Llevaba varios anos sin ver al viejo amigo de su padre. Desde el dia de la explosion. Todo le vino a la mente como un torrente: el tufo de la cordita y el TNT, el silbido y el repiqueteo de la fria lluvia cayendo sobre el metal caliente, retorcido, la palma de su mano que se quemaba sobre la manija de la puerta de la furgoneta de vigilancia. Habia visto como la fuerza de la explosion hacia volar por los aires a su padre hasta convertirse en una humeante masa informe.

– ?Aimee!- Rapidamente, Morbier se corrigio en presencia de los miembros de la Brigada-. Mademoiselle Leduc.

Habia cambiado poco. Sus tirantes azules se tensaban sobre su amplia barriga. Con una cerilla encendio un Gauloise e inhalo profundamente. Ella casi pudo saborear el tabaco en el cargado ambiente del pasillo.

– ?Fumando en la escena del crimen, Morbier?

– Se supone que soy yo el que hace las preguntas.-Sacudio la ceniza en la palma de su mano.

Los tecnicos en criminologia, con las batas de laboratorio sobresaliendo bajo los chubasqueros amarillos, se desplazaban eficazmente entre conversaciones amortiguadas, escaleras arriba y abajo.

– No me digas que tienes algo que ver con este circo- dijo el.

– No tengo nada que ver.- En realidad, no mentia. Miro hacia otro lado, incapaz de mirarlo a la cara. Cuando era pequena, el siempre la habia cazado antes de que lo hiciera su padre.

La gastada alfombra turca de la entrada tenia ya restos de barro. Stein se balanceaba hacia adelante y hacia atras en una silla, moviendo la cabeza aturdido.

Aimee y Morbier esquivaron al fotografo cargado con su equipo y se dirigieron a la cocina al otro lado del pasillo.

Stein parecio volver a la vida y comenzo a emitir sonidos sordos.

– Soy Abraham Stein. Esta mujer estaba aqui cuando encontre a maman.

Morbier la escudrino con la mirada.

– Explique como encontro el cuerpo.

Ella nego con la cabeza, lo cual indicaba que no hablaria delante de Stein, y tiro a Morbier de la manga mientras con un gesto de la cabeza senalaba a la cocina. El puso entonces los ojos en blanco y avanzo tras ella pesadamente.

– El Templo de E?manuel me contrato para que le siguiera la pista.-Hablaba en voz baja, recordo que la mejor defensa es un buen ataque-. Explicame por que la Brigada Criminal ha llegado antes y ha acordonado a escena antes que tu lo hicieras.- En ese momento, se escucharon unos fuertes golpes provenientes del pasillo, al chocar la camilla contra el marco de la puerta. Ella se quedo mirandolo fijamente.

?Inspector Morbier!- Un detective de voz ronca le dijo con un gesto que fuera-. El forense lo necesita. Ahora mismo.

Morbier emitio un grunido y salio.

Ella miro hacia otro lado para esconder su alivio.

El se detuvo tras dar unos pocos pasos y senalo con el pulgar a un sargento, con la cara marcada por la viruela, que tenia cerca.

– Agente, compruebe el contenido de su bolso.

– ?Por que?- dijo ella dejando caer los hombros.

– El presunto homicida debe cooperar- Vocifero

– No tengo nada que ocultar- dijo ella intentando ocultar su ira y mantener un tono neutro.

Dejo caer su telefono movil, un pase del metro caducado, un cable transmisor de repuesto, dos mascaras de pestanas “extra-negro”, tarjetas de visita, un paquete de chicles de nicotina Nicorette y un manual muy sobado sobre software de codificacion, manchado de laca de unas roja.

Desde la puerta del dormitorio de Lili Stein, Morbier se volvio hacia ella con una expresion inescrutable en el rostro.

– Quiero verla en la comisaria. A primera hora de la manana.- Hizo un gesto con la cabeza al sargento-. Acompanela a casa.

MIERCOLES A ULTIMA HORA DE LA TARDE

Mientras el piloto anunciaba que estaban descendiendo hacia el aeropuerto Charles de Gaulle, Harmuth Griffe, el consejero comercial aleman, sintio que se le llenaba la boca de un regusto amargo, mas seco que el aire del avion.

Habia pasado cincuenta anos y estaba de regreso. El corazon le latia a toda velocidad. A pesar de la cirugia, le daba miedo ser reconocido incluso a pesar de que habian pasado tantos anos. Y el pasado. ?Que pasaria si, de alguna manera, ella sobrevivio?

De repente, a traves de la neblina, vio diminutos puntitos de luz que titilaban en el crepusculo. El tren de aterrizaje toco tierra bajo sus pies y sintio que se le revolvia el estomago. Lucho con las nauseas mientras las ruedas se posaban chirriando en la pista y el avion avanzaba a lo largo de las lineas iluminadas con lucecitas blancas y azules. El avion freno con una sacudida.

– Wie geht’s?, mein Herr?- Ilse Hackl, la secretaria de su oficina, lo saludo en la puerta con una sonrisa que hacia que se le formaran hoyuelos en las mejillas.

Hartmuth recobro la compostura y apreto los labios formando una breve sonrisa. ?Que hacia ella aqui?

Regordeta, con sonrosadas mejillas, el pelo blanco como la nieve recogido en un mono. Los que llegaban a su oficina por primera vez solian confundirla con alguna abuela. Sin embargo, ella era la que supervisaba una seccion del Ministerio de Comercio y los recien llegados no se esforzaban mucho en entenderlo.

– Ilse, ?no se supone que estabas de vacaciones en…?- Se detuvo intentando acordarse. ?Adonde habia ido?

– Al Tirol.- se encogio de hombros y aliso su sencillo vestido- Ja. Mis ordenes, quiero decir, mi trabajo, herr Griffe, es ayudarle de cualquier manera posible.- Se puso tan firme como le fue posible, considerando que era una mujer mayor con medias ortopedicas de color carne.

– Danke schoen, Ilse. Se lo agradezco- dijo, molesto pero decidido a tomarselo con calma.

Cuando llegaron a la acera, metio a Hartmuth a toda prisa en un Mercedes negro. Mientras se dirigian a gran velocidad hacia Paris por la Autoroute 1, haces de luz planos insinuaban la presencia de monotonas filas de viviendas de proteccion oficial a lo largo de la autopista. A su derecha, despues del intercambiador, aparecio la catedral del Sacre Coeur como una perla ovalada banada por la luz de a luna.

Brillaba la silueta de Paris recortada contra el horizonte, pero no era tal y como el recordaba. Era mas grande, mas luminosa, una vista recortada y lista para engullirlo. Ya estaba desesperado por escapar.

– Estas han llegado esta tarde- dijo Ilse cuando se sento a su lado en el asiento de atras. Se aclaro la garganta y le tiro un monton de faxes grapados-. Y esto acaba de llegar: un memorandum de Bonn.

Sorprendido ante esta solicitud tan directa desde el Ministerio, se inclino hacia adelante. Se pregunto por que todo ocurria de repente.

– ?Lo has leido, Ilse?- escudrino el documento de Bonn con los ojos entrecerrados.

– Mein Herr…- comenzo ella

– Ja, ja – dijo Hartmuth mirandola directamente-. Pero estas aqui para asegurarte de que hago la presion necesaria para conseguir ese acuerdo comercial- dijo golpeando el papel-. ?No es asi?

Ilse se removio ligeramente, pero mantuvo la cabeza alta. Volvio a colocar uno de sus cabellos blancos de nuevo en el mono.

– Unter den Linden, mein Herr (bajo los tilos: principal bulevar de Berlin, centro neuralgico de la vida de la ciudad hasta la Segunda Guerra Mundial)- murmuro

Hartmuth se estremecio, Mein Gott, ella era uno de ellos.

Ahora entendia por que lo habian enviado a Paris sin previo aviso. Los Hombres Lobo, descendientes de las viejas SS, todavia operaban al estilo de la guerra relampago.

El Mercedes se detuvo en el patio adoquinado del hotel Pavillon de la Reine, un edificio del siglo XVII

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