– Pues no parece que te haya ido tan mal. ?O desearias seguir perteneciendo al Partido? La afiliacion sigue abierta, ya sabes.

El fiscal general se sento a la mesa, con las manos sobre una carpeta de cartulina que tenia ante si.

– Me dicen que tiene la intencion de rechazar que le representen legalmente.

– Asi es -contesto Petkanov, que permanecia de pie, juzgando tacticamente ventajosa esa posicion.

– Seria aconsejable…

– ?Aconsejable? Me he pasado treinta y tres anos haciendo las malditas leyes, Peter; se lo que significan.

– Sin embargo, el tribunal ha designado a las abogadas del Estado Milanova y Zlatarova para que le aconsejen en su defensa.

– ?Mas mujeres! Diles que no molesten.

– Se les ha ordenado comparecer ante el tribunal, y actuaran en consecuencia.

– Ya veremos. Oye… ?como esta tu padre, Peter? Creo que no anda muy bien de salud.

– Tiene cancer, avanzado.

– Lo siento. ?Le daras un abrazo de mi parte la proxima vez que le veas?

– Lo dudo.

El ex presidente observo las manos de Solinsky: eran finas, cubiertas de vello negro hasta la parte inferior del nudillo medio; las yemas de sus dedos, huesudos, tamborileaban nerviosamente sobre la palida cartulina. Deliberadamente, Petkanov insistio.

– Peter… Peter… Tu padre y yo eramos viejos camaradas. Por cierto, ?que tal sus abejas?

– ?Las abejas?

– Si no recuerdo mal, tu padre cria abejas, ?no?

– Bien, ya que lo pregunta, estan enfermas tambien. Muchas han nacido sin alas.

Petkanov solto un grunido, como si aquello fuera una muestra de desviacionismo ideologico por parte de las abejas.

– Tu padre y yo luchamos juntos contra los fascistas -anadio.

– Y luego usted le depuro.

– El socialismo no se ha construido sin sacrificios. Tu padre lo entendia asi. Hasta que empezo a meter su conciencia por todas partes, como si fuera su polla.

– Deberia haber acabado la frase antes.

– ?Que frase?

– El socialismo no se ha construido. Tendria que haberla acabado ahi. Eso habria sido mas exacto.

– ?Asi que pensais colgarme? ?O preferis el peloton de fusilamiento? Tengo que preguntar a mis distinguidas asesoras legales que se ha decidido al respecto. ?O esperais, acaso, que me arroje yo mismo por esa ventana? ?Es esa la razon de que no me permitais acercarme a ella hasta el momento oportuno?

Cuando vio que Solinsky declinaba responderle, el ex presidente se dejo caer pesadamente en la silla enfrente de el.

– ?Con que leyes me vais a juzgar, Peter? ?Con las vuestras o con las mias?

– De acuerdo con las suyas, por supuesto. Conforme a su propia Constitucion.

– Y ?de que me hallareis culpable? -pregunto en tono energico, pero conciliador.

– Personalmente, me parece culpable de muchas cosas. Robo. Malversacion de fondos del Estado. Corrupcion. Especulacion. Delitos monetarios. Extorsion. Complicidad en el asesinato de Simeon Popov.

– De eso no supe nada. En todo caso, tengo entendido que murio de un ataque al corazon.

– Complicidad en tortura. Complicidad en intento de genocidio. Innumerables conspiraciones para pervertir el curso de la justicia… Pero las acusaciones concretas que se formularan las conocera usted dentro de pocos dias.

Petkanov gruno, como si estuviera sopesando los pros y los contras de un trato.

– Por lo menos no se me acusa de violacion. Llegue a pensar que todas esas mujeres estaban protestando por eso: porque, segun el fiscal general Solinsky, las habia violado a todas. Pero ya veo que se manifestaban solo porque ahora hay menos viveres en las tiendas de los que hubo en cualquier momento bajo el socialismo.

– No he venido aqui -replico envaradamente Solinsky- a discutir las dificultades inherentes al paso de una economia dirigida a una economia de mercado.

Petkanov solto una risita.

– Mi enhorabuena, Peter…, mi enhorabuena.

– ?Por que?

– Por tu frase. Me ha parecido oir a tu padre. ?Estas seguro de que no quieres unirte a nuestra rebautizada organizacion?

– Volvere a hablar con usted proximamente en el tribunal.

Petkanov siguio sonriendo mientras el fiscal reunio los papeles y se fue. Luego se acerco al joven soldado que habia estado presente durante la entrevista.

– ?Te ha parecido divertido, muchacho?

– No he oido nada -fue la increible respuesta del soldado.

– Resulta que existen dificultades inherentes al paso de una economia dirigida a una economia de mercado -repitio el depuesto presidente-. Vamos, que no hay comida en las jodidas tiendas.

?Le fusilarian? Bien…, no habia peligro inminente. Y, probablemente, no lo harian: les faltaban redanos. O, mejor dicho, tenian suficiente buen juicio para no convertirle en un martir. Era mucho mejor desacreditarle. Pero el no se lo consentiria. Montarian el juicio a su manera, como les conviniera mas, mintiendo y haciendo trampas y amanando pruebas, pero quiza aun le quedaran algunos ases guardados en la manga. No se limitaria a representar el papel que le asignaran. En su cabeza tenia un guion distinto.

Nicolae… A el le fusilaron. Y en Navidad. Pero lo hicieron en caliente: le echaron de su palacio, vigilaron la ruta de su helicoptero, siguieron su coche, le llevaron a rastras ante lo que grotescamente llamaron un tribunal popular, le encontraron culpable de haber asesinado a sesenta mil personas, y le fusilaron… Los fusilaron a los dos, a Nicolae y a Elena: ni mas ni menos como quien atraviesa con una estaca de madera al vampiro. Es lo que dijo alguien: clavadle, clavadle la estaca al vampiro antes de que se ponga el sol y este de nuevo en condiciones de volar. Eso habia sido: miedo. No la ira del pueblo, o como quisieran llamarlo de cara a los medios de comunicacion de Occidente; simplemente, que se les aflojaron las tripas y se mancharon de mierda los calzoncillos. ?Clavadsela, venga! Estamos en Rumania… ?Clavadsela, atravesadle el corazon con una estaca! Pero ahora no habia un peligro inminente.

Hecho lo cual, lo primero o casi lo primero que se les ocurrio montar en Bucarest, fue… un desfile de modas. Lo habia visto por television: furcias ensenando las tetas y los muslos, y una disenadora que se mofaba de la ropa que llevaba Elena, proclamaba a los cuatro vientos que la esposa del

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