que esta esvastica en particular tenia un sesgo diferente a las de los grafitos del metro. Cogio un clip del escritorio, lo froto contra su falda de seda y se lo metio en la boca. Masticarlo y moverlo con la lengua le ayudaba a pensar.

En la fotografia, se percibia una decoloracion rojiza bajo las orejas de Lili Stein que continuaba por el cuello. La fina linea de sangre seca mostraba la marca de la cuerda que la habia estrangulado. Nada, excepto el miedo, explicaba sus punos medio cerrados. O la ira.

– Corroborare la coartada despues de haberlo comprobado con tu enano.-Morbier se repantingo en su silla al tiempo que se frotaba la mejilla con una mano-. Haremos un trato, tu y yo…

– No metas a Rene en esto.

– ?Por que no iba a hacerlo?

– Quieres utilizarme. Nadie en el Marais hablara con vosotros los flics.

Sabia que desde que la policia francesa uniformada habia realizado redadas de judios para los nazis, durante la ocupacion, ningun judio confiaba en ellos. Morbier debia haberse imaginado que si el Templo la habia contratado seria porque confiaban en ella, a pesar de que no era judia.

– Leduc, confia en mi.

Ella se detuvo a pensar. Quiza podria confiar en el, o quiza no. Pero ?no decian que si conocias a tu enemigo ibas al menos un paso por delante?

– Estoy de acuerdo en compartir informacion.?Trato hecho?

El asintio.

– D’accord.

– ?Me das el informe forense?

El solto un bufido.

– ?Te has fijado en la marca de la cuerda bajo sus orejas?

– Claro. Soy hija de mi padre.-Le hubiera gustado anadir que tambien era algo mas.

Morbier hizo una mueca cuando nombro a su padre.

– Eso no es todo en lo que he reparado, Morbier-dijo ella con un gesto serio-?Que hay de ausencia de sangre?

– ?No estaras sugiriendo que el homicidio tuvo lugar en otro sitio y que arrastraron a la victima?

– Igual que tatuaron la esvastica despues del estrangulamiento; y sin mencionar que tenia las medias bajadas y enrolladas, las unas rotas y la palma llena de astillas, eso podria ser una posibilidad, si.

– Eso ya se me habia ocurrido.-Con un agil movimiento de la mano, tiro el cigarrillo dentro de la taza de cafe. Chisporroteo e hizo plof. Ella penso que era la tipica respuesta gala. Se dio cuenta de que el llevaba calcetines desparejados; uno era azul y el otro gris.

– Los tecnicos han estado peinando el patio-dijo-. Si hay algo ahi, lo encontraran.

– ?Hora de la muerte?-pregunto ella mientras se removia el pelo, disparando asi mas mechones.

El ignoro la mano de ella, llena de cicatrices, tal y como hacia siempre.

– Digamos que entre las tres y las siete de la tarde de ayer. Puede que la autopsia determine la hora con mas exactitud.

Ella se puso en pie.

– Ademas de compartir informacion, agradeceria tu ayuda en la investigacion.

Morbier sonaba ahora como su padre. De hecho, el habia solicitado su ayuda. De buenas maneras. Casi vuelve a sentarse.

– En otras palabras, si no lo hago, ?estare entorpeciendo la investigacion?

– Yo no he dicho eso-dijo negando con la cabeza.

Ella comenzo a dirigirse a la puerta.

– Todavia-sonrio el

– ?Recuerdas por que abandone este camo?

– Eso ocurrio hace cinco anos-dijo el tras una pausa.

– He dejado este tipo de trabajo. Me dedico a la investigacion para empresas-dijo ella-.?Por que nunca me miras la mano? Si no me respondes, ni me planteare trabajar contigo.-Se agarro con fuerza al borde del escritorio, hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

La voz de e parecia cansada.

– Porque si miro esa quemadura, todo me vuelve a mi mente. Veo a tu…cubierto de sangre…-Se tapo los ojos mientras movia la cabeza de un lado a otro.

– Ves a mi padre ardiendo sobre los adoquines, empujado por la onda expansiva contra la columna de la plaza Vendome. Y a mi gritando, corriendo en circulos, agitando la mano, sujetando aun la manilla de la puerta fundida.

Se detuvo. Varios tipos vestidos de paisano pusieron de nuevo la cabeza tras las pantallas de sus ordenadores. Ella reconocio algunas de las caras.

– Lo siento, Morbier.-Golpeo la base de su silla con el pie-.Esto no me ocurre normalmente. Lo normal es que se ocupen de ello las pesadillas.

– Existe un remedio contra la neurosis de guerra-repuso el despues de un rato-. Vuelve a las trincheras.

Pero lo que el no sabia era que Soli Hecht ya la habia arrojado a ellas.

Aimee anduvo a lo largo del Sena mientras especulaba con los fragmentos de la fotografia. El agua reflejaba debilmente la luz del sol y el cebo del cubo de un pescador cercano apestaba lleno de sardinas.

Anduvo con dificultad sobre las grietas que se habian formado en la escalera de piedra que conducia a su oscuro y frio apartamento, incapaz de quitarse de la cabeza la imagen del cadaver de Lili Stein.

Habia heredado de su abuelo el apartamento en la ile St. Louis. Esa isla con siete bloques en medio de Sena raramente habia visto que sus propiedades cambiaran de mano en el ultimo siglo. Con corrientes, humedo y sin calefaccion, su hotel particulier del siglo XVII habia sido la mansion del duque de Guise, a quien Enrique III habia asesinado en el castillo real de Blois, pero se le habia olvidado el porque.

Los viejos perales del patio y las vistas sobre el Sena desde su ventana la mantenian alli. Cada invierno, el frio, que helaba hasta los huesos, y las arcaicas tuberias casi conseguian que se fuera. El ano anterior, habia montado alrededor de su cama una tienda de campana del ejercito que habia ayudado a mantener dentro el calor. No podia permitirse el lujo de efectuar reparaciones, ni los terribles impuestos de sucesiones en el caso de que vendiera el apartamento.

Miles Davis la lamio para saludarla. En la cocina de altas ventanas, abrio el grifo que sobresalia del viejo fregadero de azulejos azules. Se lavo las manos dejando que el agua caliente corriera por ellas largo tiempo.

De manera mecanica, abrio la pequena nevera de 1950. Un mohoso queso de Brie, seis yogures y una botella grade de champan decente que descorcharia algun dia, ocupaban una de las bandejas. Bajo un ramillete de marchitas espinacas habia un paquete de carne de caballo cruda envuelta en papel blanco. Con una cuchara, la sirvio en el desportillado cuenco de Miles quien lo engullo moviendo la cola mientras comia. Quito el moho del Brie y encontro en la despensa un baguette, dura como una piedra. La dejo donde estaba y cogio unas galletas saladas. Pero cuando se sento, no fue capaz de comer.

Se puso dos pares de guantes, los de piel encima de los de angora. Abajo, en el portal, saco la mobylette de debajo de las escaleras, comprobo el aceite y acciono el pedal de arranque. Cruzo el Sena y se dirigio hacia la Gare de Lyon y hacia su piscina favorita para nadar. A esta hora, en Reully no habia demasiada gente y la humeda y fosforescente agua azul salpicaba contra los brillantes azulejos blancos como si fuera gelatina.

– chica mala…-Dax, el socorrista, la amonesto con el dedo-. No te vi ayer.

– Lo compensare. Quince largos extra.-Se sumergio en el profundo carril con la mente y el cuerpo listos para fundirse con la pesada agua templada. Adoraba el estremecimiento en las piernas y en los brazos hasta que la temperatura de su cuerpo se estabilizaba con la del agua. Establecio su ritmo: brazada, patada, respirar, patada, brazada, patada, respirar, patada, y asi completo largo tras largo.

Mala suerte que no pudiera convencer a Rene para que fuera con ella. El calor ayudaba a aliviar el dolor por el desplazamiento de cadera, tipico de los enanos. Pero, logicamente, se sentia muy inseguro con respecto a su apariencia.

Los cubiculos llenos de vapor de las duchas estaban vacios, excepto por el mohoso azulejo y el aroma a jabon. Se dirigio silenciosamente hacia el vestuario envolviendose con la vieja toalla de playa en la que se leia St.

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