eras tu. El no habia movido un dedo. Pero era un acto moralmente legitimo, asi como es moralmente legitimo robar a los ladrones. Y es moralmente legitimo, incluso obligatorio hacia uno mismo, no dejarse atrapar.
– Entonces, si te entiendo bien, todas las veces que hiciste trampa fue con otros fulleros.
– No he dicho eso. La trampa debe estar justificada por un vicio moral del otro. Perdona el enfasis pero, de todos modos, yo no hago trampas a los pobres, no hago trampas a los que se sientan a jugar para pasar un par de horas, no hago trampas a los amigos.
– Y entonces, ?a quien haces trampas?
– A la gente mala. Para mi, sacar dinero preparando las cartas a personas moralmente reprobables es una especie de metafora practica de la justicia.
Hizo una pausa, me miro con aire muy serio y a continuacion se echo a reir.
– Esta bien, exagere un poco. Uno de los atractivos de este trabajo es justamente el hecho de robar. Que, como has visto, es muy divertido.
En el transcurso de pocos minutos todo habia cambiado, y los temas sobre los cuales una hora antes habria expresado juicios drasticos se habian vuelto cuando menos opinables. Con una especie de inquietud divertida me di cuenta de que verdaderamente encontraba divertido el modo en que aquel dinero habia llegado a mi poder.
Me dirigia preguntas silenciosas a mi mismo, y era como arrojar con una antorcha haces de luz en la zona mas oculta y desconocida de mi mente.
Si pudiera retroceder hasta cuatro o cinco horas antes de aquella partida, ?habria ido igualmente a jugar, sabiendo lo que iba a suceder? E incluso, teniendo el poder de decidir ahora, a posteriori, que el origen de aquel dinero fuese licito en vez de tramposo, ?que habria hecho? Ya no pensaba en devolver el dinero o no quedarmelo. Habia ido mas alla, mucho mas alla. Y me conteste que asi estaba bien; que volveria a jugar, aun si hubiera sabido lo que sucederia. Y que era mucho mas divertido que aquel dinero proviniese de un juego de prestidigitacion, o sea de una habilidad superior y de una intencion humana, que de un movimiento obtuso de la suerte.
Y despues me di cuenta de algo mas turbador que todo lo demas.
Queria hacerlo de nuevo.
Francesco me leyo el pensamiento.
– ?Te interesa otra partida dentro de unos dias? Al cincuenta por ciento.
– Perdona, pero ?por que? ?Para que me necesitas?
Me lo explico. No se puede hacer trampas solo, y menos en el poquer. En una mesa seria, si ganas siempre -y ganas mucho- cuando eres el que da cartas, los demas no tardan en darse cuenta y sospechar. El compinche es tan importante como el prestidigitador. Uno prepara las cartas, el otro cobra y todos contentos. Es decir, en realidad no todos estan contentos, pero piensan que es solo una maldita y absurda mala suerte. Como Roberto y Massaro.
Brevemente, Francesco me explico como funcionaba. En la mesa el compinche debe actuar de tonto o de fanfarron, que en el poquer es lo mismo. Es posible ganar una buena mano o ganar muchos pozos pequenos, segun como sea la noche. Es importante que el prestidigitador pierda algo y que la ganancia del compinche parezca la clasica y descarada fortuna del aficionado. Etcetera, etcetera.
Cuando termino, hice la pregunta que me quemaba:
– ?Por que justamente yo?
Me miro en silencio. Luego desvio la mirada, tomo un cigarrillo, lo golpeteo en la mesa sin encenderlo. Luego volvio a mirarme, todavia en silencio. Al fin hablo y parecia ligeramente incomodo.
– Por regla general no me fio de las intuiciones y trato de reprimirlas. En este caso tuve la intuicion de que tu eras la persona adecuada, que podrias entender. ?Leiste Demian?
Hice un gesto de asentimiento con la cabeza. Lo habia leido y, si queria convencerme, habia tocado la tecla justa. Continuo sin que yo dijera nada.
– En resumen, hice algo que por costumbre no hago. O sea una apuesta basada en una intuicion. ?Entiendes?
Estaba diciendo que confiaba en mi. Por algo especial que yo tenia.
Bastaba.
Sin duda era obvio que antes de mi algun otro habia interpretado el papel de compinche. Estaba sustituyendo a alguien. Pero Francesco no hablo de eso y yo, aquella noche, no pregunte nada.
Salimos del Dirty Moon cuando el barman y el unico camarero estaban comenzando a colocar las sillas sobre las mesas.
Fuera ya habia un alba violacea de enero.
7
Iba a casa de Giulia casi todas las noches. Cuando terminaba de estudiar o cuando el dia habia transcurrido sin que hubiera hecho algo util. Sucedia asi. En aquellas ocasiones me acometia una especie de frenesi ligero y desagradable. Una sensacion fisica, un hormigueo en los brazos y los hombros. Una molestia consciente de la ropa sobre la piel, de la respiracion, de los latidos del corazon apenas acelerados.
Salia, y caminar por la ciudad con un fin calmaba un poco aquella especie de ansia.
Giulia estaba siempre en casa, estudiando con su amiga Alessia. Giulia y Alessia eran iguales. Las dos buenas y estudiosas. Iguales familias acomodadas de profesionales, igual existencia comoda y solida. Casas en el centro de Bari, amuebladas con piezas costosas estilo anos setenta, casas de veraneo en Rosa Marina, club de tenis y todo lo demas. Yo entraba en aquel mundo como un viajero extranjero, ajeno al ambiente y curioso. Mi familia pertenecia a otro mundo. El Partido, la vida politica, el desprecio por aquella burguesia opulenta y contumaz. El sentimiento orgulloso y un poco esnob de ser una minoria y de querer permanecer como tal. Mi hermana tambien era asi.
Yo, sin embargo, siempre habia sentido curiosidad por aquel mundo diferente. Y a la curiosidad se mezclaba una especie de envidia. Por una vida que parecia mas facil, menos problematica; no marcada por un ejercicio, a veces obsesivo, del sentido critico.
Asi fue como, cuando empece a salir con Giulia, empezo al mismo tiempo una exploracion con todas las de la ley.
Me gustaba entrar en aquellas casas y contemplar las vidas de aquellas personas, participar en sus rituales; circular entre ellas sin mezclarme nunca verdaderamente. Era un juego de actuacion, de mimetismo. Fue un juego divertido durante algunos meses, justo el tiempo de darme cuenta.
Llegaba a casa de Giulia en el momento preciso en que terminaban de estudiar. Nos quedabamos charlando en la gran cocina. La madre se asomaba de regreso de sus incursiones vespertinas por los negocios, boutiques, peluquerias y esteticistas y a menudo se quedaba con nosotros hasta que se daba cuenta de que se le hacia tarde para algo. Una partida de buraco, una cena, el teatro y asi sucesivamente. Salia casi todas las noches mientras el padre permanecia hasta tarde en el piso vecino donde tenia el consultorio y pasaba todo el tiempo. Casi nunca lo veiamos.
Nosotros nos quedabamos a menudo en la casa. A veces Giulia y yo solos, a veces venia algun amigo -sus amigos- y preparabamos espaguetis o una ensalada. En general, los fines de semana saliamos todos juntos, al cine y despues a alguna pizzeria.
No recuerdo de que hablabamos todas aquellas noches transcurridas en la cocina de la casa De Cesare, entre hileras de sartenes costosas colgadas en exhibicion, inmersos en aquella luz nitida y en aquel olor limpio y confortable de la casa y comida fresca y jabones caros y piel.
Lo que mas me gustaba al llegar a aquella casa era el olor agradable, bueno y tranquilizador. Y a veces me preguntaba que olor se sentia al entrar en mi casa y que comunicaba a los demas aquel olor que yo no podia percibir.
La noche siguiente a la partida de poquer con Roberto y Massaro, llegue a casa de Giulia antes del horario acostumbrado. Por la manana, despues de cobrar mi parte de las ganancias, le habia comprado una cartera para hacerme perdonar la discusion de la noche anterior y para acallar mi vago sentimiento de culpa.