– Perdiciiiiicion…

Era el grito de guerra del colegio. Lo lanzabamos modulandolo tal y como imaginabamos los aullidos de las hienas. Gilchrist producia la version mas chirriante y aterradora; Leigh, una especie de sollozo desgarrador durante la parte vocalica del alarido; pero todos eramos capaces de hacerlo, al menos, aceptablemente. El grito voceaba, aunque fuera en broma, el obsesivo miedo de la persona virgen a la castracion. Lo soltabamos en toda ocasion adecuada: cuando se caia una silla, cuando se le pisaba un pie a alguien, cuando se perdia un estuche de lapices. Llego a formar parte, incluso, de un parodico inicio de nuestras peleas: los combatientes avanzaban apretandose la ingle para protegerla con la mano izquierda y alargaban el brazo derecho, con la palma de la mano hacia arriba, moviendo los dedos como si fuesen garras. Los espectadores, mientras, dejaban escapar vicarios chillidos en pequena escala de «perdiciiiiion».

Pero la parodia no excluia el escalofrio. Todos habiamos leido algo sobre las castraciones que los nazis realizaron con rayos X, y nos mofabamos unos de otros con la posibilidad de que eso sucediera. Porque de ocurrir, todo habria terminado: la literatura demostraba que uno engordaba y acababa con un papel de figurante en la vida, cuya unica opcion era hacer que los demas lo pasaran bien. A no ser que las circunstancias economicas lo forzaran a uno a convertirse en un cantante de opera en Italia. No estabamos del todo seguros de como comenzaba este terrible proceso, pero tenia algo que ver con vestuarios, lavabos publicos y viajes en metro a altas horas de la noche.

Si por casualidad -una casualidad mas bien imposible- uno sobrevivia intacto, estaba claro que algo agradable sucedia, si no la informacion no seria tan dificil de conseguir. Pero ?que era exactamente? ?Y como averiguarlo?

Como era obvio, no se podia contar con los padres: eran agentes dobles que ya habiamos desenmascarado cuando, deliberadamente, habian intentado desinformarnos. A los mios les habia lanzado una pregunta bastante facil -cuya contestacion, naturalmente, yo ya sabia- y solo me habian dado una respuesta chapucera. Una noche estaba leyendo la Biblia para hacer los deberes e hice que mi madre levantara la cabeza de la pagina de pasatiempos de la revista Shepreguntandole:

– Mama, ?que es un «eunuco»?

– Oh, no estoy segura, querido -respondio en voz baja (hasta aqui era posible que ella no lo supiese)-. Preguntemosle a tu padre. Jack, Christopher quiere saber que es un eunuco…

(Buena jugada esta, corrigiendo la pronunciacion pero ocultando el saber.) Mi padre miro por encima de su revista de contabilidad (?es que no tenia suficiente material en el trabajo?), vacilo, se paso la mano sobre la calva, vacilo, se quito las gafas y vacilo. Durante todo ese tiempo estuvo mirando a mi madre (?habria llegado el Gran Momento?); mientras, yo hacia como que estaba absorto en la Biblia, como si un examen minucioso del contexto fuera a responder a mi pregunta. Mi padre empezaba a abrir la boca cuando mi madre exclamo, con la voz que ponia cuando iba de compras:

– …es un tipo de criado abisinio, creo, ?no, querido?

Me di cuenta de la tension que habia en sus miradas.

Una vez confirmada la sospecha, me escabulli lo mas deprisa posible:

– Ah, si, eso cuadra con el contexto…, gracias.

Otro callejon sin salida. El colegio, donde en teoria uno aprende cosas, no servia de mucho. El coronel Lowson, asustadizo profesor de biologia a quien despreciabamos por haberse disculpado despues de pegarle a un nino, tenia en cualquier caso la cara roja; pero estabamos seguros de que se le habrian subido los colores, si es que era posible, cuando dos veces a la semana durante un trimestre entero respondiamos a su automatico «?Alguna pregunta?» al terminar la clase con:

– ?Cuando daremos la reproduccion humana, profesor? Esta en el programa.

Sabiamos que por ahi lo teniamos cogido. Gilchrist, uno de los mas gamberros de la clase, se habia hecho con el programa de las materias que entraban en el examen y descubierto la innegable verdad. El final del curso de ciencias naturales (biologia) era: reproduccion: plantas, conejos, seres humanos. Seguimos, paso a paso, el progreso pedestre de Lowson durante el curso, como exploradores indios contemplando el predecible suicidio de una tropa del Septimo de caballeria. Al final, de todo el programa, solo quedaban dos puntos sin tratar -conejos, seres humanos- y dos dias de clase. Lowson se habia adentrado en un desfiladero sin salida.

– La semana que viene -comenzo Lowson la primera de las dos clases finales -, empezaremos el repaso…

– Perdicion -dejo escapar Gilchrist con suavidad, y un murmullo de desaprobacion se extendio por toda la clase.

– …pero hoy voy a explicar la reproduccion de los mamiferos.

Silencio total. Ante esa perspectiva a uno o dos de nosotros se nos puso tiesa. Lowson sabia que no tendria ningun problema ese dia; y, al tiempo que tomabamos mas apuntes que nunca, nos explico la reproduccion de los conejos, casi todo en latin. La cosa, para ser sincero, no parecia un Gran Asunto. Era obvio que no podia ser lo mismo exactamente. Seguro que cuando… Pero entonces nos dimos cuenta de que Lowson se estaba yendo por las tangentes. La clase estaba casi a punto de concluir. Nuestro creciente descontento era evidente. Al final, cuando quedaba solo un minuto:

– Bueno, ?alguna pregunta?

– Profesor, ?cuandomosadar reprodcion humana profesor? Stanprograma.

– Ah -contesto (?y no detectamos ahi una sonrisa de satisfaccion?) -. Es muy simple. Es el mismo principio para todos los mamiferos.

Y luego salio del aula.

En otras partes del colegio, la informacion era igualmente dificil de obtener, al menos a traves de los canales oficiales. El articulo sobre planificacion familiar del volumen «Hogar» de la enciclopedia habia sido arrancado del ejemplar de la biblioteca del colegio. La otra unica fuente de conocimiento posible era demasiado arriesgada: las clases de confirmacion que daba el director. Estas incluian un breve curso sobre el matrimonio, «cosa que no vais a necesitar por ahora, pero que no os hara dano saber». Desde luego no nos iba a hacer ningun dano: la frase mas excitante que utilizaba el severo y receloso regente de nuestras vidas era «consuelo y companerismo mutuos». Al final del curso senalo un monton de impresos que habia en un rincon de su mesa.

– El que desee saber mas que tome prestado uno de estos cuando salga.

Tambien podria haber dicho: «Manos arriba todos los que abusen de su cuerpo mas de seis veces al dia.» Nunca vi que nadie cogiera un impreso. Nunca supe de nadie que lo hubiese cogido. Nunca supe de nadie que supiese de alguien que lo hubiese cogido. Con toda probabilidad, el mero hecho de aminorar el paso cuando uno se acercaba a la mesa del director era una ofensa punible con azotes.

Nos abandonaban, como decia Toni frecuentemente, a nuestros resabios; y lo que descubriamos era bastante incoherente. Tampoco se podia contar con preguntar a los demas chicos -por ejemplo, a John Pepper, quien presumia de haberse tirado a una mujer casada, ni a Fuzz Woolley, cuya agenda estaba llena de cruces rojas que supuestamente representaban las fechas de los periodos de sus novias -. No se podia preguntar porque todos los chistes y conversaciones sobre el tema implicaban un conocimiento mutuo e identico: admitir ignorancia al respecto hubiera traido imprecisas pero terribles consecuencias -parecidas a las de la interrupcion de una de esas cartas que circulan en cadena.

Teniamos una ligera idea del acontecimiento principal -incluso el insuficiente resumen de Lowson nos habia dejado en la cabeza el concepto de penetracion-; pero la logistica concreta del asunto seguia siendo confusa. Como era, en realidad, el cuerpo de la mujer era nuestra preocupacion mas basica e inmediata. Nos fiabamos mucho del National Geographic, lectura imprescindible para todos los intelectuales del colegio: aunque a veces era dificil

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