– Mire en el interior de la carpeta- dijo Hecht.

Aimee abrio el archivo y percibio los digitos y barras distintivos del sistema de codificacion del ejercito israeli. Su especialidad consistia en penetrar en los sistemas, los enormes sistemas corporativos. Pero este codigo hablaba de la guerra fria, un terreno resbaladizo y oscuro. Dudo.

– Dentro de la carpeta hay dos mil francos. Entregue los resultados a Lili Stein en el 64 de la rue des Rosiers. Estara en casa despues de cerrar la tienda. Ya le he dicho que espere visita.

Aimee sintio que tenia que ser honrada: desentranar un codigo encriptado nunca le habia llevado tanto tiempo.

– Me ha dado usted demasiado.

El movio la cabeza de un lado a otro.

– Cojalo. Ella lo esta pasando muy mal. Recuerde: dele esto solo a Lili Stein.

Ella se encogio de hombros.

– No hay problema.

– Debe entregar esto a Lili Stein en mano.- El tono de Hecht habia pasado de ferviente a suplicante.- Juremelo por la tumba de su padre. Por su honor.- La miraba a los ojos sin apartar la mirada.

?De que tipo de secreto sobre el Holocausto se trataba?. Asintio lentamente demostrando asi que estaba de acuerdo.

– No volveremos a estar en contacto, mademoiselle.

Las articulaciones de Soli Hecht crujieron al levantarse. Su rostro se arrugo en una mueca de dolor.

– Podria haberme mandado por fax esta solicitud, Monsieur Hecht. Le habria ahorrado el desplazamiento.

– Pero si no nos hemos visto ni hemos hablado, mademoiselle Leduc- replico el.

Aimee se trago a duras penas la respuesta y abrio la puerta para que saliera.

Listones deformados en el suelo, un espejo desvencijado y una rayada escayola adornaban el frio descansillo. Pulso el boton para llamar al ascensor de principios de siglo que chirriaba ruidosamente al subir por el hueco. Despacio y con dificultad, el se dirigio al portal.

De regreso a su despacho, metio los francos en el bolsillo. El recibo de telefono de France Telecom y la carne de caballo para Miles Davis (pronunciado “Mils Davis”), su cachorro de bichon frise, esperarian hasta que hubiera realizado el trabajo prometido.

Eurocom, el gigante del cable, habia echado a perder sin ningun miramiento sus finanzas al romper el contrato de mantenimiento de seguridad con Leduc y contratar a una empresa rival de Seattle, la unica que realizaba el mismo trabajo que ella y su socio. Esperaba que le quedara suficiente dinero para retirar sus trajes de la tintoreria.

Sus claves estandar le permitian descifrar codificaciones. Abrian la informacion almacenada en una base de datos, en este caso, tal y como ella se imaginaba, en una del Ejercito.

Despues de pulsar su clave estandar, la pantalla se ilumino con un “Acceso denegado”. Lo intento con otra clave., Reseau Militaire, una oscura red militar. En la pantalla seguia apareciendo “Acceso denegado”. Intrigada, volvio a intentarlo con otras claves pero no consiguio nada.

La manana paso a ser la tarde, las sombras se hicieron alargadas y llego el crepusculo.

Despues de varias horas se dio cuenta de que se ganaria el sueldo con esto. Hasta ahora no habia funcionado nada.

MIERCOLES A ULTIMA HORA DE LA TARDE

Mas tarde, ese mismo dia, durante uno de sus ultimos intentos de decodificacion, utilizo una vieja clave de la posguerra. Le sorprendio ver que el sistema respondia:

“Para acceder, seleccionar formato audio/visual”. Era una ruta de acceso rara, pero no desconocida.

Con el audio no sucedio nada. Abrio el archivo visual utilizando el software de la decodificacion de documentos. De repente, la pantalla se lleno de blanco y negro. Despues de varios segundos pudo distinguir con claridad una fotografia. No aparecia ningun texto, solo la foto. Mejoro la definicion aumentandola para ello al maximo sin distorsionar la imagen.

La rasgada instantanea en blanco y negro con difuminados margenes blancos mostraba una escena en un cafe cercano a un parque lleno de ninos. Habia gente sentada en la terraza del cafe y otros estaban de pie formando pequenos grupos. Los que estaban de pie eran de las SS. Estaban de espaldas, pero reconocio el simbolo de los rayos en los extremos de los cuellos.

Nadie miraba la camara. La mayor parte de los civiles vestian ropa oscura y sencilla. Una candida instantanea del Paris ocupado. Casi la mitad de la fotografia habia sido destruida.

Se quedo mirando la foto fijamente, conmocionada. Habia comido numerosas veces en ese cafe, conocia a muchos de sus clientes habituales. Pero ahora siempre pensaria en los nazis que habian estado alli antes que ella.

Esta era la primera vez que descifraba un codigo que dejaba ver una fotografia sin texto. ?De que manera podria constituir este documento una prueba para la senora? Pero, eso, tal y como se forzo a recordar, no era asunto suyo.

Tras archivar la imagen, Aimee imprimio una copia. No podia evitar preguntarse cual seria la reaccion de esa mujer.

Con la fotografia guardada en su bolso de Hermes, un hallazgo de mercadillo, se enrollo una bufanda con estampado de leopardo alrededor del cuello, se abrocho el cinturon de la chaqueta y cerro con llave la puerta del despacho.

Cuando llego abajo, detuvo un taxi que paro con un derrape sobre la mojada rue du Louvre. Grupos de gente llenaban a ultima hora de la tarde las terrazas, cubiertas por un toldo, de los cafes. El Sena relucia a su derecha al dejar atras la piedra gris iluminada del pont Neuf.

Los edificios cambiaron cuando el taxi entro en el Marais, el distrito judio, lleno de hotels particuliers del siglo XVI que en su momento fueron abandonados y ahora habian sido restaurados en su mayoria. Las figuras caminaban apresuradas sobre los brillantes adoquines. En la nebulosa y estrecha rue de Bearn el taxi reboto contra el bordillo y ella se bajo. Un aire fetido emanaba de los bouches d’egouts, los sumideros que conducian a las alcantarillas.

Su destino, el 64 de la rue des Rosiers, estaba situado sobre un polvoriento escaparate con el letrero “Delices de Stein”, de un dorado descolorido y que anunciaba articulos Kosher en hebreo y en frances. Enfrente habia un puesto de falafel con bandejas de lombarda troceada, cebollas y zanahorias en vinagre, que sobresalian bajo un toldo a rayas.

La pintura verde oscuro se desprendia de las solidas puertas de entrada, en forma de arco, que tenia ante ella. Se abrio paso evitando una bicicleta apoyada contra la pared de piedra, bajo el cartel de un circo. El patio adoquinado olia a la basura del dia anterior. A su izquierda, la garita vacia de un portero hacia guardia a la entrada.

En el descansillo del segundo piso, la puerta de madera del apartamento de Lili Stein estaba abierta. Desde el interior atronaba la radio. Llamo varias veces con fuerza. No obtuvo respuesta. Empujo la chirriante puerta.

– Allo??

Entro despacio en el sombrio vestibulo de un piso con olor a humedad, reacia ante la perspectiva de invadir la intimidad de alguien. Dudo. Seguia sn obtener respuesta.

En el interior, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Desde el vestibulo, dirigio la mirada al interior de la sala tenuemente iluminada y entro. Un aparador de pino estaba cubierto por un camino de mesa bordado con la estrella de David y sobre el se encontraban candelabros de bronce. A su lado habia un aparato de radio antiguo junto a un reclinatorio. Tenia la tapiceria gastada, sucia con manchas de grasa. Se acerco a la radio y vio una foto sepia enmarcada en la pared. En ella, una jovencita vestida con un uniforme escolar pasado de moda aparecia

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