refugio humedo, cuya estructura temblaba ante los estallidos de las granadas sovieticas, pero aquella manana del 29 de abril de 1945 seguia en la Cancilleria y aun dirigia los destinos de Alemania. Bruscamente, cambio de pensamiento: ?habria enviado Bormann las copias de su testamento a los diversos jefes alemanes que seguian combatiendo? Torcio el gesto ante el rancio olor a tabaco y a vino que todavia quedaba del agape de la boda. No vio por alli a Eva Braun y se alegro de poder entrar en el cuarto de bano sin tener que saludar a nadie en pijama y con las huellas de la noche. Se miro en el espejo y le ocurrio como todas las mananas de los ultimos tiempos: le costaba reconocerse en aquel viejo ojeroso, en aquel rostro macilento, en aquella osamenta que presagiaba su calavera, en aquel rictus de su boca y en aquellos tics de los ojos.

Se lavo cuidadosamente, economizando el agua. Cogio luego la brocha y se enjabono la cara, cubriendo la barba, dura y blanca. Tomo luego la navaja, comprobo su filo y con sumo esmero fue repasando una y otra vez los pliegues de su piel, apurando el afeitado hasta quedar satisfecho. Volvio a enjuagarse el rostro, se peino despues cuidadosamente, aliso el bigote y se cepillo los dientes, todo ello con meticulosidad, como era habitual en el. Despues se perfumo un poco con agua de Colonia. Ante el espejo comprobo satisfecho los efectos restauradores del aseo y regreso a su cuarto. Su ayuda de camara le habia preparado el uniforme militar de gala que empleaba aquellos dias para asistir a las conferencias militares. Eva Braun, con aquella sonrisa luminosa y expresion vitalista que habian cautivado a Hitler, entro en la angosta habitacion. Pese a sus estrecheces, a la atmosfera humeda, al aire viciado, a los estremecimientos del bunker, se sentia o aparentaba ser feliz, como cualquier recien casada. Ayudo a su marido a vestirse, lo cual entranaba alguna dificultad a causa de los temblores convulsos de su brazo izquierdo y de la pierna, y luego se empeno en que desayunase algo, por mas que Hitler tuviera prisa pues ya casi eran las doce, hora fijada para la conferencia militar del mediodia.

La reunion se retraso unos minutos, ya que Bormann hizo primero un aparte con Hitler para informarle de que las tres copias del testamento habian salido del bunker hacia rato, llevadas por Zander, Lorenz y Johannmeier. Esperaba que los tres o, al menos, alguno de ellos pudiera alcanzar su destino porque era imposible la comunicacion telefonica con el exterior y, por tanto, ni podrian comunicar las ordenes del Fuhrer por telefono ni comprobar si el almirante Doenitz habia recibido su nombramiento. La conferencia no aporto esperanza alguna a los reunidos. El general Krebs solo tenia noticias ciertas sobre la gravisima situacion en Berlin: los rusos avanzaban lentamente, perdiendo muchos hombres y carros de combate, pero los defensores de Berlin luchaban en un espacio cada vez mas reducido y tenian escasez de municiones. El dia anterior algunos aviones de transporte enviados por Doenitz habian lanzado en paracaidas bastantes cajas de granadas y Panzerfausten, pero la batalla era incesante y el consumo de municiones resultaba elevadisimo. Se informo de que en uno de los bunkeres secundarios de la Cancilleria se almacenaba gran cantidad de material de guerra y se dispuso que la flota de automoviles adscritos al personal del bunker fuera empleada en distribuirlo entre los combatientes. Del ejercito de Wenck, que trataba de romper el cerco de Berlin desde el sur, no habia noticia alguna. Podia ocurrir que hubiera sido rechazado por los rusos o que careciera de material de transmisiones. De los ejercitos fantasmas de Busse y de Holste seguia sin saberse nada. Como era inutil continuar elucubrando sobre la situacion de aquellas fuerzas, lo mejor era hacer algo util. Asi, se decidio que tres hombres mas salieran del bunker con otras tantas copias del testamento y en busca de los ejercitos de socorro, a los que debian instar a hacer un esfuerzo supremo para romper el cerco de la capital. Los elegidos fueron el capitan Boldt, el mayor Freytag von Loringhoven y el coronel Weiss. Los tres lograron traspasar el cerco sovietico, cruzar el Havel y unirse a la guarnicion de Wannsee. Junto con aquellas tropas extenuadas y casi sin municiones, trataron de romper el cerco, resultando dispersados por los sovieticos. Weiss murio combatiendo, mientras Boldt y Von Loringhoven consiguieron escapar hacia el oeste, donde fueron capturados por los britanicos cuando ya la guerra habia terminado.

En vista de la carencia de noticias, Hitler solicito de los generales Burgdorf y Krebs que organizasen una nueva conferencia de guerra para las 16 h y rogo a Bormann que sus gentes le informasen con detalle de la situacion en la capital. Esto es lo unico que aproximadamente pudieron conocer: Hitler extendio sobre la mesa el plano de Berlin y contemplo con las mandibulas apretadas como el cerco sovietico se cerraba sobre la Cancilleria. Se combatia fieramente en las estaciones de Potsdam y Anhalt, apenas a dos manzanas al sur del bunker; por el norte, los atacantes habian conseguido cruzar el Spree. Su chofer, Erich Kempka, le conto como habia estado llevando municiones a los defensores de la estacion de Anhalt, donde tuvieron que luchar incluso con adoquines por falta de proyectiles para las armas automaticas. De los esperados ejercitos de socorro, ninguna noticia. A falta de alguna ocupacion mas util, se decidio que Bormann enviase un cable por radio a Doenitz:

«Las agencias extranjeras informan de nuevas traiciones. El Fuhrer espera que usted actue con diligencia y energia contra todos los traidores que se hallen en el norte de Alemania. Schoerner, Wenk y los demas, sin excepcion, deben probar su lealtad al Fuhrer viniendo cuanto antes a liberarle.»

Pese al envio de estos mensajes, ya no se confiaba en que llegasen a su destino, tanto que al final de esa reunion el general Burgdorf propuso que el coronel Von Below saliese esa misma tarde de Berlin con un nuevo mensaje de socorro. Fue, probablemente, un truco del general para salvar la vida a Von Below, al que tenia gran simpatia. Hitler, que tambien sentia afecto por el coronel, ayudante suyo para temas de aviacion y agregado a su personal militar desde hacia ocho anos, accedio con gusto, entregandole una ultima nota para el mariscal Keitel, jefe del OKW (Alto Mando aleman) y su colaborador mas proximo para temas militares durante la guerra.

En aquellos ultimos dias, Bormann habia insinuado que el mariscal era un traidor. Hitler no lo creia, aunque desde hacia tiempo estaba convencido de que era un incompetente. Sin embargo, la larga colaboracion y la fidelidad perruna del mariscal parece que habian dejado alguna huella de afecto en Hitler, que unicamente se acordo de el para enviarle un ultimo mensaje, que dicto en su estudio:

«El pueblo y las Fuerzas Armadas lo han entregado todo en esta prolongada y dificil lucha. Los sacrificios han sido enormes. Muchos, sin embargo, han abusado de mi confianza; la deslealtad y la traicion han ido minando nuestra resistencia a lo largo de la guerra. Por esta razon no me ha sido posible llevar al pueblo aleman a la victoria. El Estado Mayor del Ejercito no puede compararse al Estado Mayor aleman de la Primera Guerra Mundial y sus exitos han sido muy inferiores a los conseguidos por los combatientes en los frentes de batalla. Los esfuerzos y los sacrificios alemanes en esta contienda han sido tan enormes que no me puedo imaginar que hayan sido inutiles. El objetivo futuro debe seguir siendo ganar territorio en el este para el pueblo aleman.»

En esta postrera carta, Hitler volvia a disculpar su fracaso: las traiciones habian impedido el triunfo. De paso recordaba a Keitel deber de perseguir a los traidores, tal como habia ordenado a Doenitz por telegrama esa misma tarde. Su espiritu mezquino disfruto unos segundos mortificando al mariscal: el Estado Mayor habia estado a la altura de las circunstancias, pues no se podia comparar al de la Primera Guerra Mundial y habia estado por debajo de la calidad de los combatientes alemanes. Finalmente, trataba de trascender la idea que le llevo a la guerra. Pese a la derrota, el sacrificio no ha sido en vano: el objetivo de ganar territorios el este continua en pie.

Entrego el mensaje al coronel Von Below, que salio del bunker ya de noche. El espectaculo era dantesco en el jardin de la Cancilleria, cubierto de cascotes y plagado de socavones, originados por las granadas de la artilleria sovietica y por las bombas de aviacion aliadas. Los edificios de la Cancilleria y los ministerios eran, a veces, solo chamuscados muros verticales que se elevaban hacia el cielo en equilibrio inestable. El fragor de la batalla era intenso y cercano; se combatia con armas automaticas, con mosquetones y pistolas, percibiendose claramente el estampido caracteristico de estas armas, mezclado con las potentes detonaciones de los Panzerfausten alemanes y de los bazucas norteamericanos que empleaban los sovieticos y con el ronco estallido de las bombas de mano, cuyo empleo dominaba la lucha casa por casa. La noche se iluminaba con las explosiones, dejando entrever el manto de humo que cubria la destruida capital del Reich. Von Below respiro el aire exterior con autentico placer. Aunque olia a cordita, a polvora quemada, a humo y a muerto, el aire fresco de la noche recien llegada era una delicia comparado con la atmosfera viciada, humeda y caliente del bunker. No tuvo mucho tiempo para la contemplacion, pues un obus sovietico cayo junto al destruido jardin, llenandolo todo de esquirlas de metal y piedra. Sus guias le urgieron para que les siguiera y al amanecer el dia siguiente, tras haber cruzado alcantarillas, tuneles de metro semiinundados y cubiertos de cadaveres, calles batidas por el fuego de todos; tras haberse abierto paso a tiros, haber gateado hasta la extenuacion por espacios

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