de convocar una huelga general, de sublevar a la guarnicion y de arrestar al presidente para proclamarse dictador. Era tan falso como absurdo y solo los interesados en creerlo adoptaron sus medidas. El primero, Hindenburg, que desde hacia una semana rechazaba los intentos de Schleicher de crear un gobierno autoritario y que comenzaba a estar interesado en un pretexto para deshacerse de su molesto canciller; despues, los nazis, a los que la caida en desgracia de Schleicher brindaba una nueva oportunidad de acercarse al poder. Goebbels amplifico con todos sus medios el rumor y lanzo a sus agentes por Berlin para que creasen un clima artificial de ansiedad. Hitler convencio a la policia de que el presidente estaba en peligro y consiguio que se trasladase un fuerte reten hasta el palacio presidencial, confirmando a Hindenburg en la idea de que se hallaba en peligro.

En esa tensa situacion, Hindenburg recibio a Von Papen, que desde hacia dias ablandaba la resistencia del presidente para que adoptase la solucion que habia pactado con Hitler: la Cancilleria y tres carteras ministeriales para los nazis. El se encargaria de controlarles desde la vicecancilleria y con la ayuda de los restantes ministros, que contarian con la confianza de la Presidencia; el ministerio de la Reichswehr, maxima preocupacion presidencial, le seria ofrecido al mariscal Von Blomberg. El presidente acepto en principio y cito a Hitler y a Von Papen para el dia siguiente, 30 de enero, a las 11 de la manana.

Hitler paso una noche angustiosa cargada de pesadillas, recordando hasta los mas infimos detalles de aquella otra noche de Munich, noviembre de 1923, en la cerveceria Burgerbraukeller, cuando creia tener controlada la situacion y, sin embargo, todo se estaba derrumbando. Entre tanto, en la Presidencia se recibian las opiniones de los representantes de los partidos: todos, en general, estaban absolutamente en contra de la formacion de un gobierno dictatorial por parte del general Schleicher y, de mejor o peor grado, aceptaban a Hitler como canciller; al fin y al cabo, llevaban ya anos soportandole en la oposicion y no seria malo que el jefe nazi, siempre tan seguro de si mismo, se enfrentase a las dificultades del poder real. En el fondo, la mayoria esperaba que Hitler fracasara y que la fuerza del NSDAP se diluyera en la lucha por sacar a Alemania de la dificil situacion en que se hallaba.

Hitler se desperto antes de las 7 y trato de enterarse de si habia alguna novedad. Von Papen le tranquilizo por telefono: Schleicher habia intentado una treta de ultima hora, para neutralizar a Von Blomberg, pero habia fracasado. Se verian a las 10.30 h camino de la Presidencia, para cambiar las ultimas impresiones. A las 11 de la manana deberian jurar sus cargos ante Hindenburg. A la hora convenida, Hitler, vestido con levita negra de buen corte y con elegante sombrero de copa, llego a casa de Von Papen acompanado por Frick, que deberia hacerse cargo del Ministerio del Interior, y de Goering, ministro sin cartera, a la expectativa de la creacion de un Ministerio del Aire. La emocion era inmensa entre los jefes nazis: «Es como un sueno… La esperanza y el miedo luchan en nuestros corazones; hemos sido burlados tan a menudo que nos es imposible creer en el milagro que estamos presenciando», escribia Goebbels, repasando sus impresiones de aquella manana del 30 de enero. Hitler tampoco estaba feliz mientras atravesaba a pie el jardin situado entre la Cancilleria y la Presidencia. ?Que tenia en sus manos? Bien poco. Por encima de el estaba Hindenburg; frente a el, un Parlamento en el que se hallaba en minoria; en su gabinete, un punado de ministros que no eran afines a su ideologia -o que, incluso, eran abiertamente hostiles- y que controlaban todos los poderes; a su lado, dos amigos, el ministro del Interior, que apenas tenia facultades dadas las prerrogativas de cada Land en materia de seguridad y orden publico, y el de la futura Luftwaffe, cuyos aviones tardarian anos en construirse.

Estos pensamientos le fueron cargando de furor, de modo que estallo en la secretaria del presidente, exigiendo que se le diera en aquel momento la Comisaria del Reich en Prusia. En vano intentaba calmarle Von Papen, aterrado ante la colera del nazi, que amenazaba con regresar sobre sus pasos derribando aquel tinglado politico. Las agujas del reloj rebasaban ya la hora de la cita. Hindenburg y todos los participantes en la ceremonia de la jura aguardaban impacientes. El secretario de Hindenburg se reunio con Hitler, Von Papen y los dos futuros ministros nazis y arreglo la disputa con unas simples palabras: «El mariscal odia la impuntualidad y amenaza con irse unos dias de vacaciones a Prusia dejandoles a ustedes con su discusion.» Hitler se calmo al instante y entro en el salon. Alli estaba el presidente Hindenburg que, pese a su avanzada edad, aun conservaba su formidable prestancia fisica, realzada ese dia por su uniforme de gala de mariscal adornado por una impresionante coleccion de condecoraciones. Hitler estrecho, emocionado y nervioso, la mano de Hindenburg y se inclino profundamente ante el, haciendo entrechocar los tacones de sus zapatos en un gesto automatico, recuerdo de los cinco anos pasados en el ejercito. Aquella deferencia y el gesto militar de Hitler complacieron al viejo soldado, que ya nunca mas volveria hablar del «cabo bohemio» o del «cabo austriaco», como hasta entonces habia acostumbrado. Pese a todo, no le hacia muy feliz la designacion de Hitler como canciller cuando ni siquiera le hubiera querido dar el Ministerio de Correos, pero al punto donde se habia llegado no tenia alternativa. Hitler, primero, y luego todos los demas juraron el cargo:

«Empleare mi energia para conseguir el bienestar del pueblo aleman, para proteger la Constitucion y las leyes del pueblo aleman, desempenar con rectitud los deberes de mi cargo y cumplir mi mision con imparcialidad y justicia para todos.»

Tras jurar, aun amplio sus promesas con un pequeno discurso, fruto de la emocion del momento, con el que reiteraba su fidelidad a la Constitucion, su respeto por el presidente y por el conjunto del nuevo Gobierno, sus deseos de convertir Alemania, desgarrada por las crisis, en una comunidad fraternal, su compromiso de reintegrar al pais al grupo de las grandes potencias, pero siempre por medios pacificos. El gran mentiroso que era Hitler hablaba con enorme conviccion, haciendo gala de sus dotes de actor, conmoviendo a los presentes, haciendoles olvidar por unos momentos sus amenazas de dinamitar la Constitucion y el sistema parlamentario, sus burlas hacia el presidente, su vesania antisemita y anticomunista y su irredentismo revanchista contra los vencedores en la Primera Guerra Mundial.

Terminada la ceremonia de la jura, Hindenburg esbozo una especie de bendicion sobre el nuevo gabinete y con tono conmovido les despidio: «?Caballeros, que Dios les ayude!» Hitler salio de la Presidencia aun emocionado y con los ojos humedos; miles de seguidores, que aguardaban en la calle, le recibieron con una explosion de jubilo. Luego se traslado en automovil a su cuartel general en el Kaiserhof, donde le esperaban Goebbels, Rohm, Hess y Sepp Dietrich, excitados y felices, dispuestos a celebrar la victoria. Por la tarde, Hitler se instalo en la Cancilleria, mientras Goebbels y Rohm organizaban para la noche un formidable desfile de antorchas, en el que participaron mas de veinticinco mil hombres de las SA y las SS.

La impresionante e interminable procesion de luminarias que entonaba marchas patrioticas partia del Tiergarten, atravesaba la plaza de Potsdam, recorria la Leipzigerstrasse y giraba hacia la izquierda para enfilar la Wilhelmstrasse, pasar ante los edificios de la Presidencia y de la Cancilleria y concluir su recorrido en la Puerta de Brandenburgo. Desde una ventana de su despacho, Hindenburg contemplaba emocionado el desfile y de vez en cuando tarareaba alguna de las estrofas de las canciones. Despues del amargo trago de conceder a Hitler la Cancilleria, aquella noche se hallaba contento como nunca habia estado despues de designar a un canciller. Ni Muller, ni Bruning, ni Von Papen, ni Schleicher le habian ofrecido una compensacion patriotica como aquella. Sin embargo, su hijo Oskar, que le acompanaba, no podia apartar de su cabeza la inquietud por el futuro. Sobre la mesa de trabajo del presidente habia un telegrama de su viejo companero de armas y victorias, Ludendorff

«Le prevengo solemnemente que ese fanatico llevara a nuestra Patria a la perdicion y sumira al pais en la mas espantosa de las miserias. Las futuras generaciones le maldeciran en su tumba por lo que ha hecho.»

No muy lejos, en una ventana del segundo piso de la Cancilleria, tambien Hitler se recreaba con el desfile. Lo que para Hindenburg significaba un homenaje y un presagio de la resurreccion alemana, para Hitler era una manifestacion de su poder. Durante horas presencio el paso incesante de las antorchas, sumido en sus pensamientos y fantasias y, a veces, con el rostro contraido por sus terribles pasiones, apenas sin hablar con Franz von Papen, Rudolf Hess, Hermann Goering y Wilhelm Frick, que, tras el, tambien seguian el espectaculo. En cierto momento, casi como si hablase para si mismo, dijo en voz alta: «Ningun poder del mundo me sacara de aqui con vida.»

Esa promesa que se habia hecho a si mismo aquel 30 de enero de 1933 la iba a cumplir a rajatabla, penso Hitler con auto-complacencia cuando dejaba su habitacion para dirigirse al cuarto de bano, atravesando el minusculo despacho del bunker de la Cancilleria. Doce anos despues de haber alcanzado el poder, doce anos y tres meses para ser mas precisos, seguia siendo el Fuhrer. Cierto que estaba en un

Вы читаете El Ultimo Dia De Adolf Hitler
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату