Vio la escoba en el suelo, cerca del vestidor.
?Que iba a hacer con ella?
La inspeccionaria antes de entregarsela a los altos cargos de Pekin. A ellos les corresponderia decidir como actuar para no ir en contra de los intereses del Partido. Fuera la que fuese su decision, le reconocerian el merito y Chen tendria el ascenso garantizado.
Asi, tambien se respetaria el principio de no juzgar a Mao por su vida personal, aunque, en lo que se referia a Mao, lo personal tal vez no fuera tan personal despues de todo. T.S. Eliot vertio sus experiencias personales en un poema incluido en el manuscrito de
?Y cuales eran los deseos de Jiao?
No tuvo que responder a esa pregunta. La respuesta saltaba a la vista en el cuadro de la bruja que sobrevolaba la Ciudad Prohibida montada en su escoba: «?Hay que barrer todos los bichos!». Chen tenia la impresion de haberse convertido tambien el en un bicho, un bicho abrumado por la culpabilidad e incapaz de mirar a Jiao a los ojos, que continuaban abiertos.
Aun mas alicaido, Chen se fijo en el trocito de cebolleta picada que habia sobre el elegante empeine de Jiao, un detalle minusculo que la volvia intensamente real, aunque el la hubiera perdido para siempre. Jiao habia caminado descalza por la cocina hacia muy poco. Chen no llego a conocerla bien. Tal vez Jiao hubiera tenido sus defectos, posiblemente era tan vanidosa, coqueta, vulnerable y materialista como muchas otras chicas de su edad, pero, al igual que ellas, tenia derecho a seguir viva.
Sin embargo, como les sucediera a su madre y a su abuela, Jiao habia muerto bajo la larga sombra de Mao.
Ya que el inspector jefe no habia sido capaz de protegerla en vida, al menos debia intentar hacer algo por ella despues de su muerte.
Chen volvio a mirar la escoba caida junto al vestidor. Si la dejaba alli, la inspeccionarian cuidadosamente, formaba parte del escenario del crimen y descubririan lo que se ocultaba en su interior.
El sonido de una sirena atraveso la noche. Chen sintio el impulso de hacer algo, algo que nunca hubiera hecho un poli excepcional.
– Cuando sali a toda prisa del vestidor, tropece con esta escoba y se cayo al suelo -explico Chen, agachandose para recoger la escoba-. Voy a ponerla donde estaba.
– Escucheme -dijo el Viejo Cazador con expresion reflexiva-, no tiene por que explicarles nada a los de Seguridad Interna. Entramos juntos en el piso. La brigada de seguridad del barrio me habia dado antes la llave maestra. Ya sabe a que me refiero, jefe.
Chen comprendio que sugeria. El Viejo Cazador creia que no le seria facil explicar por que se encontraba en el interior del vestidor, y por que no fue capaz de impedir que Hua matara a Jiao. Seria mejor afirmar que habia irrumpido en el piso junto al policia jubilado. Tal vez Hua contradijera esa version, pero nadie prestaria demasiada atencion a los desvarios de un hombre trastornado.
Sin embargo, era innegable que Chen habia estado en el vestidor, y que, de no ser por su afan de recuperar el material de Mao, podria haberle salvado la vida a Jiao.
Chen volvio a guardar la escoba en el vestidor por otra razon.
– No, la escoba no forma parte del escenario del crimen -respondio Chen negando con la cabeza-. Sera mejor que la guarde en el vestidor. -Chen cogio el estuche alargado que contenia el pergamino-. Tendre que entregarselo a las autoridades de Pekin.
De ese modo, lo que pudieran hacer con la escoba escaparia a su control. Y ya no seria asunto suyo.
No pensaba actuar contra la voluntad de Jiao, no con sus propias manos. Al menos, eso podria decirse a si mismo despues.
Y tampoco habria tratado de encubrir a Mao, pese a lo que pudieran juzgar o interpretar los demas.
La escoba, como muchos otros objetos del dormitorio, iria a parar a la basura. Tal vez alguien la recogiera y la usara para barrer, hasta que, sucia y gastada, acabara convirtiendose en polvo…
Tal vez el objeto guardado en su interior saliera a la luz algun dia. Para entonces, nadie podria afirmar que el material de Mao, fuera lo que fuese, habia pertenecido a Jiao. Cuando ya no estuviera al frente del caso, Chen no tendria inconveniente en ver de que se trataba. El tambien sentia curiosidad.
Pero, por el momento, mientras no lo viera con sus propios ojos, no estaria ocultando informacion. Era algo que habia aprendido de Xie.
– No se preocupe por mi, Viejo Cazador. Pekin me ha dado via libre para la investigacion. Y me conocen por mis metodos excentricos.
Chen oyo el ulular de las sirenas y el pitido de los claxones. Los coches de policia se acercaban al edificio. El Viejo Cazador se dirigio hacia la ventana y miro a la calle, que de repente se habia vuelto tan ruidosa como el agua hirviendo.
Chen miro hacia arriba y vio la luna carmesi encaramada en lo alto del cielo nocturno, como si estuviera cubierta de sangre. Las palidas nubes y la fria lluvia parecian lavarla.
Comenzo a susurrar un poema, en voz muy baja.
– ?Que esta recitando? -pregunto el Viejo Cazador, volviendose para mirar a Chen.
– «El paso entre las montanas Lou», un poema de Mao -explico Chen-; lo escribio durante la primera guerra civil.
– Deje en paz a Mao -replico el policia jubilado, estremeciendose como si se hubiera tragado una mosca-, ya sea en el cielo o en el infierno.
AGRADECIMIENTOS
Estoy en deuda con muchas personas por todo el apoyo que me han prestado: particularmente con Patricia Mirrlees, cuya calida amistad deshizo los momentos mas gelidos de la escritura; con Yang Xianyi, cuyo ejemplo de integridad moral ha inspirado los personajes de este libro; y con Keith Kahla, cuya extraordinaria labor editorial ha contribuido a que la novela se publique tal y como aparece ahora.
Qiu Xiaolong
[1] Vease el anterior volumen de la serie Seda roja, Tusquets Editores, col.