preocuparse por los aficionados con los que habia terminado por jugar. Dijo «pozo» y prendio un cigarrillo. Tenia la esperanza de que mi carta cubierta fuera otro diez. En ese caso, al tener tambien un full, yo jugaria y el me haria pedazos. Que debajo pudiese tener la cuarta dama del mazo era evidentemente una hipotesis que ni siquiera tomaba en consideracion.

Fui a ver y, justamente, debajo tenia la ultima dama. De ese modo, mi full triunfaba sobre el suyo y el abandono el tono profesional para preguntar como era posible que alguien tuviera semejante potra.

Firmamos en la hoja de las deudas, donde el gordo ya estaba en bancarrota, y seguimos jugando durante unos cuarenta minutos mas sin que ocurriese nada en particular. El aparejador recupero algo y el profesional perdio aun varios centenares de miles.

Al final de la partida yo era el unico que ganaba. Francesco me dio casi cuatrocientas mil liras, el aparejador firmo un cheque por algo mas de un millon. El gordo escribio en su chequera ocho millones doscientos mil.

Los tres nos fuimos y, en la puerta, le asegure que estaba a su disposicion para la revancha. Lo dije con la sonrisa contenida del inexperto que se ha embolsado un monton de dinero y quiere comportarse como es debido. El gordo me miro sin decir nada. Tenia una ferreteria y estoy seguro de que en aquel momento habria querido romperme la cabeza con una llave inglesa.

Ya en la calle, nos saludamos y cada uno se fue por su lado.

Un cuarto de hora despues Francesco y yo nos encontrabamos ante el quiosco cerrado de la estacion. Le devolvi sus cuatrocientas mil y fuimos a tomar un capuchino en un bar de pescadores.

– ?Oiste el ruido que hacia el gordo?

– ?Que ruido?

– La nariz, era insoportable. Joder, ?te imaginas dormir en el mismo cuarto con el? Debe roncar como un cerdo.

– Justamente la mujer lo dejo a los seis meses de casados.

– ?Que hacemos si vuelve a llamarte?

– Volvemos, le dejamos ganar doscientas o trescientas mil liras y despues adios. Deuda de honor pagada y vete a la mierda.

Terminamos nuestros capuchinos, salimos y, frente a las barcas, prendimos los cigarrillos mientras el cielo se despejaba. Dentro de poco iriamos a dormir y algunas horas despues cobrariamos los dos cheques en el banco. Luego dividiriamos la ganancia.

El dia anterior Giulia y yo nos habiamos peleado y ella me habia dicho que asi no podiamos continuar, que tal vez era mejor separarnos.

Queria provocar una reaccion. Queria que yo dijera que no, que no era cierto; que tal vez era solo una crisis pasajera que debiamos superar juntos, y etcetera, etcetera.

En cambio, respondi que tal vez tuviera razon. Mi expresion era de cierto disgusto, pero nada mas. Era una cara de circunstancias. Lamentaba que ella estuviese triste, tenia una leve sensacion de culpa pero solo queria que esa conversacion terminara para poder irme. Ella me miraba sin comprender. Yo la miraba y ya estaba en otra parte.

Hacia tiempo que estaba en otra parte.

Ella comenzo a llorar en silencio. Dije algo sin importancia para paliar la incomodidad y el peso de aquel dolor ajeno.

Cuando por fin subio a la bicicleta y se fue, experimente solo una sensacion de alivio.

Tenia veintidos anos y, hasta hacia pocos meses, en mi vida no habia ocurrido casi nada.

3

Hay una cancion de Eugenio Finardi que habla de un tipo llamado Sanson. Jugaba a la pelota como un dios, tenia los ojos verdes y la piel oscura. El rostro de alguien que nunca tuvo miedo.

La descripcion de Francesco Carducci.

Era famoso como futbolista -siempre el as de los goleadores en el campeonato universitario- y era el idolo de las chicas. Y tambien, segun se decia, de alguna mama aburrida. Tenia dos anos mas que yo y seguia Filosofia sin estar matriculado. Nunca supe cuantos examenes le faltaban ni si habia elegido una tesis y cosas por el estilo.

Hay muchas cosas de el que nunca he sabido.

Nuestra relacion habia sido superficial hasta una noche de las vacaciones de la Navidad de 1988. Algun grupo de amigos comunes, algun partido de futbol, un saludo al pasar en los encuentros casuales por la calle.

Hasta aquella noche, en las vacaciones de Navidad de 1988, apenas nos habiamos cruzado.

Se habia organizado una especie de fiesta en casa de una chica, hija de un notario. Alessandra. Los padres se encontraban en la montana y la casa, grande y lujosa, estaba disponible. Bebiamos, conversabamos, en un rincon alguno se liaba un porro. Sobre todo jugabamos a las cartas. Para muchos, las fiestas de Navidad significan una serie interminable de partidas de cartas.

En el salon grande habia una mesa de bacara, mientras que en el cuarto de estar se jugaba al chemin de fer. En las otras habitaciones la gente bebia y fumaba. Todo muy similar a tantas otras situaciones por el estilo. Tranquilo.

Luego el mundo, al menos el mio, sufrio una aceleracion imprevista. Como las naves espaciales de los dibujos animados o de las peliculas de ciencia ficcion, que parten con una especie de salto y aceleran hasta desaparecer entre las estrellas.

Habia perdido algun dinero al bacara y luego fui a la habitacion donde jugaban al chemin de fer. Francesco estaba jugando en aquella mesa. Hubiera querido sentarme pero no tenia dinero suficiente. Habia chavales menores que yo que acudian a aquellas veladas con fajos de billetes enrollados y talonarios de cheques. Yo recibia trescientas mil liras por mes de mis padres y ganaba un poco mas dando clases particulares de latin. Me atraia la idea de jugar fuerte -y ganar, por supuesto-, pero no podia permitirmelo. O no tenia agallas para hacerlo. O probablemente las dos cosas. Por eso, a menudo, me conformaba con mirar.

En la casa habia por lo menos unas sesenta personas, cada tanto sonaba el timbre y llegaban otras, solas o merodeando en grupos. A veces eran desconocidos hasta para la duena de la casa. Aquella clase de fiestas funcionaba asi, de boca en boca. Incluso, una de las diversiones nocturnas durante las vacaciones de Navidad era justamente pasar de una fiesta a otra, infiltrarse en casa de desconocidos, comer, beber y marcharse sin saludar. Esta era la costumbre y por lo general no habia problemas. Yo mismo lo habia hecho muchas veces.

De modo que, aquella noche, nadie presto atencion a los tres tipos que recorrian la casa con sus abrigos puestos. Uno de ellos entro donde se jugaba al chemin de fer. Era mas bien bajo, corpulento, con el cabello muy corto, la expresion tonta. Y malvada.

Nos dio una ojeada rapida a mi y a los otros que estaban de pie y no jugaban. Ninguno de nosotros le interesaba y se acerco a la mesa para mirar la cara de los jugadores. Vio enseguida al que buscaba, salio velozmente de la habitacion y antes de un minuto regreso con los otros dos.

Uno de ellos parecia una especie de copia del primero, pero en grande. Era mas bien alto, corpulento, tambien con el cabello cortisimo. No era tranquilizador. El tercero era alto, delgado, rubio, mas bien guapo pero con algo enfermizo en los rasgos o en la expresion. Fue el quien hablo, por asi decirlo.

– ?Pedazo de mierda!

Todos nos volvimos. Tambien Francesco, que estaba de espaldas a la puerta y se dio cuenta de la presencia de los tres solo en aquel momento. Los miramos unos segundos intentando adivinar que querian. Luego Francesco se levanto y, en tono tranquilo, se dirigio al rubio.

– No hagais ninguna estupidez aqui dentro. Hay un monton de gente.

– ?Pedazo de mierda! Sal con nosotros o lo rompemos todo.

– Esta bien. Dejame buscar el abrigo y voy.

Todos estaban inmoviles, paralizados por el estupor y el miedo. Los de la habitacion y otros que se asomaban desde el pasillo, detras de los tres hombres. Yo tambien estaba inmovil y pensaba que en ese momento saldrian

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