se volvieron a mirarla y Vodalus se acerco con paso arrastrado. Thea se inclino sobre la silla de Vodalus.

—?No es adorable? Han conseguido maravillas.

Era una mujer sentada en una litera de plata que seis hombres llevaban a hombros. Por un momento pense que era Thecla, tanto se le parecia a la luz anaranjada. Al fin comprendi que se trataba de una imagen, hecha quiza de cera.

—Dicen que es peligroso —dijo la voz embaucadora de Thea— cuando se ha conocido al compartido en vida; cuando se juntan los recuerdos, el cerebro puede desconcertarse. Sin embargo yo, que la quise, correre ese riesgo; y sabiendo por tu mirada cuando hablabas de ella que tambien lo desearias, no le dije nada a Vodalus.

Vodalus levanto la mano para tocar el brazo de la figura mientras era transportada a traves del circulo, esparciendo alrededor un olor dulce e inconfundible. Me acorde de los aguties que se servian en los banquetes de nuestras mascaradas, con la piel de coco especiado y los ojos de frutas en conserva, y supe que lo que yo veia no era mas que una recreacion de ese tipo: un ser humano en carne asada.

Creo que en ese momento me hubiera vuelto loco de no haber sido por el alzabo. El alzabo se interponia entre mi percepcion y la realidad como un gigante de niebla, que permitia verlo todo sin aprehender nada. Tambien tenia yo otro aliado: se trataba del conocimiento que crecia en mi, de la certidumbre de que si ahora consintiera y devorase alguna parte de la sustancia de Thecla, las huellas de su pensamiento, que de otro modo pronto se perderian en la carne corrupta, penetrarian en mi y perdurarian, aun atenuadas, mientras yo viviera.

Llego el consentimiento. Lo que estaba a punto de hacer ya no me parecia inmundo ni espantoso. Al reves, me abri a Thecla y engalane de bienvenida la esencia de mi ser. Tambien llego el deseo, nacido de la droga, un hambre que ningun otro manjar podia satisfacer, y cuando pasee la mirada por el circulo vi que ese hambre estaba en todos los rostros.

El servidor de la librea, de quien pienso que debio de haber pertenecido a la antigua casa de Vodalus y que se exilio con el, se unio a los seis que habian traido a Thecla al circulo y ayudo a bajar la litera. Durante un momento las espaldas de los hombres me impidieron ver. Cuando se apartaron, ella habia desaparecido; no quedaban mas que trozos de carne humeante puestos sobre lo que podia haber sido un mantel blanco… Comi y espere, suplicando el perdon. Ella merecia el sepulcro mas suntuoso, un marmol inapreciable de exquisita armonia. En cambio la sepultarian en mi taller de torturador, de suelo cepillado e instrumentos ocultos bajo guirnaldas de flores. El aire de la noche era fresco, pero yo sudaba. Espere a que ella viniera, sintiendo las gotas que me resbalaban por el pecho desnudo y mirando al suelo porque tenia miedo de verla en las caras de los demas antes de sentirla en mi mismo.

Justo cuando ya desesperaba, ella estaba alli, llenandome como una melodia llena una casa de descanso. Yo me encontraba con ella, corriendo junto al Acis cuando eramos ninos. Conocia la antigua villa en medio de un oscuro lago, el paisaje a traves de las polvorientas ventanas del belvedere, y el espacio secreto en ese rincon particular entre dos habitaciones donde nos sentabamos al mediodia para leer a la luz de una vela. Yo conocia la vida en la corte del Autarca, donde el veneno esperaba en una taza de diamante. Supe lo que era, para alguien que nunca habia visto una celda ni habia conocido el latigo, ser prisionero de los torturadores, y lo que significaba la agonia y la muerte.

Supe que para ella yo habia sido mas de lo que habia imaginado, y por ultimo cai en un sueno en el que ella aparecia siempre. No eran solo recuerdos, que antes habia tenido a montones. Tome sus pobres y frias manos entre las mias, y ya no llevaba los harapos de aprendiz ni la capa fuligina de oficial. Ambos eramos uno, desnudo y feliz y limpio, y sabiamos que ella ya no era y que yo todavia vivia, y no luchabamos contra nada de eso, y con los cabellos entrelazados leiamos de un unico libro y hablabamos y cantabamos sobre otras cosas.

XII — Los notulos

De mis suenos de Thecla pase directamente a la manana. En algun instante estuvimos caminando juntos y en silencio, en lo que seguramente tuvo que ser el paraiso que el Sol Nuevo, dicen, abre a quienes en el momento final llaman a el; y aunque los sabios opinan que esta cerrado para quienes se autoejecutan, no puedo dejar de pensar que aquel que tanto perdona, en ocasiones tambien ha de perdonar eso. Al instante siguiente tuve frio y habia una luz molesta y aves que piaban.

Me sente. Mi capa estaba empapada de rocio, y rocio tenia sobre la cara, como si fuera sudor. Junto a mi, Jonas habia empezado a removerse. A diez pasos de distancia, dos grandes diestreros, uno de color vino blanco y el otro negro sin manchas, tascaban los frenos y pateaban con impaciencia. Del festin y de los festejantes ya no quedaba mas rastro que de Thecla, a quien nunca he vuelto a ver de nuevo y a quien ya no espero ver en esta vida.

Terminus Est estaba junto a mi en la hierba, segura en la tosca y bien lubricada vaina. La cogi y camine colina abajo hasta que encontre una corriente de agua donde intente refrescarme. Cuando regrese, Jonas estaba despierto. Le indique donde estaba el agua y durante su ausencia dije mi adios a la muerta Thecla.

Sin embargo, alguna parte de ella todavia queda en mi. En ocasiones yo, el que recuerda, no soy Severian, sino Thecla, como si mi mente fuera un cuadro enmarcado y con cristal, y Thecla estuviera delante de ese cristal y se reflejara en el. Y tambien desde esa noche, cuando pienso en ella sin pensar a la vez en un momento o lugar determinados, la Thecla que surge de mi imaginacion esta de pie ante un espejo con una tunica centelleante, blanca como el rocio y que apenas le cubre los pechos, pero que cae en cascadas siempre cambiantes. Por un momento la veo alli de pie; las manos se levantan para tocar nuestra cara.

Despues desaparece en los torbellinos de una habitacion con paredes y techo y suelo de espejos; no cabe duda de lo que veo en esos espejos: la memoria que ella guarda de su propia imagen, pero tras dar un paso o dos ella se desvanece en la oscuridad y dejo de verla.

Para cuando Jonas hubo regresado yo ya habia dominado mi dolor y era capaz de fingir que examinaba nuestras monturas.

—La negra es para ti —dijo— y la baya para mi, obviamente. Aunque las dos parecen valer mas que cualquiera de nosotros, como dijo el marinero al cirujano que le amputo las piernas. ?A donde nos dirigimos?

—A la Casa Absoluta. —Vi la incredulidad en su cara.— ?Oiste mi charla de anoche con Vodalus?

—Oi ese nombre, pero no que nos dirigieramos alli.

Como he dicho antes, no soy jinete, pero puse el pie en el estribo del diestrero negro y monte. En el corcel que robe a Vodalus dos noches antes, la silla de montar estaba alta, y aunque endiabladamente incomoda, era muy dificil caerse de ella; este diestrero negro solo llevaba una capa de terciopelo acolchado, de aspecto lujoso pero tambien traicionero. No bien me hube instalado, el diestrero empezo a bailar con ganas.

Tal vez era el peor momento, pero tambien el unico. Pregunte: —?Cuanto recuerdas?

—?Sobre la mujer de anoche? Nada. —Jonas esquivo el corcel negro, solto las riendas del bayo y lo monto.— No comi. Vodalus te estaba observando y ellos, una vez bebida la droga, no se fijaban en mi, y de todos modos he aprendido el arte de aparentar que como sin comer de veras.

Lo mire sorprendido.

—Lo he practicado contigo varias veces; ayer, durante el desayuno, por ejemplo. Mi apetito no es grande, y le encuentro ventajas sociales. —Mientras acosaba a su bayo una cuesta abajo en el bosque, grito por encima del hombro:— Resulta que conozco el camino bastante bien, por lo menos la mayor parte. ?Pero te importaria decirme por que garfios?

—Dorcas y Jolenta estaran alli —dije—. Y tengo un encargo de nuestro senor, Vodalus. —Como era casi seguro que nos vigilaban, no dije que no tenia intencion de cumplirlo.

Llegado a este punto, he de pasar muy rapidamente por encima de los acontecimientos de varios dias pues sino mi relato no acabaria nunca. Cabalgando con Jonas, le conte todo lo que Vodalus me habia dicho y mucho mas. Hicimos alto en los pueblos y ciudades que encontramos, y en ellos practique los conocimientos de mi oficio, no porque el dinero que ganaba nos fuera estrictamente necesario (puesto que teniamos las bolsas que nos habia asignado la chatelaine Thea, una gran parte de mi paga de Saltus y el dinero que Jonas habia obtenido por el oro del hombre mono), sino para borrar toda sospecha.

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