un cadaver aparecido en el agua, la ciudad se hacia cargo del entierro y se decia una misa por el anonimo difunto, por si era catolico y, quiza, tambien, por si servia de algo.

En este caso, en el que la muerta habia sido identificada y, no obstante, nadie habia reclamado el cadaver, Brunetti no sabia como proceder ni si existia una norma. Ni siquiera un Estado tan insensible habia previsto que pudiera existir gente que no reclamara a sus muertos. Ignoraba cual podia ser la religion de la nina. El sabia que los musulmanes entierran a sus muertos rapidamente y que los cristianos ya la habrian enterrado, desde luego. No obstante, ella seguia en su cajon del deposito del hospital.

Brunetti dejo la copa en la mesa.

– ?Vamos a la cama? -pregunto sintiendose, de repente, muy cansado.

– Sera lo mejor -dijo Paola. Levanto una mano, invitandole a ayudarla a ponerse en pie. Era la primera vez que hacia tal cosa, y el no pudo disimular la sorpresa. Al observarlo, ella dijo-: Tu eres mi escudo protector, Guido. -Habitualmente, Paola decia estas cosas en broma, pero esta noche estaba seria.

– ?Contra que? -dijo el levantandola.

– Contra la idea de que todo es un caos horrendo y que no hay esperanza para nadie -dijo ella serenamente, llevandolo de la mano hacia la cama.

Lo primero que hizo Brunetti al llegar a la questura al dia siguiente fue llamar a Rizzardi y preguntar por el cadaver de la nina.

– Sigue aqui -respondio el forense-. Me llamo una mujer de los servicios sociales, que dijo que no era competencia suya, que debiamos ocuparnos nosotros.

– ?Y que han hecho ustedes?

– Informamos a la policia de Treviso. Dijeron que enviarian a alguien a hablar con los padres.

– ?Sabe si han ido?

– Lo unico que se es que nosotros, es decir, la administracion del hospital, enviamos una carta a los padres comunicandoles que el cadaver de la nina estaba aqui y que podian venir a recogerlo. -El medico hizo una pausa y anadio-: En la carta se indicaba el nombre de la empresa que se encarga de eso.

– ?De que?

– Del traslado del cadaver.

– Ah.

– Primero, en barco, hasta piazzale Roma y, despues, en furgon, a donde haya que llevarlo.

A Brunetti no se le ocurrio nada que decir a esto.

Finalmente, Rizzardi, anadio:

– Pero nadie ha venido a recogerla.

Brunetti miraba fijamente a la pared de su despacho, tratando de comprender. Ante su silencio, Rizzardi dijo:

– Que yo sepa, nunca habia ocurrido una cosa asi. Hable con Giacomini, que es el unico magistrado que me parecio que podia saber algo, y me dijo que se informaria del procedimiento.

– ?Cuando hablo con el?

– Ayer tarde.

– ?Y?

– Y es un hombre muy ocupado, Guido. -Al percibir una nota de impaciencia en la voz de Rizzardi, Brunetti temio que el medico, que pasaba los dias rodeado de cuerpos mudos, pudiera decir que no habia miedo de que la nina se marchara, o hiciera cualquier comentario ironico sobre la situacion. No queria ni pensar en tal posibilidad y, menos, en boca de un hombre al que tenia en mucha estima, por lo que dijo:

– Cuando sepa algo, ?me lo hara saber, Ettore? -Y, sin esperar respuesta, colgo.

Permanecio sentado a su mesa, mirando papeles, leyendo y releyendo palabras, tratando de encontrarles sentido. Pero no eran mas que letras en el papel. La pared no le decia mas que los papeles. Conocia a Giacomini, era un hombre serio; el encontraria la formula.

Brunetti recordo haber anotado el nombre del medico: Calfi. Rocich parecia muy sorprendido para haber pensado en inventar una mentira. Llamo a la sala de los agentes y pregunto por Pucetti. Cuando el joven se puso al telefono, Brunetti dijo:

– Le agradecere que busque la direccion y el telefono de un medico que se apellida Calfi. Debe de estar cerca del campamento. No se el nombre de pila.

– Si, senor -dijo Pucetti, y colgo.

Brunetti se quedo esperando. Debio pensar en el medico hacia tiempo, en cuanto Rizzardi le comunico los resultados de la autopsia. Un medico debia de tratarlos a todos: a la nina, a la madre, a los otros chicos, quiza incluso al propio Rocich. ?Como, si no, iba el a saber el nombre del medico?

A los pocos minutos, llamo Pucetti, que le dio el nombre de pila del medico, Edoardo, la direccion, en Scorza, y el telefono de la consulta.

Brunetti marco el numero y, despues de siete senales, oyo una grabacion que le pedia que describiera su

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