discretamente escondido en una esquina del Marais. Esta parte del barrio, residencia de la nobleza hasta que la corte se desplazo a Versalles, estuvo en el pasado repleta de mansiones venidas a menos y decrepitos
A Hartmuth no le costo ningun esfuerzo imaginarse a un lacayo, con librea y empolvada peluca, que salia corriendo a recibirlo. Pero la puerta se abrio de par en par por cortesia de un hombre de rostro anodino y que llevaba puestos unos auriculares con un microfono bajo la barbilla.
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Una vez en el piso de arriba, Ilse desaparecio en la habitacion colindante a la de Hartmuth. En el interior de su suite, se quedo mirando su equipaje sin deshacer y los dedos le temblaban al mesarse los blancos cabellos, aun fuertes. Apenas sentia las viejas cicatrices, pero sabia que seguian formando una fina red sobre su cuero cabelludo.
Con sesenta y ocho anos, delgado, bronceado y de facciones marcadas resaltadas por unos permanentemente entrecerrados, Griffe era demasiado vanidoso como para llevar gafas. Solo entre los armarios de anticuario y los cuadros de dorados marcos, se sentia vacio. Abrio las puertas de cristal del balcon y salio al aire helado del exterior. A sus pies se extendian al parque infantil desierto y las fuentes de la place des Vosges rodeadas por una verja. ?Por que no habia ignorado al ministro? Pero el ya sabia por que. Habia sido el silencioso arquitecto de tratados y acuerdos comerciales previos, solo su presion podia aunar a los delegados de la UE. Pero ?tenia que ser aqui la cumbre del comercio? Bajo la estatua ecuestre de Luis XIII salpicada por las palomas, se habia despedido hacia muchos, muchos anos de la unica mujer a la que habia amado. Francesa. Judia. Sarah.
El arrullo de las palomas y el frio humedo de una tarde de Noviembre flotaban junto a las puertas abiertas de su balcon. La temblaron las manos al agarrar la manilla de la puerta. ?Y si alguien lo reconocia y anunciaba su pasado a voz en grito?
Incapaz de trabajar, dirigio la mirada a las restauradas fachadas de piedra rosada de la plaza, situadas frente a su ventana. Penso que solo era un anciano con recuerdos. Todo lo demas se habia convertido en polvo hacia muchos anos.
Hace cincuenta anos, el era joven, y frente a el se extendia la Ciudad de la Luz, madura para la cosecha. Muy madura, ya que Hartmuth Griffe habia sido oficial con la Policia de Seguridad y la Gestapo (SiPo-SD),
JUEVES
Jueves por la manana
Las aguas del Sena fluian color plata, una niebla helada se cernia sobre la ciudad y Aimee paseaba por la ribera de piedras cubiertas de musgo, debatiendose con la idea de llamar a Hecht. El habia dicho que nada de contactos posteriores. Pero, en lo que a ella concernia, las reglas habian cambiado cuando se encontro con Lili Stein muerta.
Cruzo el
Habia aceptado un trabajo sencillo, pero los riesgos habian aumentado hasta el infinito con este truculento asesinato. Morbier la habia tratado como a una sospechosa y habia hecho que la escoltaran hasta casa, ya fuera para establecer su autoridad con sus subordinados o preferia no finalizar esa idea. Todo esto no presagiaba nada bueno. Se estremecio al recordar la expresion en el rostro de Lili Stein.
Los calidos vapores del cafe empanaban las ventanas que daban al ala oeste del Louvre. En especial, lo que no queria era mentir a Morbier sobre un extrano cazador de nazis que negaria conocerla.
Una vez se sintio revivida, deslizo veinte francos sobre la barra, para Zazie, el hijo pecoso del pecoso dueno, que tenia diez anos y trabajaba en la caja antes de ir a la escuela.
– ?Te importaria si me preparo para ir a trabajar?- dijo al sacar su gastado estuche de maquillaje.
Zazie, que media aproximadamente un metro veinte, la miraba sobrecogido mientras Aimee se pintaba los labios de rojo, mirandose en la maquina de cafe que actuaba de espejo, se aplicaba mascara en las pestanas y se perfilaba sus grandes ojos con un lapicero. Se paso las manos por el cabello corto y castano de punta, se pellizco las palidas mejillas para conseguir algo de color y le guino un ojo a Zazie.
– Comprate un gouter despues de clase- dijo cerrando el puno de Zazie sobre el cambio.
– Merci, Aimee- respondio Zazie sonriendo.
– Dile a papa que l’Americaine saldara luego la cuenta, d’accord?
Zazie la miro con ojos serios.
– ?Por que te llama papa l’Americaine? Nunca llevas botas de vaquero.
Aimee se esforzo para no sonreir.
– Las guardo en el armario. Son de serpiente autentica. Mi madre me las envio desde Texas.- Tenia botas de vaquero, pero se las habia comprado ella misma en el aeropuerto de Dallas.
Cuando subio las escaleras, vio que brillaba la luz tras la puerta de cristal esmerilado.
– Soli Hecht ha dejado un regalo para ti- dijo su socio, Rene Friant, un atractivo enano con ojos verdes y perilla. Llevaba puesto un traje azul marino de tres piezas y mocasines con borla. Rene acciono con e pie la manilla hidraulica de su silla ortopedica a medida.
Embargada por la curiosidad, cogio el grueso sobre de papel manila a su nombre. Dentro habia cincuenta mil francos junto con una nota: “Encuentre al asesino. No se lo diga a nadie. No confio en los
Fajos de billetes se desprendieron cuando ella se agarro al borde del escritorio para mantener el equilibrio.
– ?Seguro que e gustas! – Rene abrio los ojos como platos-. Convenceremos a Hacienda para…
Ella movio la cabeza.
– No puedo…
Rene pulso furoso la manivela hasta que la silla quedo a la altura de escritorio.
– Mira esto.- Le tiro una de las amenazantes cartas enviadas por el director del banco-. Nuestra prorroga fiscal esta en el aire, el banco nos reclama el pago. Ahora, el contable de Eurocom se niega a pagarnos los ocho meses de atrasos que nos deben. Pone objeciones de no se que, de una clausula del contrato. Puede llevarnos meses.- Intento ajustar uno de los mandos de la silla-. Aimee, es hora de que salgas de la nebulosa del ordenador y vuelvas al campo.
– No trabajo con asesinatos.
– Lo dices como si tuvieras otra opcion.
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– El inspector Morbier me espera- dijo Aimee a madame Noiret con los dientes apretados en el mostrador de recepcion de la comisaria de policia. No solo le dolian las mandibulas del crudo frio exterior, ademas se moria por un cigarrillo.
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Odiaba regresar a la comisaria de place Baudoyer. Los recuerdos de su padre la golpeaban en cada rincon: