controvertidos en la conquista nazi del poder absoluto. El elegante Kaas, conocido como El Prelado por su empaque, era experto en Derecho Canonico y diputado en el Reichstag. Habia conocido a Eugenio Pacelli en 1920, cuando este llego a Berlin como nuncio y comenzo a negociar la firma de un concordato con la derrotada Alemania. En 1928, Kaas se convirtio en el jefe del partido de Centro, parece que alentado por su amigo y mentor, el cardenal Pacelli, que dos anos mas tarde se convertia en secretario de Estado del Vaticano, es decir, en el jefe de la diplomacia de la Iglesia. Desde entonces fue continua la presencia de Ludwig Kaas en la residencia vaticana del secretario de Estado, hasta el punto de parecer que desde alli se dirigia la politica del Centro aleman.

Para nadie era un secreto que Eugenio Pacelli estaba obsesionado con la firma de un concordato con Alemania, que no habia podido negociar en los anos veinte, cuando fue nuncio en Berlin, y que tampoco habia podido sacar adelante a comienzos de los treinta, cuando accedio a la Secretaria de Estado, coincidiendo con la designacion de un catolico, Heinrich Bruning, como jefe del Gobierno aleman.

John Cornwell, el historiador que con mayor detenimiento ha estudiado la figura de Pacelli en relacion con el nazismo, en su polemica obra El Papa de Hitler destaca, al referirse a la claudicacion del Centro aleman, que Pio XI y su secretario de Estado, el futuro Pio XII, aborrecian el comunismo y el socialismo, no solo por su materialismo, sino, sobre todo, a causa de las persecuciones efectuadas contra los catolicos en la URSS y en Mexico. Por eso se oponian a la participacion de los catolicos, como tales, en politica y, mas aun, a la colaboracion de los partidos etiquetados como catolicos con los socialistas. Pio XI habia presionado al Partito Popolare italiano -mayoritariamente catolico y presidido por el sacerdote Luigi Sturzo- en 1924 para que no uniera sus fuerzas a los socialistas en el intento de frenar a los fascistas de Mussolini. Cinco anos despues, en 1929, tras la firma del Pacto Lateranense -que ponia fin al contencioso entre el Papa y el Estado italiano- forzo la disolucion del Partito Popolare, lo que elimino el ultimo obstaculo para el poder omnimodo de Mussolini.

Algo similar planeaba el cardenal Pacelli para Alemania. No tenia simpatia por los nazis -cuyo racismo, totalitarismo y violencia habian sido condenados reiteradamente por el episcopado catolico aleman- pero le parecian aliados aceptables contra el empuje comunista, siempre que respetaran las instituciones catolicas y sus prerrogativas en materia de ensenanza: de ahi su enorme interes en la firma de un concordato.

En los anos anteriores al acceso de Hitler al poder, durante los gobiernos del catolico Bruning, Pacelli le presiono para que firmara ese concordato, negandose el canciller porque, en plena crisis economica, no deseaba introducir un nuevo motivo de conflicto en Alemania. El concordato que pretendia el secretario de Estado era tan ventajoso para la Iglesia catolica que hubiera soliviantado a la mayoria protestante del pais. En las discusiones mantenidas entre Pacelli y Bruning durante una visita de este al Vaticano, en agosto de 1931, el cardenal le llego a pedir que el Centro se acercara a los nazis, que en las elecciones del ano anterior habian conseguido 107 diputados y constituian la fuerza emergente mas importante del pais.

En sus memorias, Bruning confesaba:

«Le explique que, hasta entonces, todos los intentos honorables de llegar a un acuerdo con la extrema derecha en beneficio de la democracia habian fracasado. Pacelli no comprendia la naturaleza del nacionalsocialismo. Por otra parte, aunque los socialdemocratas alemanes no eran religiosos si eran, al menos, tolerantes. Pero los nazis no eran ni religiosos ni tolerantes». Pese a la franca exposicion, el canciller no logro convencer a Pacelli, tanto que confesaria en sus memorias -siempre, segun las citas tomadas de John Cornwell- que creia que el Vaticano «se encontraria mas a gusto con Hitler que con un devoto catolico como yo».

Tras la caida de Bruning, en mayo de 1932, y del exito electoral nazi en aquel verano, Pacelli reiteraria sus esfuerzos para que el Centro -con el 16,2 por ciento de los votos- se acercara a Hitler, pese a que el episcopado aleman redoblaria en los meses siguientes sus denuncias contra el NSDAP, cuyo unico dios era Hitler y cuyo violento y racista ideario consideraba no solamente contrario a la doctrina evangelica sino, tambien, muy peligroso para la democracia, la libertad y los derechos individuales. Pero Pacelli, obsesionado por el peligro de bolchevizacion de Alemania, pese a que entonces los comunistas apenas contaban con el 14 por ciento de los votos, contemplaba aquellas condenas como la miopia de un clero al que los arboles le impedian ver el bosque. El trataba de los grandes intereses globales de la Iglesia y no de minucias locales. Puesto que no fue posible al acuerdo del Centro con los nazis, el proseguiria buscando el concordato, negociandolo con ellos.

Despues del acceso de Hitler al poder y de las mencionadas elecciones del 5 de marzo, el Centro mantuvo una posicion solida, con el 14 por ciento de los votos. El apoyo de sus diputados le interesaba a Hitler a la hora de hacer aprobar la Ley de Plenos Poderes, pero mucho mas le importaba aun el dominio de los 23 millones de catolicos, de sus multiples organizaciones y la neutralizacion de sus mas de 400 publicaciones periodicas… El astuto lider nazi advirtio enseguida que todo eso lo iba a tener mediante una sola y redonda operacion: el concordato. Aunque no existen documentos que prueben un acuerdo previo de Ludwig Kaas y Hitler para que el Centro apoyase la Ley de Plenos Poderes a cambio de la firma del concordato, las memorias de Goebbels lo dan a entender y los hechos asi se produjeron.

De inmediato, el episcopado aleman modifico su politica condenatoria del nazismo. Las iglesias protestantes, al observar el entendimiento entre el Vaticano y Hitler, se apresuraron a hacer lo propio, para conseguir acuerdos tan ventajosos como los que se presuponian para los catolicos. Al socaire de tanta complacencia se inicio la represion antisemita que, cobardemente, fue aceptada por la mayoria de los cristianos: en una carta a Pacelli, el cardenal muniques Michael von Faulhaber, que habia mantenido una inequivoca actitud antinazi, creia que los catolicos no debian inmiscuirse para no incurrir en las represalias nazis; en consecuencia, «los judios tendran que arreglarselas por su cuenta». Faulhaber no fue el unico. Tal postura era tanto mas asombrosa cuanto que las medidas antisemitas nazis afectaban tambien a los judios de religion catolica.

En los meses de abril y mayo de 1933, mientras se negociaba el concordato, el Centro se desmorono; millares de sus afiliados se pasaron a las filas del NSDAP. El episcopado catolico se reunio en mayo para adoptar una postura comun y, pese a que algunos prelados opinaban que no se podia negociar nada con Hitler y denunciaron una vez mas la perversidad del nazismo, todos aceptaron la gestion del concordato, cuya clausula mas dificil de digerir era la prohibicion al clero de toda actividad politica; de ahi a la disolucion del Centro mediaba un solo paso.

A comienzos de julio, el texto del concordato ya estaba listo. Pio XI lo leyo, al parecer poco convencido de su oportunidad, y exigio que al final figurase una clausula sobre reparaciones por los actos de violencia que organizaciones, publicaciones y politicos catolicos estaban sufriendo en Alemania. La negociacion llegaba a un terreno en el que Hitler no tenia rival: ya sabia hasta donde podia llegar su desafio. Parece que, cuando tuvo en sus manos el texto final, le dijo a von Papen, encargado de la negociacion con el Vaticano, que aceptara la clausula, pero que exigiera la disolucion del Centro…Y el viejo Zentrum, el unico partido que aun era legal en Alemania -aparte el NSDAP- en el verano de 1933, desaparecio como por ensalmo el 4 de julio. El cardenal Pacelli aseguro un ano despues que no habia existido relacion entre la dispersion del Centro y el concordato, pero la mayoria de los historiadores mantiene lo contrario y Bruning, que semanas antes se habia hecho cargo de la jefatura del partido para evitar su desmoronamiento, le senala como el gran responsable:

«Tras el acuerdo con Hitler no estaba el Papa, sino la burocracia vaticana y su lider, Pacelli […] Los partidos parlamentarios catolicos, como el del Centro en Alemania, eran un obstaculo para su autoritarismo y fueron disueltos sin pesar en varios paises» (citado por John Cornwell).

Conseguida la desaparicion del Centro, Hitler volvio a jugar con Pacelli: sus abogados trataron de hacer distingos entre organizaciones catolicas de estricto caracter religioso y de contenido civil y volvio sobre el tema de las reparaciones que dias antes habia asumido. Pacelli, exasperado ante tanta dilacion, termino por aceptar que la distincion entre el caracter religioso y civil se dejara para un estudio posterior… El tramposo Hitler habia ganado al meticuloso Pacelli, que al rubricar el concordato, durante la tarde del 8 de julio, estaba tan nervioso que cometio errores con su firma. La confirmacion solemne del concordato tuvo lugar el 20 de julio y Hitler lo exhibio como un gran triunfo: la Iglesia catolica aprobaba moralmente su politica y su clero se abstendria, en adelante, de cualquier desautorizacion, que seria tomada como un transgresion del concordato y, por tanto, atajada por las leyes nazis.

Dos anos despues de la firma del concordato habia desaparecido la prensa catolica; el profesorado religioso

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