mas la curiosidad, y siguio andando e incluso aflojo el paso, para facilitar la persecucion.
Cruzo la Piazza y bajo por la Via XXII Marzo, torcio a la derecha, paso por Antico Martini y por delante de La Fenice. Persistia la sensacion de que alguien lo observaba, pero la unica vez que se detuvo y se volvio para contemplar la fachada del teatro, no vio a nadie que hubiera visto antes tras de si. Paso delante del Ateneo y bajo hacia la casa de los Fornari.
Llamo al timbre, dio su nombre y fue invitado a subir. Cuando llego al ultimo piso, Brunetti vio a Orsola Vivarini en la puerta y, al acercarse, penso durante un momento que la mujer habia enviado a recibirle a una version de si misma con diez anos mas.
– Buenos dias,
– Desde luego que no -dijo ella en un tono de voz demasiado alto.
Brunetti sonrio afablemente, sin denotar que hubiera observado el cambio de aspecto. Siguio a la mujer al interior del apartamento. Las flores que estaban en la mesa situada a la derecha de la puerta de entrada seguian alli, pero el agua se habia evaporado y el comisario noto el primer olorcillo a podrido.
– ?Su esposo ha regresado? -pregunto Brunetti al entrar en la habitacion en la que ella lo habia recibido la primera vez.
– Si; regreso ayer -dijo ella y, volviendose hacia su visitante, pregunto-: ?Desea beber algo, comisario?
– No,
Ella le senalo un sillon y Brunetti fue hacia el, pero, al ver que ella no se sentaba, permanecio de pie.
– Sientese, por favor, comisario -dijo ella-. Avisare a mi marido.
El se inclino y apoyo una mano en el respaldo del sillon. Una vez mas, se acordo de su madre, y de una de sus reglas, la de que un caballero no se sienta estando de pie una senora.
Ella dio media vuelta y salio de la habitacion. Brunetti se acerco a la pared del fondo, a contemplar un cuadro. Primo Potenza, penso, de la generacion de excelentes pintores que florecio en la ciudad durante la decada de los cincuenta. ?Que se habia hecho de los pintores? Al parecer, hoy en dia, en las galerias todo eran instalaciones de video y declaraciones politicas expresadas en carton piedra. A uno y otro lado del cuadro, agrupadas en marcos de gran tamano, estaban las que sin duda eran las fotos de familia. Brunetti las estudio. La estrella era la hija. Con el pelo mucho mas corto, montando a caballo, practicando esqui acuatico, delante de un arbol de Navidad, al lado de su madre. Anos despues, en verano, ya con el pelo largo, como ahora, en un muelle, con la mano apoyada en el hombro de un muchacho larguirucho, los dos en banador, muy sonrientes y muy rubios, aunque el pelo de el, muy espeso, era mas rojizo. Segun la moda del momento, el tenia tatuajes de lo que parecian dibujos tribales polinesios en torno a los biceps y las pantorrillas. A Brunetti le resulto ligeramente familiar la cara del chico y, suponiendo que era el hermano, lo atribuyo a aire de familia. La muchacha no aparecia en las dos fotos siguientes: en una, la
–
Brunetti irguio el cuerpo apartandose de las fotos y se volvio hacia la voz. El hombre que acababa de entrar - el de la foto- tenia un aspecto ligeramente descuidado, a pesar de que el traje y la corbata que llevaba parecian recien estrenados. Brunetti descubrio que el efecto se debia a las ojeras y a unos pelillos blancos que le habia dejado en el menton un mal afeitado. Tambien el pelo, aunque bien cortado y limpio, parecia fatigado, falto de vigor para todo lo que no fuera colgar con flacidez.
El hombre sonrio y tendio la mano: el apreton era mas firme que la sonrisa. Intercambiaron los nombres.
Fornari llevo a Brunetti hacia el mismo sillon y esta vez el comisario se sento.
– Dice mi esposa que desea usted hablar del robo -empezo, cuando se hubo sentado frente a Brunetti. Sus ojos tenian el mismo azul claro que los de su hija, y Brunetti vio en sus facciones la causa de la belleza de la joven: identica nariz, recta y fina, dientes perfectos, labios oscuros y bien dibujados. Los angulos de la mandibula de ella eran mas suaves, pero la fuente de su energia estaba alli.
– Si -dijo Brunetti-. Su esposa identifico los objetos.
El hombre asintio.
– Nos gustaria aclarar las circunstancias del robo -dijo Brunetti- y tener toda la informacion que usted o su esposa puedan facilitarnos.
Fornari esbozo una sonrisa que se le quedo en los labios sin llegar a los ojos.
– Siento no poder decirle nada al respecto, comisario. -Antes de que Brunetti pudiera preguntar, Fornari dijo-: Solo se lo que me ha contado mi esposa, que alguien consiguio entrar en el apartamento y se llevo esas cosas. - Volvio a sonreir, esta vez mas afablemente-. Ustedes nos han devuelto lo que mas valor tenia para nosotros -dijo inclinando la cabeza en senal de agradecimiento-. Las otras cosas, las que no se han recuperado, no importan. - En respuesta al gesto de Brunetti, aclaro-: Quiero decir que no tienen valor sentimental. Ni tampoco material. - Volvio a sonreir y anadio-: Lo digo para justificar nuestra reaccion al robo. O falta de reaccion.
Escuchando a Fornari, y observando como trataba de controlar sus facciones, a Brunetti le parecia que aquel hombre estaba haciendo un gran esfuerzo para aparentar falta de interes en aquel delito. Brunetti no podia adivinar como reaccionaria el al robo, ni aunque fuera temporal, de su anillo de matrimonio, pero dudaba de que lo aceptara con la augusta y filosofica serenidad que exhibia Fornari. El trabajo que le costaba mantener la calma se hacia mas y mas evidente a los ojos de Brunetti por el ritmico movimiento con que el indice de su mano derecha frotaba el terciopelo del brazo del sillon. Adelante y atras, adelante y atras, de pronto, un rectangulo y otra vez adelante y atras.
– Lo comprendo -dijo Brunetti con soltura-. A no ser que se trate de algo realmente importante, la mayoria…, en fin -dijo con una sonrisa nerviosa, dando a entender que, en realidad, el no deberia decir esto a un civil-, ni se molestan en denunciar un robo. -Se encogio de hombros, en senal de tolerancia de esta humana conducta.
– Creo que tiene usted razon, comisario -dijo Fornari como si la idea fuera nueva para el-. En nuestro caso, ni siquiera habiamos echado de menos esos objetos, y no se lo que habriamos hecho, de haber sabido que alguien habia entrado a robar.
– Comprendo -dijo Brunetti, y sonrio-. Me dijo su esposa que su hija estaba en casa aquella noche. -El indice de Fornari ceso en su vaiven y Brunetti lo vio unirse a los otros dedos y oprimir el brazo del sillon.
– Si, eso me dijo Orsola -dijo Fornari despues de una larga pausa-. Dijo que se asomo a su habitacion antes de acostarse. -Fornari miro a Brunetti con una sonrisa crispada y pregunto-: ?Tiene usted hijos, comisario?
– Si. Dos adolescentes. Chico y chica.
– Entonces sabra lo que cuesta perder la costumbre de ver si estan en su cuarto por la noche. -La tactica de Fornari, aunque evidente, era inteligente, y el propio Brunetti la habia utilizado mas de una vez: buscar terreno comun con el interlocutor y, desde alli, llevar la conversacion hacia donde te convenga. O, mejor aun, alejarla de donde no te convenga.
Mientras Fornari hablaba, Brunetti consideraba la posibilidad de que la hija de Fornari supiera algo que su padre no queria que Brunetti averiguara. Asentia sin escuchar lo que el otro decia, aunque le parecio oirle empezar una frase con:
– Una vez, cuando Matteo era pequeno…
De pronto asalto a Brunetti la tentacion de hacer algo que sabia que le haria despreciarse a si mismo, algo que, en realidad, se habia prometido no hacer nunca y que, despues de haberlo hecho, se habia prometido no volver a hacer. Informadores los habia en todas partes: la policia los tenia dentro de la Mafia; la Mafia los tenia en las altas esferas de la magistratura; el ejercito estaba lleno de ellos, lo mismo que la industria, sin duda. Pero hasta ahora nadie se habia propuesto infiltrarlos en el mundo de los adolescentes, en busca de informacion fidedigna. No preveia que pudiera existir peligro para sus hijos si les pedia informacion sobre los de Fornari, pero ?acaso la esencia del peligro no estriba en que es imprevisible?
Cuando volvio a sintonizar con Fornari, este estaba terminando el relato de una anecdota sobre uno de sus hijos, Brunetti no sabia cual, pero sonrio, se levanto y tendio la mano.
– Supongo que todos son iguales, poco mas o menos -dijo-. No dan importancia a las mismas cosas que nosotros. -Confiaba en que fuera una respuesta adecuada a lo que Fornari hubiera estado diciendo y, por su reaccion, debia de serlo.