Y no es que Laide le brindara voluptuosidades especiales. Al contrario, despues de la primera vez habia ido en disminucion. Solo la primera vez, sin excederse en virtuosismos, se habia esmerado de verdad. Ahora se mostraba mas que nada pasiva, como si intuyese que ya no era necesario, que total, el siempre la preferiria a sus demas colegas. Y un dia que se habia atrevido a decirle: «Pero, Dios mio, te quedas ahi como un poste: es que no quieres hacer nada, la verdad», ella habia respondido: «Pero si es el hombre el que debe perseguir a la mujer y no al reves».

Habia oido hablar con frecuencia de hombres, la mayoria de edad avanzada, que se volvian esclavos de una mujer, porque solo ella sabia procurarles el placer y las otras no: como un hechizo sexual.

Desde el principio se habia preguntado si estaria sucediendole algo asi. Por desgracia, comprendio que su caso era completamente distinto y mas grave con mucho. Si se hubiera tratado solo de un vinculo sexual, no habria habido motivo de inquietud. Todo se habria podido arreglar, con una chica semejante, en una simple relacion de dar y tomar.

No. La posesion fisica a Antonio le importaba relativamente poco. Si, por ejemplo, una enfermedad la hubiera obligado a no hacer nunca mas el amor, en el fondo el se habria alegrado.

Se imaginaba, por ejemplo, que Laide hubiera sido atropellada por un tranvia y hubiese perdido una pierna. ?Que estupendo habria sido! Ella invalida, separada para siempre del mundo de la prostitucion, del baile, de las aventuras, ya no asediada por nadie. Solo el, Antonio, seguiria adorandola. Tal vez esa fuera la unica posibilidad de que Laide, aunque solo fuese por gratitud, empezara a quererlo.

No. El la queria por si misma, por lo que representaba de hembra, de capricho, juventud, autenticidad popular, picardia, desverguenza, descaro, libertad, misterio. Era el simbolo de un mundo plebeyo, nocturno, alegre, vicioso, perversamente intrepido y seguro de si que fermentaba con vida insaciable en torno al tedio y a la respetabilidad de los burgueses. Era lo desconocido, la aventura, la flor de la ciudad antigua que brota en el patio de una vieja casa de mala fama entre los recuerdos, las leyendas, las miserias, los pecados, las sombras y los secretos de Milan, y, aunque muchos hubieran pasado por encima de ella, seguia lozana, delicada y perfumada.

Le habria bastado -pensaba- con que Laide hubiera llegado a ser un poco suya, hubiese vivido un poco para el; la idea de poder entrar como personaje en la existencia de aquella chiquilla y llegar a ser algo importante para ella, aun cuando no fuese lo mas importante: esa era su obsesion. Se habria sentido mas orgulloso que si una bellisima y poderosa reina, Marilyn Monroe, hubiera caido de hinojos y loca de amor por el. ?Una chica de alterne, una de las innumerables jovencitas de vida alegre y a tanto por servicio, una putilla que cualquiera podia gozar!

No era una chaladura carnal, era un hechizo mas profundo, como si un nuevo destino, en el que nunca hubiera pensado, lo hubiese llamado a el, Antonio, arrastrandolo progresivamente, con violencia irresistible, hacia un manana ignoto y tenebroso. Y la situacion, considerada desde cualquier punto de vista, no dejaba vislumbrar via alguna de salida. Solo podian esperarse rabias, humillaciones, celos y angustias sin fin.

Tambien comprendia que convencerla para que se fuera a vivir con el, ponerle casa, establecer una union, habria sido una locura. El se habria cubierto de ridiculo: ella, con aquellas costumbres y casi treinta anos de edad de diferencia, al cabo de tan solo una semana, habria empezado a tascar el freno.

Ni siquiera intentar redimirla tenia sentido. Para Laide prostituirse no era un castigo, una esclavitud, un juego deshonroso. Parecia mas bien un juego excitante y remunerativo y que no entranaba un esfuerzo particular. ?Y las inevitables humillaciones, si, para no desagradar a la alcahueta, se veia obligada a soportar a hombres odiosos y repelentes? Cuando Dorigo habia aludido a eso, ella se habia apresurado a responder, con un arranque de orgullo:

«Pues yo puedo considerarme afortunada. A mi siempre me han tocado chicos guapos».

«Anda, anda, que alguna vez habras tenido que ir con viejos acaso sin dientes».

«Te digo que no. Tengo que decir que he sido afortunada. Por lo demas, yo siempre procuro verlos antes. Si no me caen bien, puedes estar seguro de que no voy con ellos».

«?Y alguna vez te has negado?»

«?Uff! Nunca ha hecho falta».

Pero lo triste era precisamente esto: mientras que el la amaba de verdad y no se limitaba a desearla, era imposible que ella correspondiese a su amor. Desde luego, Laide lo consideraba ya un viejo. A Laide su personalidad artistica, esa fascinacion intelectual que a veces causaba sensacion en las mujeres de su mundo, le resultaba del todo indiferente. Para que ella lo tuviera en consideracion, un hermoso Maserati ultimo modelo contaba mucho mas que haber construido el Partenon.

Al mismo tiempo, aunque la posesion fisica de su cuerpo pasaba a segundo plano, el pensamiento de su cuerpo se volvia una obsesion por culpa de los celos. Asi como un enfermo no resiste a la tentacion de rozarse continuamente la parte enferma, con lo que renueva y aviva el dolor, asi tambien la imaginacion de Dorigo no cesaba de crear escenas hipoteticas, pero verosimiles, con el unico resultado de multiplicar su angustia, y perfeccionaba sin piedad los detalles con las minucias mas obscenas. La veia entrar en la garconniere del nuevo cliente, ya mayor, a la que la habia enviado la senora Ermelina, y, tras los habituales cumplidos y formalidades, sentarse en las rodillas de el tras haberse alzado las faldas, no tanto para no arrugarselas cuanto para hacerle sentir mejor la carnalidad y el calor de sus muslos y, sonriendo con aquella mueca suya maliciosa, de los labios, sin mas preambulos, mientras una gran mano se le habia metido bajo el jersey y ya le palpaba un seno, aplicarle en la boca su boca con un arranque impudico y entonces el, excitadisimo, llevarsela casi en volandas y caer los dos desnudos en la cama, los abrazos, las contorsiones, los besos, el gusto por parte de ella, tal vez, de desencadenar en el hombre la tension mas exacerbada, lo que le parecia un motivo de orgullo para su cuerpo con la esperanza de un regalito extra, y ella ni siquiera sabia como se llamaba el ni a que se dedicaba. Podia ocurrir perfectamente que en toda la vida no volviera a verlo mas, pero, entretanto, lo excitaba y lo besaba, solicita, en los puntos mas sensibles y se divertia con los estremecimientos espasmodicos del viejo, como una nina que pincha a un sapo por el gusto de verlo saltar. Todo lo que constituye perversion, ludibrio, obscenidad, humillacion abyecta para una chiquilla se devanaba en la mente de Dorigo y entonces, aunque estuviera sentado a la mesa de trabajo, se quedaba inmovil, ausente y horriblemente tenso, con la impresion de que aquella tortura le consumia anos y mas anos de vida. ?Habria tal vez una obscura complacencia en tan dolorosas fantasias? ?No servirian por casualidad las perversas conjeturas para volver a Laide cada vez mas provocativa, extrana, inalcanzable y, por eso mismo, mas digna de deseo y amor?

XV

Ella puso un disco. Estaban en casa de Corsini, el amigo de Dorigo, por los dias de la Feria de Muestras. El sol banaba la terraza, las persianas estaban bajadas casi hasta el suelo y, sin embargo, si se prestaba atencion, llegaba el fragor de coches, vida, impaciencias, proyectos, avidez que fermentaba en derredor, motores, voces, pasos, dinero, estupidez, musicas, sudor, deseos animales. Hasta alli, en el octavo piso, llegaba, pero ellos dos no lo oian: ella, porque se olvidaba de todo y solo prestaba atencion a sus obscuros calculos y caprichos; el, porque ya no existia en el mundo otra cosa que aquella chiquilla de cara honesta y petulante, de larga cabellera negra, de corazon… ?que? ?Tenia corazon?

«?Que es?», pregunto el.

«Es el chachacha mas bonito que existe: 'Los carinosos'», respondio ella con la seguridad de quien cita Tristan o Rigoletto, archiconocido sustento de todo el mundo, y, con una como exaltacion infantil, se puso a bailar sola.

Estaba segura de si misma. El ritmo alterno la transportaba adelante y atras, como una ola, pero al mismo tiempo era duena y senora y dominaba el impulso. De improviso dejo de haber nada falso, callado, oculto, vil, mezquino: con los brazos caidos, como dos alitas replegadas, las caderas ondulantes con los saltitos, la cara encerrada en una sonrisa inmovil que ya no era suya, sino de la propia musica, ingenuo pensamiento de cosas bonitas, orgullo de si misma, provocacion, ofrecimiento. Con el movimiento que la llevaba adelante y de pronto retrocedia, echaba hacia atras la cabeza en un gesto de abandono, como si delante de ella hubiera un altar, un dios, la vida.

Ella se detuvo a mirar la estanteria de los discos. Estaban a punto de subir la escalera que conducia a la

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