Brunetti esperaba a que el otro hablara. Al entrar habia visto el Mercedes azul con el guardabarros abollado. Espero un poco mas, suspiro y dio media vuelta. Se acerco al coche de la policia, se inclino hacia la ventanilla y dijo al conductor en voz lo bastante alta como par a que el otro hombre lo oyera:

– Llame otra vez a Treviso, por favor.

– Espere, espere -oyo decir a Tanovic a su espalda-. Ya viene.

Brunetti enderezo el cuerpo. El otro se acerco a la caravana de la que habia salido Rocich la ultima vez y golpeo con el pie el primer peldano una, dos, tres veces. Luego retrocedio dos pasos. Brunetti se situo a su lado, el hombre saco un telefonino del bolsillo de su chaqueta de cuero y marco un numero. Brunetti oyo sonar un telefono dos veces y responder una voz con una palabra, en un grito. El hombre contesto con dos palabras y corto. Se volvio hacia Brunetti con una sonrisa cargada de malicia, presentando esta accion como su jugada en la partida que pudieran tener entablada.

Se abrio la puerta de la caravana de Rocich y aparecio el hombre fornido. Bajo la escalera y, al llegar abajo, se paro. Brunetti percibio la rabia que emanaba de el como el calor irradia de un horno. Pero no se le notaba en la cara, que estaba tan impenetrable como la otra vez.

Se acerco dos pasos y pregunto algo al otro hombre, que respondio con unas palabras rapidas. Rocich empezo a protestar, o eso creyo Brunetti, pero Tanovic le corto. La discusion continuo, y Brunetti, que aparentaba no prestarle atencion y en realidad solo podia seguirla por los ademanes y los altibajos de los tonos de voz de los dos hombres, advertia el creciente furor de Rocich.

El comisario cruzo los brazos y extendio sobre sus facciones una expresion de aburrimiento infinito. Se aparto de los hombres y dejo vagar la mirada por la cima de la colina y, sin bajar la cabeza, lanzo una ojeada a la caravana en la que, de nuevo, detecto movimiento, esta vez, detras de las dos ventanas, que tenia a pocos metros de distancia. Volvio la cabeza hacia el otro lado, mirando a la carretera que discurria frente al campamento, fruncio los labios con impaciencia y volvio a mirar rapidamente a la caravana, en la que ahora distinguio lo que parecian dos cabezas en las ventanas.

Tanovic volvio a su caravana. Subio la escalera, entro y cerro la puerta con suavidad, dejando a Brunetti y a Rocich frente a frente.

– Signor Rocich, lamento la muerte de su hija. -El hombre escupio al suelo, pero antes volvio la cara hacia un lado-. Yo la encontre en el canal y la saque del agua -dijo Brunetti, como si esperase que esto pudiera crear un vinculo con aquel hombre, aunque sabia que era imposible.

– ?Que quiere, dinero? -pregunto Rocich.

– No; quiero saber que estaba haciendo su hija en Venecia aquella noche.

El hombre se encogio de hombros.

– ?Usted sabia que ella estaba alli?

Rocich repitio el gesto.

– Signor Rocich, ?su hija estaba sola?

La diferencia de estatura obligo al hombre a levantar la cabeza para mirar a los ojos al policia. Y, cuando sus miradas se cruzaron, Brunetti tuvo que hacer un esfuerzo para dominar el impulso de dar un paso atras, a fin de zafarse del furor casi incandescente que despedia aquel hombre. Brunetti habia visto reaccionar con rabia a la gente ante la muerte de un ser querido, pero esto era diferente, porque la rabia estaba dirigida al propio Brunetti y no al destino que habia acabado con la vida de la nina.

El habia dicho al jefe que deseaba hablar con el signor y la signora Rocich, pero ahora comprendia que cualquier intento de hablar con la mujer, cualquier senal de interes por ella podia provocar una reaccion que Brunetti preferia no imaginar.

El hombre volvio a escupir en el suelo y luego bajo la mirada, como para ver cuanto habia conseguido acercarse al zapato de Brunetti. Mientras Rocich miraba al suelo, Brunetti volvio los ojos audazmente hacia la caravana en la que ahora, detras de la puerta, se veia media cara de mujer.

Brunetti pregunto, alzando la voz:

– ?Tienen ustedes medico?

Evidentemente, la pregunta desconcerto a Rocich, que dijo:

– ?Que?

– Medico. ?Tienen medico?

– ?Por que pregunta?

Brunetti adopto un aire de irritada paciencia.

– Porque quiero saberlo. Quiero saber si tienen medico, si tienen medico de familia. -De nuevo la palabra «familia» se deslizaba en la conversacion y en su pensamiento. Antes de que Rocich pudiera negarlo, Brunetti dijo-: Hay fichas, signor Rocich, pero no quiero perder mas tiempo buscandolas.

– Calfi, medico de todos -respondio Rocich abarcando el campamento con un ademan.

Brunetti se tomo la innecesaria molestia de sacar la libreta y anotar el nombre del medico.

Rocich no podia dejarlo asi.

– ?Por que quiere saber?

– Su hija estaba enferma -dijo el comisario. Y era verdad-. Y el medico de la policia quiere ver los analisis de sangre de todos ustedes.

Brunetti se preguntaba en que medida Rocich habia entendido sus palabras. Al parecer, lo suficiente para inquirir:

– ?Por que?

– Porque cuando compruebe los tipos de sangre, sabra quien le contagio la enfermedad -mintio Brunetti.

La reaccion de Rocich fue instintiva. Abrio mucho los ojos y volvio la cabeza rapidamente hacia la caravana, pero ya no habia nadie en la puerta ni en las ventanas, como si estuviera vacia. Cuando el nomada miro de nuevo a Brunetti, su cara era inexpresiva.

– No entiendo -dijo.

– No importa si lo entiende o no -dijo Brunetti-. Pero queremos comprobarlo.

Rocich dio media vuelta, subio las escaleras de la caravana, entro y cerro la puerta. Brunetti dijo al conductor que lo llevara de vuelta a piazzale Roma.

CAPITULO 25

– ?Te parece que te ha creido? -pregunto Paola a Brunetti aquella noche, sentados los dos en la sala, los chicos, en sus cuartos y la casa, en silencio, con la calma nocturna que invita a dar por terminado el dia e irse a la cama.

– No se lo que ha creido -respondio Brunetti, tomando otro sorbo del licor de ciruela que uno de sus informadores pagados le habia regalado la Navidad anterior. El hombre, que era dueno de tres barcas de pesca en Chioggia, habia resultado una util fuente de informacion sobre el contrabando de cigarrillos procedentes de Montenegro, por lo que ni Brunetti ni sus colegas de la Guardia di Finanza manifestaban curiosidad alguna por la fuente, aparentemente inagotable, de los licores -todos, en botellas sin marca- con los que el hombre alebraba las fiestas a numerosos miembros de las fuerzas del orden.

– Repiteme lo que le has dicho, palabra por palabra -dijo Paola, pero entonces se interrumpio, levantando la copa-: ?Crees que lo fabrica el?

– Ni idea -admitio Brunetti-. Pero es mejor que todo lo que he comprado con el sello del impuesto.

– Lastima.

– ?Lastima, que?

– Que no lo fabrique legalmente.

– ?Para que pudiera hacer mas? -pregunto Brunetti, sin acabar de entender la explicacion.

– Eso tambien -dijo Paola-. Pero, sobre todo, para que pudieramos comprarlo abiertamente, sin tener la sensacion de que le debes un favor cada vez que te lo regala.

– Bastante se le paga ya -dijo Brunetti, sin mas explicaciones-. Por otra parte, ya sabes lo dificil que es abrir un negocio, y mas si necesitas permisos para producir bebidas alcoholicas. No; asi le sale mas a cuenta.

– ?Protegido por la policia?

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