por lo menos, lo que le parecieron, asi que los trato como a tales.

– ?Que es esto? -pregunto al tiempo que arrojaba los papeles de colorines sobre la mesa.

– Son sus cupones de racionamiento.

– ?Quiere decir que van a ser tan amables de permitirme salir y hacer cola?

– El fiscal general Solinsky ha decidido que, puesto que ahora es usted un ciudadano corriente, es logico que le afecten tambien las medidas temporales de austeridad impuestas a los demas ciudadanos corrientes.

– Entiendo… Y ?que debo hacer exactamente? -pregunto Petkanov, afectando una sumision senil-. ?Que se me permite?

– Aqui tiene sus cupones para queso fresco; estos son para queso curado, y estos otros para harina -empezo a explicarle el oficial, pasando servicialmente las diferentes hojas-, mantequilla, pan, huevos, carne, aceite para cocinar, jabon en polvo, gasolina…

– No necesitare gasolina, imagino… -Petkanov esbozo una insinuante sonrisa de complicidad-, ?Tal vez podria usted…?

Pero el oficial estaba ya poniendose en guardia.

– No, claro, lo comprendo -prosiguio Petkanov-. Serviria solo para que anadieran una acusacion de intento de soborno a un miembro de las Fuerzas Patrioticas de Defensa, ?verdad?

El oficial no contesto.

– De todas formas -anadio Petkanov, como alguien interesado por razones meramente teoricas en conocer las reglas de un juego desconocido-, de todas formas, expliqueme como funciona.

– Cada cupon representa el suministro semanal de los productos relacionados en la hoja. El ritmo a que usted consuma esos productos sujetos a racionamiento es cosa suya.

– ?Y las salchichas? Aqui no las veo. Todo el mundo sabe que son mi comida favorita. -Parecia mas sorprendido que quejoso.

– No hay cupones para salchichas. Lo cierto es, senor, que no hay salchichas en las tiendas; por consiguiente, seria inutil facilitar cupones para ese producto.

– Muy logico -convino el anterior presidente. Y empezo a arrancar un cupon de cada hoja coloreada-. Por razones obvias, no necesitare gasolina. Traigame todo lo demas -ordeno, y le arrojo al oficial el punado de papelillos.

Al cabo de una hora se presento un soldado trayendo una hogaza de pan, 200 gramos de mantequilla, una col pequena, dos albondigas, 100 gramos de queso fresco y otros 100 de queso curado, medio litro de aceite de guisar (la racion de un mes), 300 gramos de jabon en polvo (lo mismo) y medio kilo de harina. Petkanov le pidio que lo dejara todo en la mesa y que le trajera un cuchillo, un tenedor y un vaso de agua. Luego, bajo la circunspecta mirada de los dos soldados se comio las albondigas, las dos clases de queso, la col cruda, el pan y la mantequilla. Al concluir, aparto a un lado el plato, echando una breve ojeada al detergente en polvo, el aceite y la harina, se fue a su estrecha cama metalica y se tumbo en ella.

A media tarde volvio el oficial. Con cierta confusion, como si tuviera que reprocharselo en alguna medida, le dijo al prisionero acostado:

– Me parece que no lo ha entendido. Como le explique…

Petkanov se incorporo de un salto, puso sus cortas piernas sobre el crujiente suelo de madera y recorrio los pocos metros que le separaban del oficial. Se planto muy cerca de el y le clavo el indice con fuerza sobre el uniforme gris verdoso, justo debajo de la clavicula izquierda. Repitio el gesto otra vez. El oficial dio un paso hacia atras, no tanto por la amenaza de aquel dedo que le asaltaba como por verse por primera vez tan cerca de un rostro que habia dominado toda su vida anterior, un rostro que ahora se erguia amenazador ante el.

– Coronel -empezo el anterior presidente-, no tengo la mas minima intencion de utilizar mi jabon en polvo. Ni empleare mi aceite ni mi harina. Imagino que se habra dado cuenta de que no soy uno de esos desgraciados que viven en los bloques de apartamentos mas alla de los bulevares. La gente a la que ha decidido servir ahora puede haber jodido la economia hasta el extremo de que todos tengan que vivir hoy dia con esos… confetis. Pero cuando usted me servia a mi -y subrayo el pronombre con otro fuerte puntazo-, cuando usted me era leal, y leal a la Republica Socialista Popular, recordara que habia comida en las tiendas. Y a veces habia colas, si, pero no esta mierda. Asi que vayase y en adelante traigame raciones socialistas. Y puede decirle al fiscal general Solinsky, en primer lugar, que se vaya a tomar por el culo, y luego que, si quiere tenerme a regimen de jabon en polvo durante el resto de la semana, el, personalmente, sera responsable de las consecuencias.

El oficial se retiro. En adelante las comidas le llegaron con toda normalidad a Stoyo Petkanov. Le sirvieron yogur siempre que lo pidio. Y en dos ocasiones habia comido salchichas. El ex presidente bromeaba con sus guardias a proposito del jabon en polvo, y cada vez que le traian la comida se decia a si mismo que las cosas no estaban irremediablemente perdidas, y que aquella gente corria un riesgo al subestimarlo.

Les habia obligado tambien a traerle su geranio silvestre. Cuando le arrestaron ilegalmente, los soldados no le permitieron llevarselo. Pero todo el mundo sabia que Stoyo Petkanov, fiel al suelo de su nacion, dormia con un geranio silvestre debajo de la cama. Era vox populi. Asi que, al cabo de uno o dos dias, capitularon. Habia podado la planta con sus tijeras de unas para que cupiera en el espacio entre el suelo y la cama, que era muy baja, y desde entonces habia dormido mejor.

Ahora estaba aguardando la llegada de Solinsky. Se hallaba de pie a dos metros de la ventana, con el pie izquierdo rozando la linea blanca. Algun incompetente habia tratado de pintar una semicircunferencia bien hecha en el entarimado de pino, pero debia de haberle temblado el brazo, por efecto del temor o de la bebida, mientras arrastraba la brocha cargada de pintura. ?Temian realmente que atentaran contra su vida, como aseguraban? De hallarse el en su lugar, un atentado le hubiera parecido de perlas, asi que, ?por que impedirle que se pusiera donde quisiera? Los primeros dias, siempre que le sacaban de su habitacion, cruzaba por su mente la misma escena: se detendrian ante alguna sucia puerta metalica en el sotano, le quitarian amablemente las esposas, y le darian un empellon en la espalda diciendole «?Corra!», el obedeceria instintivamente… y, entonces, la conmocion final. No podia entender por que no lo habian hecho; y su indecision le daba un nuevo motivo para despreciarlos.

Oyo el taconazo del soldado que anunciaba la llegada de Solinsky, pero no volvio la cabeza. En cualquier caso, sabia con quien iba a encararse: un joven rechoncho y seboso, de expresion zalamera, enfundado en un traje italiano de tejido brillante; el hijo contrarrevolucionario de un contrarrevolucionario, el hijo cagueta de un cagueta. Durante unos segundos mas siguio mirando por la ventana. Finalmente, sin dignarse mirarle, dijo:

– Asi que ahora hasta vuestras mujeres protestan.

– Estan en su derecho.

– ?Quienes seran los siguientes? ?Los ninos? ?Los gitanos? ?Los deficientes mentales?

– Estan en su derecho -repitio Solinsky sin inmutarse.

– Puede que esten en su derecho, pero ?que importa eso? Un gobierno incapaz de mantener a sus mujeres en la cocina esta jodido, Solinsky, jodido.

– Bueno… ya veremos, ?no cree?

Petkanov asintio para si y por fin se volvio.

– De todas formas, ?como estas, Peter? -dijo acercandose al fiscal general con la mano tendida-. Hace muchisimo tiempo que no nos veiamos. Te felicito por… tus recientes exitos.

No, tenia que reconocer que ya no era un muchacho, ni un tipo regordete: cetrino, enjuto, pulcro, con incipientes entradas en el pelo. De momento se le veia perfectamente dueno de si. Pero eso podia cambiar.

– No nos hemos visto -replico Solinsky- desde que me retiraron el carnet del Partido y fui denunciado en Verdad como simpatizante del fascismo.

Petkanov solto una carcajada.

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