valor equivalente -si no mayor (?quien puede decirlo?)- al ocupado durante su primera y frustrada incursion.

– ?De semental? -replique simplemente. Y me senti perplejo.

6. Relaciones entre objetos

– ?Asi que esto es lo que hay? -dijo Toni, examinando disimuladamente el terreno en donde yo plantaba mis verduras.

No le respondi. ?Por que dejar que otro se entrometa en lo que uno puede reprocharse por si solo? No se necesitan amigos para eso. Cuando estoy frotando el capo del coche con una gamuza, delante de mi casa, y algun rostro relativamente familiar pasa sonriendo y levanta el baston senalando con gesto de aprobacion la parte de mi jardin donde crece con rapidez una enredadera de hoja esfoliada, no hay que imaginar que no oigo la voz que todos llevamos en la habitacion trasera de nuestros craneos: esa que dice: bien, estupendo, de acuerdo, pero otra persona -alguien que podrias haber sido tu- esta ahora cruzando en trineo un bosque de abedules en Rusia perseguido por los lobos. Los sabados por la tarde, mientras paso con cuidado la cortadora de cesped por nuestra desbordada parcela (aceleracion, reduccion, freno, vuelta y aceleracion otra vez), asegurandome de que no estoy pasando otra vez por el mismo sitio, no hay que creer que ya no soy capaz de citar a Mallarme.

?Pero a que llevan todas estas quejas salvo a un exceso de sinrazon y a ser infiel a tu propia personalidad? ?Que es lo que prometen sino la desorientacion y la perdida del amor? ?Que es lo que hace que los extremos esten tan de moda? ?Por que ese sentido de culpabilidad sobre el falso aliciente de la accion? Rimbaud viajo a El Cairo, y que fue lo que le escribio a su madre: La vie d'ici m'ennuie et coute trop. Y en lo que se refiere a la historia del trineo y los lobos: no existe evidencia alguna de que un lobo haya matado nunca a un hombre. No se puede confiar siempre en metaforas llenas de fantasia.

Yo diria que soy un hombre feliz; si soy dado a sermonear, es como resultado de una modesta emocion, no del orgullo. Me pregunto por que en nuestros dias se desprecia la felicidad: se la rechaza confundiendola con la comodidad y la complacencia; se la juzga como enemiga del progreso social e incluso tecnologico. La gente, a menudo, se niega a creer en ella incluso cuando la ve. O la desprecian como algo que tiene que ver solo con la suerte o la genetica: unas gotitas de esto, un chorrito de lo otro, un par de neuronas sueltas. Nunca como un logro.

?A noir, E blanc, I rouge…? Paga tus facturas, eso es lo que dijo Auden.

Anoche, Amy se desperto y comenzo a gimotear quedamente. Marion se agito en seguida, pero le di un par de palmadas en la espalda hasta que se quedo dormida.

– Ya voy yo.

Salte de la cama y me dirigi a la puerta que dejabamos totalmente abierta para poder oir a Amy. Mi medio atontado cerebro se puso a celebrar la moqueta, la calefaccion, los vidrios dobles en las ventanas. Estuve a punto de avergonzarme por el alivio y el placer que me proporcionaban estas comodidades materiales; entonces pense: ?por que preocuparse?

Cuando llegue a la habitacion de Amy, todo estaba en silencio. Me alarme. Temo por ella cuando llora, y temo cuando se calla. Quiza por eso le da a uno por elogiar la calefaccion central.

Pero ella respiraba normalmente; estaba a salvo y dormia. Le estire las sabanas mecanicamente y me dirigi hacia las escaleras. Estaba completamente desvelado. Cruce la sala de estar, vacie un cenicero y empuje el sofa para ponerlo en su sitio con la presion del pulgar de mi pie descalzo (repitiendo para mi mismo, con ironia, la frase del anuncio: «Ah, como son estas ruedecillas La Pluma»). Volvi al recibidor, mire el buzon de alambre junto a la puerta («Habitacion 101», siempre pienso) y entre en la cocina. El suelo de corcho es calido para los pies, incluso mas que una moqueta. Me deje caer sobre uno de nuestros taburetes de bar -esos de mimbre que tienen un poco de respaldo- y me senti dueno de todo lo que veia.

Afuera, en la carretera, una farola de sodio, cuya luz naranja se filtra por entre las ramas de un abeto a medio crecer que hay a la entrada del jardin, ilumina con suavidad el recibidor, la cocina y el dormitorio de Amy. A ella le gusta esta luz nocturna y civica, y prefiere dormirse con las cortinas recogidas. Si se despierta y el resplandor naranja no inunda su habitacion (la farola funciona con un interruptor horario, y se apaga a las dos de la manana), se agita un poco.

Estoy sentado en el taburete, en pijama, asido al fregadero, y me tiro hacia atras hasta que me apoyo solo sobre dos patas. Entonces, controlando el peso, me muevo hasta sostenerme con una sola de esas patas protegidas por una goma. Me proporciona una especie de indolente placer ser capaz de hacerlo sin perder el equilibrio. Tambien siento una especie de indolente placer ante la extension de acero inoxidable, suave, limpia y seca que tengo delante. Empiezo a girar sobre la pata del taburete, sosteniendome con fuerza con una sola mano, luego me paso la otra por detras de la espalda para volver a agarrarme con las dos a la vez. Ahora abarco toda la habitacion. La mesa ya puesta para el desayuno, la ordenada hilera de tazas en sus ganchos, las cebollas desprendiendo un brillo crepuscular desde una bolsa colgante: todo esta agradablemente ordenado y, al mismo tiempo, extraordinariamente vivo. La cuchara junto a la taza del desayuno implica que el pomelo ya esta partido y que espera en el frigorifico, con el azucar endureciendose sobre su superficie. Los objetos denuncian ausencias. Un cartel bien estirado y clavado con chinchetas del chateaude Combourg (donde se crio Chateaubriand), habla de unas vacaciones de hace cuatro anos. Una falange de una docena de vasos sobre un estante implica diez amigos. Un biberon, guardado en lo alto de un aparador, predice un segundo bebe. En el suelo, al lado del aparador, hay una pequena bolsa de viaje con un brillante adhesivo que le compramos a Amy para entretenerla: «Leones de Longleat», pone, con la foto de un leon en el centro.

Doy otra vuelta, muy satisfecho, y me pongo de cara a la ventana. La luz naranja ha vuelto marrones las lineas de mi pijama. No puedo ni recordar cual es su color original: tengo varios de diferentes colores, todos con las mismas rayas, y todos se vuelven marrones con esta luz. Reflexiono sobre el tema durante un rato sin llegar a ninguna conclusion. Mi argumentacion sobre la naturaleza de la luz es bastante arbitraria: como el sodio con su fuerza y proximidad aniquila incluso el efecto de la mas impresionante luna llena; pero de que forma la luna permanece pese a todo; y como todo esto simboliza… bueno, simboliza algo, sin duda. Pero no pienso en ello seriamente: no tiene sentido intentar imponerles falsos significados a las cosas.

Miro un buen rato por la ventana de la cocina, directamente a la farola que brilla por entre las ramas del abeto. Se hacen las dos. La farola se apaga y una mancha borrosa, azul y verde, con forma de rombo, continua ante mis ojos. Sigo mirando: la mancha disminuye, y luego, a su vez, de la manera mas discreta, tambien se apaga.

Julian Barnes

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