por encima de sus cabezas a unos cien metros de distancia. De la pared que habia a espaldas de Tuf, emergieron una docena de grandes ecosferas hechas de plastiacero, cada una de las cuales estaba abierta por la parte superior y llena de tierra. Contenian doce tipos distintos de suelo, cada uno de los cuales representaba un habitat distinto: arena blanca que parecia polvo, espesa arcilla roja, gravilla de un azul cristalino, fango verde grisaceo de un pantano, suelo de tundra practicamente helado, tierra fertil cubierta de mantillo negro, de cada ecosfera brotaba una planta de mana.

Y esta crecia.

Y crecia.

Y crecia.

Las plantas del centro tendrian unos cinco metros de alto y sus zarcillos exploratorios habian rebasado ya hacia tiempo el borde de sus habitats. Las fibras vegetales se alargaban hacia el suelo y estaban a medio metro de Tuf, entrelazandose y creciendo constantemente. Tres cuartas partes de los muros se habian cubierto con zarcillos de mana y estos se aferraban precariamente al pulido techo de plastiacero, medio escondiendo los paneles luminosos de tal modo que la luz que llegaba al suelo parecia filtrarse por entre una intrincada madeja de sombras selvaticas. Hasta la luz parecia haberse vuelto algo verdosa. Los frutos del mana crecian por todas partes. De los zarcillos del techo colgaban vainas blancas tan grandes como cabezas humanas, abriendose paso a traves de las fibras en continuo progreso. Mientras las contemplaban, una de las vainas cayo al suelo con un sonido suave y viscoso. Ahora comprendia la razon de que en la estancia, el eco sonara tan curiosamente ahogado.

—Estos especimenes en particular —anuncio Haviland Tuf con voz impasible—, nacieron hace unos catorce dias, de las esporas que use un poco antes de mi primer encuentro con la estimada Primera Consejera. Solo hizo falta una espora por habitat y durante todo ese tiempo no he tenido necesidad de regar, ni de abonar las plantas. De haberlo hecho, no serian tan pequenas y debiles, como estos pobres ejemplos que ahora tienen delante.

Tolly Mune se puso en pie. Habia vivido durante muchos anos en gravedad cero, por lo que incorporarse en un ambiente de gravedad normal le suponia un cierto esfuerzo, pero ahora sentia una opresion en el pecho y un extrano mal sabor de boca, que le indicaban muy claramente la necesidad de aprovechar cualquier ventaja psicologica, incluso una tan minuscula y obvia como la de estar en pie mientras que los demas se encontraban sentados. Tuf la habia dejado sin aliento con su mana sacado de la manga, la superaban en numero y Blackjack se encontraba en algun lugar lejano, en tanto que Dax estaba sentado junto a la oreja de Tuf, ronroneando complacido y contemplandola con sus enormes ojos dorados que eran capaces de poner al descubierto cualquiera de sus malditos trucos.

—Muy impresionante —dijo.

—Me alegra que se lo haya parecido —dijo Tuf acariciando a Dax.

—?Que esta proponiendo exactamente?

—Esta es mi proposicion: empezaremos inmediatamente la siembra de S’uthlam con mana. La entrega puede realizarse usando las lanzaderas del Arca. Me he tomado la libertad de llenar sus bodegas de carga con capsulas de aire comprimido, cada una de las cuales contiene esporas de mana. Si se las libera en la atmosfera, siguiendo una pauta predeterminada que ya he calculado, las esporas seran trasladadas por el viento y se distribuiran por todo S’uthlam. El crecimiento empezara de inmediato y los s’uthlameses no deberan realizar ningun esfuerzo subsiguiente, como no sea el de recoger las vainas y comerselas —su rostro impasible se aparto de Tolly Mune para volverse hacia los enviados de los demas planetas. Caballeros —dijo—, sospecho que en el momento actual se estan preguntando cual es la parte que les corresponde jugar en todo esto.

Ratch Norren se pellizco la mejilla y hablo en nombre de todos.

—Correcto —dijo con voz algo inquieta—, y con eso volvemos a lo que he dicho antes. Esta planta dara de comer a todos los sutis, pero eso a nosotros no nos importa en lo mas minimo.

—Habria creido que las consecuencias serian obvias para todos ustedes —dijo Tuf. S’uthlam representa una amenaza a sus planetas, solamente porque su poblacion se encuentra perpetuamente a un paso de acabar con el suministro alimenticio de S’uthlam. Ello convierte su planeta, que por lo demas es pacifico y civilizado, en una sociedad inestable por naturaleza. En tanto que los tecnocratas se han mantenido en el poder y han logrado conservar la ecuacion en un equilibrio mas o menos aproximado, S’uthlam ha sido un vecino util y dispuesto a cooperar. Pero ese equilibrio, por mucho virtuosismo que se le aplique, acabara haciendose pedazos y, con ese fracaso, es inevitable que los expansionistas tomen el poder y los s’uthlameses se conviertan en peligrosos agresores.

—?Yo no soy una maldita expansionista! —dijo Tolly Mune con voz irritada.

—No pretendia afirmar tal cosa —dijo Tuf—, y pese a sus obvias calificaciones para ello, la actual Primera Consejera tampoco mantiene una actitud totalmente provida. La guerra esta ya muy cerca, por mucho que vaya a ser una guerra defensiva. Cuando pierda el poder y sea reemplazada por un expansionista, el conflicto se convertira en una guerra de agresion. Con las circunstancias que los s’uthlameses han conseguido crear en su planeta, la guerra es algo tan seguro e ineludible como el hambre. Y no hay ningun lider, por competente y bien intencionado que sea, capaz de evitarla mediante su esfuerzo individual.

—Exactamente —dijo la joven procedente del Mundo de Henry, articulando cuidadosamente la palabra. En sus ojos ardia un brillo de astucia que no encajaba demasiado bien con su cuerpo de adolescente. Y si la guerra es inevitable, entonces bien podemos librarla ahora, resolviendo el problema de una vez y para siempre.

—El Triuno Azur debe mostrar su acuerdo en ello —dijo en un susurro su enviado.

—Cierto —dijo Tuf—, siempre que demos por sentada su premisa inicial de que la guerra es inevitable.

—Acaba de afirmar usted mismo que los expansionistas empezarian la guerra con toda seguridad, Tuf —se quejo Ratch Norren.

Tuf acaricio a su enorme gato negro con una palida manaza.

—Incorrecto, senor mio. Mis afirmaciones en cuanto a lo inevitable de la guerra y el hambre se basaban en el derrumbe final del inestable equilibrio mantenido entre la poblacion de S’uthlam y sus recursos alimenticios. Si esa fragil ecuacion pudiera ser reforzada, S’uthlam no representaria ningun tipo de amenaza a los demas planetas del sector. Bajo esas condiciones la guerra seria tanto innecesaria como moralmente reprobable, pienso yo.

—?Y nos dice que esa sucia hierba de usted, puede conseguir todo eso? —replico despectivamente la mujer de Jazbo.

—Ciertamente —dijo Tuf.

El embajador de Skrymir meneo la cabeza.

—No. Es un esfuerzo muy valioso, Tuf, y respeto su dedicacion al trabajo ecologico, pero no lo creo asi. Hablo en nombre de los aliados si le digo que no podemos confiar en otro avance tecnologico. S’uthlam ya ha pasado por unos cuantos florecimientos y revoluciones ecologicas con anterioridad, pero al final nada ha cambiado. Debemos terminar con el problema de una vez para siempre.

—Muy lejos de mi la intencion de ponerle trabas a su locura suicida —dijo Tuf, rascando a Dax detras de una oreja.

—?Locura suicida? —dijo Ratch Norren—. ?A que se refiere?

Tolly Mune, que lo habia estado escuchando todo atentamente, se volvio hacia los aliados.

—Eso quiere decir que perderian, Norren —afirmo.

Los enviados emitieron una amplia gama de sonidos que iban desde la risita cortes de la mujer del Mundo de Henry hasta la clara carcajada del jazboita, pasando por el rugido ensordecedor del ciborg.

—La arrogancia de los s’uthlameses jamas dejara de sorprenderme —dijo el hombre de Skrymir. No deje que la engane esta situacion de tablas temporales, Primera Consejera. Somos seis mundos unidos firmemente e, incluso con su nueva flota, les superamos en numero y en poder de fuego. Ya recordara que les derrotamos una vez con anterioridad y volveremos a hacerlo.

—No lo haran —dijo Haviland Tuf.

Los enviados se volvieron como una sola persona hacia el.

—En los ultimos dias me he tomado la libertad de hacer una pequena investigacion y ciertos hechos han llegado a resultarme obvios. En primer lugar, la ultima guerra local tuvo lugar hace siglos. S’uthlam sufrio una derrota innegable, pero los aliados aun se estan recobrando de su victoria. Sin embargo, S’uthlam, con su mayor base de poblacion y su tecnologia mas voraz, ha dejado atras ya hace mucho tiempo los efectos de la contienda.

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