mi madre y tambien eran marrones. Si se hubiese quitado los guantes blancos (ahora algo oscuros), sus unas, estaba seguro, serian tambien marrones. Un acontecimiento trivial hoy, pero durante los primeros meses de funcionamiento del sistema de iluminacion a base de sodio naranja, era maravillosamente turbador. Naranja sobre rojo da marron oscuro. Solo en las afueras de Londres, pense, podia suceder esto.

Al dia siguiente, en el colegio, se lo conte a Toni antes de entrar en clase. Era el confidente con quien compartia todos mis odios y la mayoria de mis entusiasmos.

– Incluso estan jodiendo el espectro -le dije, harto ya de tantos atropellos.

– ?Que cono quieres decir?

No habia ambiguedad alguna en el uso de la tercera persona del plural. Cuando yo la utilizaba, me referia a los no identificables legisladores, moralistas, lumbreras sociales y padres que vivian en los barrios residenciales. Cuando Toni la utilizaba, se referia a su contrapartida en el centro de Londres. Ese tipo de gente era, no nos cabia la menor duda, exactamente el mismo.

– Los colores. Las farolas. Te joden los colores en cuanto oscurece. Todo se vuelve marron o naranja. Hacen que parezcamos marcianos.

Entonces eramos muy sensibles a los colores. Todo habia empezado durante unas vacaciones de verano, cuando me lleve a Baudelaire para leerlo en la playa. Si se mira el cielo a traves de una pajita, decia el» parece de un azul mucho mas rico que si se mira directamente. En una postal le comunique a Toni mi descubrimiento. Despues de eso, empezamos a preocuparnos por los colores. Estos eran -no podia negarse- verdades esenciales y fundamentales de valor extraordinario para los impios. No queriamos que los burocratas comenzasen a jodernoslos. Ya se habian encargado de:

«…el lenguaje…»

«…la etica…»

«…el sentido de las prioridades…»

Pero, en ultima instancia, todo esto se podia ignorar. Uno podia seguir llevando su vida de fanfarron. ?Pero que pasaria si acababan controlando los colores? Ni siquiera podriamos contar con ser nosotros mismos. Los rasgos morenos y centroeuropeos de Toni, como por ejemplo sus labios gruesos» aparecerian completamente negros bajo la luz del sodio. Mi rostro chato e inequivocamente ingles (todavia esperando con ansiedad su gran salto hacia la madurez) no corria peligro inmediato, pero «ellos», sin duda, acabarian por idear alguna estratagema satirica contra el.

Como puede verse, en aquella epoca nos preocupaban los grandes temas. ?Y por que no? ?Cuando, si no, puede uno preocuparse por ellos? No nos habrian sorprendido atribulados por nuestras futuras carreras» porque sabiamos que cuando fueramos mayores el Estado pagaria a la gente como nosotros por el mero hecho de existir, de pasearnos por el mundo como hombres anuncio proclamando la buena vida. Pero asuntos como el de la pureza del lenguaje, la perfeccion del ser, la funcion del arte, mas un punado de intangibles con mayuscula como el Amor, la Verdad, la Autenticidad… bueno, eso ya era otra cosa.

Nuestro rutilante idealismo se expresaba, de forma natural, mediante una constante exhibicion publica del mas provocativo cinismo. Solo nuestro afan de purificacion podia explicar porque Toni y yo nos mofabamos de los demas tan intempestiva e implacablemente. Los lemas que juzgabamos apropiados para nuestra causa eran ecraser l'infame y epater la bourgeoisie. Admirabamos el gilet rouge de Gautier y la langosta de Nerval. Nuestra guerra civil espanola era La bataille d?Hernani. Cantabamos a duo;

Le Belge est tres civilise;

Il est voleur, il est ruse;

Il est parfois syphilise;

Il est donc tres civilise.

La rima final nos encantaba, y soliamos colar la equivoca homofonia en toda ocasion durante nuestras circunspectas clases de conversacion en frances. Primero chapurreabamos cualquier comentario desdenoso e irritante en lenguaje normal. El chapurreo se iba deslizando a trompicones:

– Je ne suis pas, hum… d'accord avec ce qui… ce que? -(aqui le dirigiamos una mirada cenuda al profesor)-, Barbarowski a, hum… juste dit…

Y entonces, uno de nuestros complices en la intriga irrumpia en la conversacion, antes de que el profesor pudiera recuperarse del disgusto provocado por nuestro torpe chapurreo:

– Carrement, M'sieur, je crois pas que Phillips soit assez syphilise pour bien comprendre ce que Barbarowski vient de proposer…

Y siempre colaba.

Como puede adivinarse, estudiabamos mas que nada frances. Nos gustaba el idioma porque sus sonidos eran rotundos y precisos, y nos gustaba la literatura francesa, sobre todo por su combatividad. Los escritores franceses estaban luchando siempre uno contra otro, defendiendo y purificando el lenguaje, desdenando el argot, escribiendo diccionarios preceptivos, haciendose arrestar, siendo perseguidos por obscenidad, mostrandose agresivamente parnasianos, luchando por un asiento en la Academia, intrigando para ganar premios literarios, exiliandose. La idea de la dureza sofisticada nos atraia enormemente. Montherlant y Camus nos parecian dos guardametas. Una foto, publicada en el Paris-Match, de Henri de dirigiendose a un baile de gala, que yo habia pegado con celo en el interior de mi pupitre, era tan venerada en la clase como el retrato con autografo de June Ritchie, en A Kind of Loving, que tenia Geoff Glass.

No habia ninguna dureza sofisticada en el programa de nuestro curso de literatura inglesa. Y desde luego, ningun guardameta. Johnson era fustigante pero no tanto como nosotros exigiamos. Despues de todo, no habia cruzado siquiera el Canal de la Mancha hasta poco antes de morir. Y tipos como Yeats, por otro lado, eran todo lo contrario, fustigantes, pero siempre dando el conazo con hadas y cosas asi. ?Como reaccionarian los escritores ingleses si lo rojo se volviera marron? Apenas se notaria lo ocurrido; a los franceses, en cambio, el trauma los encegueceria.

2. Dos ninos pequenos

Toni y yo deambulabamos a menudo por Oxford Street tratando de parecer flaneurs. No era tan facil como parece. Para empezar suele necesitarse un quaio, por lo menos, un boulevard, y, ademas, por mucho que lograsemos imitar la carencia de proposito de la flaneriemisma al final de cada vagabundeo, nos quedaba siempre la sensacion de no haber estado a la altura de las circunstancias. En Paris, habriamos dejado atras un sofa destartalado en una chambre particuliere. Aqui, lo que dejabamos atras era la parada de metro de Tottenham Court Road, para dirigirnos a la de Bond Street.

– ?Que tal si «ecrasamos» a alguien? -sugeri yo, dandole vueltas al paraguas.

– La verdad, no me apetece mucho. Ayer «ecrase» a Dewhurst.

Dewhurst, que estaba a punto de ordenarse sacerdote, era uno de nuestros tutores. Toni, ambos estabamos de acuerdo, lo habia demolido completamente en el curso de una discusion metafisica mantenida con mala fe.

– Pero no me desagradaria un epat.

– ?Seis peniques?

– De acuerdo.

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