descubiertos, sudado de miedo, haberse destrozado la ropa al salvar escombros y alambradas y con el cuerpo cubierto de aranazos y la piel de costras de sangre seca, el coronel Nicolaus von Below se encontro fuera de Berlin. Dos dias despues, el 2 de mayo, logro alcanzar el cuartel general de Doenitz, donde se conocia la muerte de Hitler desde la vispera. Von Below confirmo el testamento de Hitler, que solo se conocia por telegrama pues, como ya se ha dicho, ninguno de los mensajeros salidos del bunker el 29 de abril habia cumplido su mision. El coronel reconstruyo con precision el gabinete dejado por el
Capitulo IV
Tras la partida de Von Below, Hitler se quedo solo en su despacho. De pronto se encontro con que no tenia otra cosa que hacer salvo esperar al destino y, ya no se enganaba, esta vez el unico destino era la muerte. Se sento en un duro y amplio sofa sumamente vulgar que nadie se explicaba de donde habia salido y que tenia poca relacion con los tres sillones y la mesa que le acompanaban, muebles de excelente calidad aunque un poco deteriorados, que habian estado en su salon de la Cancilleria, recuerdos de momentos de poder y de gloria. Recorrio con los ojos las paredes revestidas de madera de la triste estancia, pequena y desangelada, hasta tropezar con el retrato de Federico el Grande, pintado por Anton Graff, que le habia seguido hasta Berlin desde su regio despacho en la «Casa Parda» de Munich. Las continuas vibraciones habian torcido el cuadro. Se levanto a colocarlo adecuadamente y luego se sento frente a su escritorio. Alli estaba la foto enmarcada de su madre, Klara, que le habia acompanado durante cuarenta anos. Paso la mano sobre el cristal, acariciando el recuerdo de la mujer que mas habia amado en su vida, mientras reparaba en la soledad de su escritorio, vacio de papeles. ?Que sensacion tan extrana! No podia recordar un momento similar en los veinte ultimos anos: no tenia nada que hacer y su mesa de trabajo estaba libre de asuntos en espera de tramitacion. Sin embargo, aun debia resolver algo: disponer su muerte.
Decididamente, se dispararia un tiro en la cabeza. Le parecia el final mas digno, probablemente el mismo que habria elegido Federico el Grande cuando decidio suicidarse al estar cercado por los lusos y a punto de ser derrotado en la Guerra de los Siete Anos. Pero el rey prusiano no tuvo que volarse la cabeza porque, en el ultimo momento, murio la zarina Isabel (1762) y se le ofrecio una paz satisfactoria. Lamentablemente, las cosas no eran iguales en 1945 y Stalin no era la zarina Isabel. Ningun milagro pararia esta vez a los rusos, cuyos canones no cesaban de tronar aquella tarde del 29 de abril. Debian estar tratando de ampliar su cabeza de puente de la Koenigsplatz, donde les frenaban los soldados de las SS, atrincherados en su sede y en el edificio del
Mientras le esperaba, abrio un cajon de su escritorio y saco de el una pistola Walter 7,65. Contemplo abstraido el frio acero de tonalidades azuladas, el fino diseno industrial del arma, las estriadas cachas negras de la empunadura, amartillo y desmonto el percutor varias veces, comprobando su perfecto funcionamiento y, finalmente, introdujo el cargador. Todo estaba dispuesto. Dejo nuevamente el arma en el cajon mientras escucho que estaban llamando a su puerta. Era Hans Baur, su piloto preferido. Le habia ordenado llamar para una cuestion muy embarazosa: la incineracion de su cadaver, para lo que era necesario disponer de una importante cantidad de gasolina, que en aquellos momentos era dificil hallar en la zona berlinesa controlada por los alemanes. Expreso al piloto sus temores de caer vivo en manos de los rusos. Le revelo que los laboratorios alemanes habian fabricado durante la guerra un gas paralizante que podia mantener aletargada a una persona durante unas veinticuatro horas. Alguno de esos laboratorios habian caido en manos sovieticas.
«Me han comunicado nuestros servicios de informacion militar que los rusos tienen ese gas, conocen sus efectos y la forma de emplearlo. Por eso no puedo arriesgarme a continuar vivo durante mucho tiempo, pues resulta seguro que los rusos saben donde estoy y que no tardaran muchas horas en alcanzar la Cancilleria. Por tanto, cuando decida que mis servicios ya no son utiles para Alemania, me quitare la vida. Pero como tampoco estoy dispuesto a que mi cadaver pueda ser afrentado por la soldadesca enemiga, le ordeno que lo incinere, junto con el de mi esposa, que tambien esta resuelta a suicidarse a mi lado, para lo cual debera usted reunir la cantidad de gasolina necesaria para garantizar la completa cremacion de nuestros cuerpos.»
Salio Hans Baur, muy preocupado, cavilando acerca de donde iba a sacar la gasolina y Hitler volvio a quedarse solo en el despacho. El canoneo debia ser terrible en el exterior pues el bunker vibraba ininterrumpidamente. Del techo caia una lluvia de yeso, que habia formado una fina pelicula en la mesa de despacho sobre la que Hitler se entretuvo en dibujar figuras caprichosas. Luego tomo distraidamente una pluma.
?Cuantos miles de documentos habria firmado con aquella pluma, sobre aquella misma mesa? ?Cual habria sido el primero? Aunque lo intento, durante unos segundos no logro acordarse, pero si acudio a su memoria uno de los iniciales, el mas importante de sus primeros dias como canciller: la disolucion del
Rememoro, despues, otro de sus primeros actos como canciller, a comienzos de febrero de 1933, la reunion con los industriales a los que cito en la Cancilleria a fin de pedirles fondos para su campana electoral. Tenian los rostros compungidos, mas porque debian desatarse el bolsillo que por las nuevas elecciones que iba a padecer el pais, pero luego sonrieron conejilmente cuando les dijo: «Senores, no se preocupen y sean esplendidos: les prometo un Gobierno firme, estable y duradero; en diez anos no tendran nuevas elecciones.»
Al Gobierno que le toco a Hitler cuando estreno la Cancilleria le llamaron el «segundo gabinete de los monoculos» pues, al igual que el anterior de Von Papen, estaba formado por conspicuos miembros de la aristocracia economica germana. Aquellos encopetados personajes fueron, sencillamente, arrollados por los nazis. Desde que Hitler ocupo la Cancilleria multiplico su actividad en cinco direcciones: destruir o, al menos, neutralizar a sus enemigos; llenar de contenido las carteras ministeriales en poder del NSDAP; granjearse las simpatias del Ejercito; desmontar el sistema parlamentario y obtener una gran victoria electoral que legitimase su dictadura. Para ello, en dos discursos casi consecutivos, difundidos en directo por la radio y publicados al dia siguiente por buena parte de la prensa alemana, acuso a los comunistas de haber causado la ruina del pais; condeno la democracia parlamentaria, que aherrojaba «la libertad de la intelectualidad alemana»; a los principales responsables militares les anuncio su decision de imponer, en breve, el servicio militar obligatorio y de denunciar las limitaciones armamentisticas aceptadas tras la Gran Guerra. De Hindenburg obtuvo plenos poderes para su