Ademas de Francesco estaba el dueno de la casa, un rubio llamado Roberto, con cabellos largos y grasientos, y un senor cuarenton de aspecto algo sucio. Se presento solo con el apellido, Massaro, y durante toda la velada nadie lo llamo por el nombre de pila.

El piso era pobre, con unos pocos muebles destartalados, iluminado por bombillas desnudas que colgaban del techo.

Ibamos a jugar en la cocina. El rubio apoyo una botella de whisky y vasos de plastico junto al fregadero. Dijo que podiamos servirnos, cosa que hicimos varias veces a lo largo de la noche, hasta que vaciamos la botella. Francesco fue el unico que no bebio casi nada.

Empezamos a jugar a su manera. Tres vueltas de poquer y una con variantes. Pozo de diez mil liras y limite para el aumento de la suma apostada por el jugador anterior. Era un juego claramente superior a mis posibilidades. Pero me daba verguenza retirarme y asi empece a perder, poco a poco. Ponia en el pozo, tal vez hacia la primera apuesta, luego el juego crecia y yo me retiraba porque tenia miedo de perderlo todo en una sola mano. Gane incluso algunos pozos pequenos, pero, en resumen, despues de casi dos horas de juego lo habia perdido casi todo y me estaba maldiciendo por mi estupidez. Entonces ocurrio algo.

Tocaba la vuelta de teresina y Francesco daba cartas. Primero la carta cubierta, despues la descubierta. Yo tenia una dama fuera y una dama debajo. El rubio, un diez; Massaro, un rey; Francesco, un as.

– Cincuenta -dijo Francesco.

Los otros dos jugaron de inmediato, yo, en cambio, me tome algunos segundos para pensar; me quedaban poco mas de cien mil liras y me dije que al diablo, perderia aquellos ultimos billetes, me levantaria de la mesa y no jugaria nunca mas en la vida. Asi aprenderia.

Francesco dio cartas de nuevo y tuve la tercera dama. Senti que el pulso se me aceleraba mientras el rubio recibia un tercer diez y Massaro una jota. Francesco recibio otro as y, por lo tanto, le tocaba hablar de nuevo.

– Doscientas mil. -O sea todo lo que habia en el pozo y mucho mas de lo que me quedaba.

Joder, joder, joder, ?que hago? El dueno de la casa jugo, Massaro dijo que se iba y yo, que no tenia tanto dinero. ?Tenian problema en fiarme? Francesco dijo que no tenian problema. El otro hizo un movimiento de cabeza. Tal vez no lo veia claro, pero no supo como decirlo. Puse en el medio todo lo que me quedaba y anotamos en una hoja mi deuda con el pozo. Luego Francesco dio cartas por penultima vez. As de corazones para mi, tercer diez para el rubio. Siete para Francesco.

– Quinientas mil -dijo el rubio.

Francesco se retiro y yo dije que debia pensarlo. En realidad trataba de salir de un pozo de autentico terror. ?Y si su carta cubierta fuera un cuarto diez? Tenia ahorros en el Banco, pero me parecia una locura tirarlos de ese modo. ?Por que cono vine? ?Por que? Mire alrededor y, por un instante, encontre los ojos de Francesco.

Movio la cabeza imperceptiblemente como para decirme que jugara. Aparte enseguida la mirada, temiendo que los otros se hubieran dado cuenta de aquel gesto. No lo habian notado y entonces jugue, anotando mi enorme deuda en la hoja.

Las ultimas dos cartas se deslizaron por la mesa. Rey para el rubio.

La cuarta dama para mi.

Estaba convencido de que podian oir mi corazon que latia salvajemente. Cono, tenia poquer de damas y por lo tanto casi seguramente habia ganado. Ahora rogaba que la carta tapada del rubio fuera el cuarto diez o, por lo menos, un rey. Porque habria jugado a toda costa y yo entonces habria ganado. Crei que me estaba volviendo loco en mi esfuerzo por controlarme. Me parecia que una droga me corria por las venas. Era como tener un orgasmo sin fin.

Hablo el rubio. Y por la manera en que lo hizo estuve seguro de que tenia poquer o full. Y que estaba convencido de ganar y hacerme pedazos.

– Un millon. -Mientras lo decia me parecia irreal aquel sonido en mi boca y todavia mas en el aire lleno de humo, entonces casi palpable, de aquella cocina. ?Que era un millon? Era una entidad irreal. Hasta hacia pocos minutos era una entidad irreal para mi, y ahora se estaba transformando en algo concreto. Multiplicable.

– ?Tienes ese dinero? -pregunto el dueno de la casa con una nota de desprecio en la voz.

Senti que la sangre se agolpaba violentamente en mis mejillas. Senti verguenza y rabia porque me estaba tratando de miserable, y me invadio una especie de temor furioso. Que intentara impedirme jugar porque no tenia el dinero. Hice un esfuerzo para controlar la voz.

– Ya dije que no lo tengo aqui.

– Me firmas un pagare.

– Por supuesto, si pierdo te firmo un pagare. -Habria querido agregar: ?si pierdes tu vale lo mismo o me lo das al contado? ?O un cheque? Pero no dije nada por temor de alarmarlo y que no jugara.

– Esta bien. Un millon mas otro millon. -El muy capullo estaba tan malditamente seguro de ganar con su poquer de diez. No dije de inmediato que iba a ver. Despues de la ultima apuesta me habia vuelto paciente de improviso. Una especie de regocijo tranquilo y feroz. Queria disfrutar de aquella sensacion durante algunos segundos. Mire alrededor y me parecio notar una ligerisima sonrisa en los labios de Francesco.

– Veo -dije al fin.

– Debajo esta el cuarto rey. Asi que si no tienes la cuarta dama…

Di la vuelta a la carta cubierta antes de hablar.

– Tengo la cuarta dama.

Se quedo inmovil, con los ojos fijos en la carta que habia girado. No podia creerlo. Era imposible que hubiera dos poqueres servidos en una mesa de teresina.

Ni siquiera yo podia creerlo.

– ?Que buena mano! -dijo alegremente Francesco, y el otro se volvio para mirarlo con autentico odio.

Yo tenia una expresion angelical y me preguntaba como me pagaria todo aquel dinero. Tome lo que habia en el pozo y en la hoja firmamos la deuda por la enorme cantidad de la apuesta acordada solo de palabra.

A la hora fijada para terminar, el rubio habia recuperado un poco, pero de todos modos estaba perdiendo varios millones. Yo era practicamente el unico ganador. Pense que seria elegante decir que, si por mi hubiera sido, podiamos seguir jugando. Antes de que Roberto pudiera hablar intervino Francesco. Lo sentia pero no podia quedarse hasta muy tarde porque a la manana siguiente tenia un compromiso. Nos vimos obligados a dejarlo porque no podiamos jugar solo tres.

El rubio me firmo un cheque por tres millones setecientos mil. Francesco me dio doscientos mil en efectivo. Massaro me dio mas o menos lo mismo.

En el momento de irnos -era un joven bien educado-, agradeci la hospitalidad y, mientras hablaba, me daba cuenta de que la estaba haciendo buena. Como si encima de haber ganado ese monton de dinero quisiera ademas tomarles el pelo.

Tal vez, sin embargo, pensandolo bien, queria tomarles el pelo.

Roberto no dijo nada. Massaro tampoco, aunque no habia abierto la boca en toda la noche. Los dos tenian la cara livida. Parecia que no lograban darse cuenta de lo que acababa de ocurrir. Francesco dijo que organizaria la revancha y nos fuimos.

Eran las dos de la madrugada y estaba seguro de que no podria conciliar el sueno con facilidad. Cuando Francesco me pregunto si tenia ganas de ir a tomar algo, dije que si. Por otra parte, me tocaba pagar a mi, con todo lo que habia ganado.

Era verdad, me tocaba a mi, dijo el con una sonrisa extrana.

6

Habiamos ido a una especie de piano-bar, el Dirty Moon, donde se tocaba musica en vivo y permanecia abierto hasta el alba. Pedimos capuchinos, cruasanes calientes de chocolate recien llegados de la pasteleria, y nos sentamos a una mesita en el fondo del local.

– ?Era tu noche, eh? -dijo Francesco, con un deje indescifrable en la voz.

– Sin duda. Nunca mas me ocurrira algo asi. ?Te das cuenta? Dos poqueres servidos en teresina. Y el mayor para mi.

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