Julian Barnes
Metrolandia
Titulo original: Metroland
Traduccion de Enrique Juncosa
Para Laurien
Primera parte
A noir, E blanc. I rouge, U vert, O bleu
Rimbaud
No existe ley alguna contra el uso de prismaticos en la National Gallery.
Aquel miercoles por la tarde, durante el verano de 1963, Toni llevaba el cuaderno y yo los gemelos. Hasta ese momento habia sido una visita productiva. Primero, una monja joven con gafas de hombre que, tras sonreir sentimentalmente un rato ante
Entonces llegamos a una de nuestras salas favoritas y a «no de nuestros mas utiles cuadros: el retrato ecuestre de Carlos I de Van Dyck. Una senora de mediana edad que llevaba un impermeable rojo estaba sentada ante el. Toni y yo nos deslizamos hasta el banco almohadillado del otro lado de la sala y simulamos interesarnos por un Franz Hals de una jovialidad bastante vulgar. Despues, ocultandome detras de Toni, me adelante un poco y la enfoque con los prismaticos. Estabamos lo bastante lejos como para que yo pudiera susurrarle comentarios a Toni sin correr peligro. Y si ella llegaba a oir algo, lo tomaria por el habitual murmullo de admiracion y alabanza.
El museo estaba completamente vacio esa tarde, y la mujer se encontraba a sus anchas ante el retrato. Tuve tiempo de especular sobre unos cuantos detalles biograficos.
«Reside en Dorking o Bagshot. De cuarenta y cinco o cincuenta anos. Ha ido de compras. Casada, dos hijos, ya no deja que su marido se la tire. Felicidad aparente, insatisfaccion profunda.»
Con eso parecia estar todo dicho. Estaba contemplando el cuadro como si fuese una adoradora de iconos. Sus ojos lo devoraron con avidez de arriba abajo. Luego se detuvieron y, de nuevo, empezaron a recorrer su superficie lentamente. A veces ladeaba la cabeza y lanzaba el cuello hacia adelante. Las ventanas de su nariz parecian agrandarse como si percibiera nuevos significados en el cuadro. Las manos, que temblequeaban de vez en cuando, descansaban sobre los muslos. Gradualmente, los movimientos fueron cesando.
– Una especie de de paz religiosa -le susurre a Toni-. Bueno, casi religiosa, en todo caso. Pon eso.
Volvi a enfocarle las manos. Ahora las tenia juntas y apretadas como las de un monaguillo. Entonces, le dirigi otra
– Parece estar recreando la belleza de lo que tiene delante, o deleitarse con la imagen lograda. No lo sabria decir.
La observe con los gemelos durante dos minutos largos. Mientras tanto, Toni, con el boli a punto, esperaba mi siguiente comentarlo.
Habia dos formas de interpretarlo: o estaba mas alla del placer de observacion o se habia dormido.
1. Naranja mas rojo
La alhena de los setos recien cortada huele todavia a manzanas acidas, como cuando yo tenia dieciseis anos, pero esto es una excepcion rara y perdurable. A esa edad, todo parecia mas abierto a la analogia o a la metafora de lo que parece ahora. Habia mas significados, mas interpretaciones, una mayor variedad de verdades asequibles. Habia mas simbolismos. Las cosas tenian mas contenido.
Pongamos como ejemplo el abrigo de mi madre. Se lo habia hecho ella misma, utilizando el maniqui de un sastre que vivia bajo la escalera, y que lo decia todo y nada acerca del cuerpo de las mujeres (?se entiende lo que quiero decir?). El abrigo era reversible, rojo brillante por un lado y a grandes cuadros blancos y negros por el otro. Las solapas, hechas del mismo material que en el interior, proporcionaban lo que el patron llamaba «una nota de color y contraste en el cuello», y hacian conjunto con los grandes bolsillos cuadrados, cosidos como parches. Ahora me doy cuenta de que era un verdadero alarde de alta costura; eso me confirmaba que mi madre era una chaquetera.
La evidencia de su duplicidad se corroboro el ano en que toda la familia nos fuimos de vacaciones a las Islas del Canal, El tamano de los bolsillos del abrigo, trascendio entonces, era exactamente el mismo que el de un carton de tabaco. Mi madre atraveso la aduana llevando ochocientos cigarrillos Senior Service de contrabando. Yo me senti, por asociacion, culpable y nervioso, pero tambien senti en el fondo, el intimo convencimiento de tener razon.
Ademas, se podian deducir otras cosas de aquel simple abrigo. Tanto el color como la hechura tenian sus secretos. Una tarde, yendo con mi madre a casa desde la estacion, mire el abrigo, que ella llevaba puesto por el lado rojo, y me di cuenta de que se habia vuelto marron. Mire los labios de